Desde el engaño del demonio, al que sucumbió torpemente la humanidad, en el mundo está planteada una lucha frontal. Desde aquel momento inicial, Dios anunció su enfrentamiento a la fuerza del mal que había embaucado al hombre, y lo había conquistado para él, pues aquella "derrota" divina no podía quedar como victoria del demonio. No era razonable que el autor de todo lo creado fuera vencido por uno que era su misma criatura. Ciertamente Dios había dado prerrogativas extraordinarias a esta criatura a la que había colocado por encima de todo. Junto a la creación espiritual, el demonio pertenecía a esos seres que eran incluso superiores a los hombres. El mismo salmista hace el reconocimiento de la superioridad de la realidad angelical cuando dice a Dios que al hombre "lo hiciste poco inferior a los ángeles". La rebeldía demoníaca fue terrible por cuanto era la rebeldía de aquel al que el mismo Dios había puesto por encima, dándole toda su confianza. El hecho de que el demonio hubiera sido puesto casi a la misma altura de Dios resultó en una traición mayúscula, por cuanto atrajo a sí a un innumerable ejército angelical, con el añadido más doloroso de la conquista de aquellos a los que había puesto como propietarios de todo lo que había creado materialmente, y había puesto en el centro de todo para que fueran los absolutos beneficiarios de todo. La batalla estaba planteada y era necesario que tanto el demonio como el hombre por él embaucado tomaran su decisión. Ya Dios había lanzado su decreto de conquista: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Un descendiente de Ella te pisará la cabeza, mientras tú le hieres el talón". No dejará de suceder este enfrentamiento, por cuanto la decisión de Dios es clara. Lamentablemente el demonio no tiene opción de dar marcha atrás a su pretensión. Su decisión es eterna e inmutable. Pero el hombre sí tiene la opción de volver a la fidelidad a Dios. Si se percata del engaño que ha sufrido, y más aún, si descubre y se deja conquistar por ese amor insistente, sin igual, entrañable y superior al que él puede sentir por sí mismo, siempre tendrá la opción de volver con gozo y esperanza a ser asumido de nuevo por Aquel que es la razón de su vida, su creador, su sustentador, quien lo quiere para sí por toda la eternidad. Lo que sucedió en el principio fue obra del demonio. Satanás no es más que Dios. Nunca lo será. Siempre será una criatura con mucho poder, pero jamás más que el que Dios tiene. Por eso nunca tendrá opción delante del poder de Dios. Solo seguirá teniendo el poder que le demos los mismos hombres, si nos empeñamos en seguir dejándonos engañar por él, como señor de la mentira. Ya su derrota ha sido absoluta en la Cruz de Cristo. Y solo seguirá haciendo daño si los hombres nos ponemos al servicio del mal que él seguirá procurando.
Esta experiencia del enfrentamiento con la fuerza del mal fue la que vivió Jesús y la que finalmente lo hizo sucumbir a su aparente derrota. El demonio se anotó uva "victoria", engañado él mismo en su soberbia, cuando llegó a creer que pudo tener más poder que Dios. Su vanidad lo llevó a su mayor equivocación. Su soberbia fue tal que jamás se imaginó que aquella supuesta estruendosa victoria que había obtenido devino en la peor de sus derrotas. Jesús, muriendo en la Cruz, le infligió la mayor humillación. Y esa victoria de Jesús pasó a ser victoria de todos nosotros, por cesión amorosa y entrañable del Señor. Aún así, sigue planteaba la lucha. Habiendo sido derrotado, el demonio sigue empeñado en embaucar a los que se dejen: "Busquen su fuerza en el Señor y en su invencible poder. Pónganse las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire". La fuerza del poder que tiene el demonio ya no existe, por cuanto ha sido derrotado. Él solo tendrá la fuerza que nosotros mismos pongamos en sus manos. Podrá vencernos con nuestras mismas fuerzas. Es lo más tonto y sorprendente. Quien ya no tiene fuerzas, la tendrá solo si nosotros mismos se la damos. Por ello, lo que asegurará para nosotros poder seguir venciendo en Jesús, es mantenernos en una unión vital con Él, en la que seguiremos viviendo en la victoria amorosa que ha alcanzado para cada uno de nosotros, y la haremos cada vez más consciente en nosotros, asumiendo que será nuestra verdadera vida, nuestro sólido caminar, que desembocará en aquella eternidad plena y feliz a la que Él mismo son convoca y nos conduce cuando nos mantenemos unidos a su amor: "Por eso, tomen las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manténganse firmes después de haber superado todas las pruebas. Estén firmes; ciñan la cintura con la verdad, y revistan la coraza de la justicia; calcen los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embracen el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Pónganse el casco de la salvación y empuñen la espada del Espíritu que es la palabra de Dios". La promesa hecha por Dios desde el principio, cumplida gloriosamente en Jesús con su entrega a la muerte y su resurrección, es promesa de victoria. Ya no hay derrota posible para los hijos de Dios, a menos que se queden absurdamente en el servicio al que ya ha sido estruendosamente derrotado. Esa decisión sigue estando en las manos de los hombres. Dios seguirá siendo tremendamente respetuoso de la libertad que nos ha donado desde el principio.
Pero así mismo como respeta nuestra libertad, así también nos ama infinitamente, por encima de todo, muchísimo más de lo que nosotros mismos podemos llegar a amarnos. Nos quiere libres para Él, no para el demonio. Nos quiere libres para decidirnos a ser suyos, no del demonio. Nos quiere libres para que avancemos a nuestra plenitud, no para que nos hundamos en el lodazal que nos promete el demonio. Nos quiere libres para que lleguemos con su amor a la salvación que nos promete para la eternidad en la que viviremos la felicidad plena y no para la condenación en la eternidad y en la oscuridad y el dolor que nunca se acabará con Satanás. Por eso su empeño será siempre tenernos con Él. No cejará nunca en su empeño de tenernos. Por eso se enfrentará a cualquier fuerza contraria, con tal de ganarnos para Él: "'Herodes quiere matarte'. Jesús les dijo: 'Vayan y digan a ese zorro: 'Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén'. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no han querido. Miren, su casa va a ser abandonada. Les digo que no me verán hasta el día en que digan: '¡Bendito el que viene en nombre del Señor!'" Quien nos prometió desde el principio su acción para rescatarnos, no dejará de realizar lo que sea necesario para hacerlo. Su palabra es palabra empeñada, porque es palabra del Dios que nos ama por encima de todo. Nos creó para sí y no permitirá que ninguno de nosotros se pierda sin luchar por él. Si de algo podemos estar seguros todos es de que Dios nos ama, que desde el principio nos ha donado su amor para que sea siempre y exclusivamente nuestro, que nunca dejará de cumplir su empeño de que seamos suyos, que nos ha regalado nuestras capacidades superiores de inteligencia y voluntad y nos ha dotado de la plena libertad para que nos encaminemos hacia Él, que ha colocado como meta para cada uno de nosotros la eternidad en la que viviremos con Él haciéndonos uno como Él, que nuestra meta final es la felicidad absoluta y el amor sin igual. Todo lo lograremos dando los pasos necesarios aquí y ahora, en la experiencia sublime de su amor actual, de la fraternidad que nos enriquece, en la que ya tenemos el ensayo de lo que será aquella vida feliz en Dios, junto a todos los hermanos que también llegarán a la plenitud final junto a nosotros.
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