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sábado, 3 de julio de 2021

Jesús nos libera del mal porque es poderoso y porque nos ama

 Catholic.net -

De entre las escenas más dramáticas que nos encontramos en los evangelios de Jesús, están las de sus choques con el demonio. La generalidad de los encuentros de Cristo con los diversos personajes que se cruzan en su camino, extraen de Él su amor, su ternura, su deseo de bienestar para ellos. Por ello cura, perdona, sana enfermedades, limpia lepras, se empeña por dar a entender que ha venido a hacer el bien y a procurar el mayor bienestar entre todos. Pero surgen también los desencuentros con el mal y con el poder del demonio, el maestro y poseedor del mal y de la mentira, que pretende arrebatar de las manos de la bondad suprema al hombre, creado naturalmente bueno, para arrastrarlo consigo. Habiendo obtenido un gran triunfo al haber conquistado a Adán y a Eva de las manos del amor, logrando en ellos unirlos a Dios, quería seguir obteniendo triunfos, a expensas del engaño sobre el hombre, prometiéndole un "paraíso" engañoso, en el que supuestamente llegaría a la altura del mismísimo Dios, haciéndose a sí mismo dios -"Ustedes será como dioses"-, con lo cual el hombre, incapaz de resistirse a esa argucias, pues nunca estará a la altura de la insidias de satanás, sucumbe inocentemente. El engaño del demonio nunca dejará de ser tal. Y por ello, los grandes santos de la historia nos alertan continuamente que nos alejemos de ello, manteniéndonos lo más lejos posible de esa treta siempre engañosa. Lo más lejos posible. "Mejor lejos que mal acompañado", sabiamente sentencia el decir popular.

En medio de todas las incertidumbres que se pueden presentar en nuestra vida, la seguridad de asentarnos en Dios es con mucho lo mejor. Nuestra seguridad no está en nosotros mismos, pues nuestra marca es la debilidad. Somos criaturas y jamás estaremos a la altura del poder omnímodo del demonio. Ese solo lo posee Dios. Él nos hace partícipes de su amor y de su poder. Pero, aún así, siendo dádiva de su amor y por ello lo poseemos, jamás podremos atribuirnos esa capacidad absoluta. Lo nuestro es la participación por concesión de amor suya. Y es allí donde está la clave de nuestra seguridad. La mayor es que no dependerá de lo que hagamos, pues siempre será muy poco, aunque estemos siempre obligados a realizar el esfuerzo que nos corresponda. Nuestra seguridad es dejarlo en las manos de Dios, que nunca permitirá que haya una fuerza mayor que la suya, la del Todopoderoso, que toma el mando, pues nosotros solo aportaremos debilidad. La experiencia de Agar, concubina esclava de Abraham es una muestra de que la debilidad del hombre se resuelve en la fuerza de Dios. Ismael es hijo también de la promesa de bendición sobre Abraham, por lo cual Dios no se desentiende de él. Asume su responsabilidad sobre quien es también su elegido y quien será igualmente padre de naciones: "Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, lo cargó a hombros de Agar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco, diciendo: 'No puedo ver morir a mi hijo'. Se sentó aparte y, alzando la voz, rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, le dijo: '¿Qué te pasa, Agar? No temas, que Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande'. Dios le abrió los ojos, y vio un pozo de agua; ella fue, llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero". Dios no deja jamás solos a sus hijos, y tendrá siempre su mano tendida para salvarlos.

Y ante la lucha contra el mal, contra el poder del demonio, ya no deja que brille solo su poder misericordioso y de restablecedor del orden justo de las cosas, sino que lo enfrenta poderosamente, demostrando claramente quién es el verdaderamente poderoso. Su actitud es de gravedad hostil, pues tiene bien identificado cuál es el adversario, y sabe bien que de él no puede venir sino solo el mal y la muerte del hombre, lo cual es lo que ha venido a combatir con su entrega y su sacrificio de entrega a la muerte por amor del hombre. Nada lo va a distraer de ese fin, pues para eso se ha encarnado como Hijo de Dios Redentor. Aún así, sorprende una actitud casi misericordiosa con el mismo demonio, que al fin y al cabo es también criatura suya, pues ha surgido de sus mismas manos de amor creador. Accede a su petición de invadir la piara de cerdos para sobrevivir. Un gesto extraordinario, por encima de la retaliación extrema que podía haber invocado. Los paisanos del agraviado se cerraron en sí mismos y reaccionaron de la manera más natural, pensando solo en su conveniencia. No tuvieron en cuenta el beneficio obtenido por los endemoniados, sino que vieron la herida a sus intereses crematísticos. Por ello, ruegan al Señor que se marchara de allí. Todo un relato con las aristas más sorprendentes, pero que describen perfectamente la psicología humana más pura, cuando se deja llevar solo por el egoísmo y la búsqueda del propio bienestar, sin importar el bienestar de los hermanos: "En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: '¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?' A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: 'Si nos echas, mándanos a la piara'. Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país". El Señor da la señal clara de su poder. Nada está por encima de él. Él es quien tiene el poder, el dominio. Ningún otro poder está sobre el que Él tiene. Y no dudará jamás en usarlo en favor de su criatura amada. Lo hará además con decisión y seriedad. Nada lo distraerá de ello. Porque ha venido para salvarnos y entregará su vida en función de eso. Somos todos beneficiarios de ello, convencidos de que esa finalidad será cumplida eternamente.

jueves, 11 de marzo de 2021

Está planteada la guerra del mal contra el bien. Vencerá siempre el bien

 El dedo de Dios - Libro " Conociendo a mi amigo el Espíritu Santo

Desde que Luzbel se rebeló a Dios y se enfrentó a Él en aquella épica batalla angelical contra el ejército de Dios, liderado por Miguel, habiendo sido vencido y expulsado de su presencia, se plantea en la historia la guerra del mal contra el bien. Apenas tuvo la oportunidad, después de la creación del universo, y en él, del hombre, apareció para obnubilar al hombre y a la mujer y ponerlos también a ellos contra el Creador, haciendo que le dieran la espalda y prefirieran servirse a sí mismos, en el colmo del egoísmo, de la soberbia y de la vanidad, actitudes típicamente demoníacas, pretendiendo ser ellos mismos dioses que no dependieran ni sirvieran a uno mayor. En esa oportunidad el mal conquistó el corazón del hombre y con ello empezó la mayor tragedia para toda la humanidad, pues expulsó a Dios de su vida y atrajo para sí la desgracia de la ausencia del amor y de la esperanza de eternidad feliz. Sin embargo, el Dios todopoderoso y amoroso diseñó el plan de rescate de su criatura amada, lo puso en marcha inmediatamente y lo concretó tendiendo la mano al hombre a través de acciones y prodigios realizados por enviados que cumplían la misión de procurar un nuevo acercamiento al Dios del amor. Algunos hombres se percataron de su error y aceptaron esa mano tendida de Dios y se acogieron a ella. A pesar de las desgracias que sufría el pueblo, entendían que ellas eran fruto precisamente de esa lejanía que experimentaban por el servicio al mal que habían decidido. Y se convirtieron en ese resto fiel que servía de reclamo amoroso del Dios que los quería de nuevo a todos junto a Él. Y por eso, a pesar del rechazo de otros, Él seguía insistiendo una y otra vez, pues el amor es perseverante y no se cansa. La infidelidad del pueblo persistía y por ello seguían ganándose ellos mismos las desgracias que les venían.

La maldad provocada por el alejamiento del hombre hiere al amor y hace que se profundice la desgracia que se yergue sobre la humanidad. Dios quiere que el mismo hombre se haga consciente de ello y por eso sigue tendiendo la mano y envía sus emisarios que anuncian la superioridad de la vida cuando se está con Él, la experiencia inefable del amor y de la fraternidad, la compensación infinita que se tiene cuando la vida se desarrolla junto a Dios y en armonía con los hermanos: "Esto dice el Señor: 'Esta fue la orden que di a mi pueblo: 'Escuchen mi voz, Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo. Sigan el camino que les señalo, y todo les irá bien'. Pero no escucharon ni hicieron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara. Desde que salieron sus padres de Egipto hasta hoy, les envié a mis siervos, los profetas, un día tras otro; pero no me escucharon ni me hicieron caso. Al contrario, endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aun así les dirás: 'Esta es la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. Ha desaparecido la sinceridad, se la han arrancado de la boca'". La obstinación de los malos es extrema y los mantiene en su decisión de servir al mal, en contra de las evidencias de su propia frustración al saberse lejos de Dios y de su amor. La vida, así, se convierte en la zozobra de la lucha por mantener la hegemonía, por procurarse los placeres mayores, por luchar por obtener bienes bajo cualquier método, por alcanzar una fama que los coloque por encima de todos. La experiencia de la alegría huye de la propia vida. Mucho más la del amor, pues el hombre se convierte en amante de sí mismo, sin tener de ninguna manera alguna compensación. Esta frenética carrera por satisfacerse a sí mismo no deja más que cansancio. Es urgente que llegue el momento en que el mismo hombre caiga en la cuenta de su absurdo y se decida por emprender una ruta diversa en la que sí encuentre las compensaciones espirituales que son esenciales para su felicidad.

Los servidores del mal pretenden aplicar los mismos criterios de acción a todos. Aquella guerra del inicio sigue planteada en los mismos términos. Así como fueron conquistados Adán y Eva, el demonio quiere seguir conquistando hombres y mujeres para él. Pero providencialmente también están los que no se dejan embaucar por sus cantos de sirena y saben que el camino de la verdadera felicidad nunca podrá ser el que aleje de Dios y de su amor. La guerra sigue vigente. Por eso el mal se atreve incluso a retar a Jesús: "En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: 'Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios'. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo". Él, con el mejor de los tinos, refuta estos pensamientos y pone las cosas en el orden que deben estar: "Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues ustedes dicen que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a ustedes". Satanás es vencido por Jesús en esa ocasión, y lo será siempre. Jesús ha venido a establecer la novedad del Reino de Dios en el mundo. Sus obras van anunciado la victoria del bien y la derrota definitiva del mal. Quien se alinee con el mal, será vencido y perderá la posibilidad de la felicidad eterna y de la experiencia inacabable del amor. Quien en esta guerra del mal contra el bien, se coloque del lado del bien, tendrá la mejor ganancia, pues obtendrá la plenitud de la vida y del amor y será feliz en su vida actual y para toda la eternidad.

domingo, 21 de febrero de 2021

Vamos al desierto con Jesús para vencer al mal con Él

 Resultado de imagen para En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás

La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo Eterno de Dios, el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre aceptando la propuesta del Padre para el rescate de la humanidad pecadora -"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"-, ha asumido su misión con todas la carga que ello implicaba. Hacerse hombre no era simplemente "aparecer" en el mundo como uno más, sino que implicaba la asunción de la naturaleza humana con todas sus características y consecuencias, viviendo la misma vida de cualquiera, naciendo como uno más de una mujer como todos, viviendo en una familia como uno más. El periplo humano del Dios hecho hombre no fue en nada distinto al de cualquiera de nosotros. Ello implicaba pasar por todas las etapas por las que pasa cualquier hombre, sin dejar ninguna por fuera. Por eso ríe, goza, disfruta de las amistades, conoce y comparte con los amigos. Y por eso también sufre el dolor, la tristeza, las decepciones, los desencantos. Y también por eso, como la vida de cualquier hombre, deberá rendir el tributo a la muerte. En Él este tributo tendrá una connotación diversa, por cuanto será una muerte con un contenido muy específico, pues implicará no una desaparición de una vida, sino el rescate de todas las vidas de los hombres de la muerte en la que estaban sumidos. Su condición de Dios que asume la humanidad lo hacía estar muy lejos del pecado. Y aún así, no solo muere por el pecado y el mal del hombre, que toma sobre sus hombros y lo lleva a la cruz y al sepulcro para vencerlo, sino que muere para rescatar al hombre de esas garras que lo tenían encadenado. La muerte de Jesús es muerte liberadora, no solo, por lo tanto, de signo negativo, con todo lo dolorosa que pudo haber sido, sino convertida en el signo más positivo que se puede dar a la vida de la humanidad, pues la rescata y la coloca de nuevo en el sitio que le corresponde, junto a Dios para vivir la felicidad en plenitud.

En ese recorrido de la vida humana que debe cumplir el Redentor como Dios que asume la humanidad, no podía Él sustraerse de la experiencia que ha vivido el hombre que ha sido conquistado por el mal y ha sido tentado con los más grandes beneficios humanos y materiales si se decide a servir al demonio. En los cuarenta días en el desierto al que el Espíritu conduce a Jesús, Satanás toma la batuta y pretende tentarlo con las mismas tentaciones que le han dado tan buenos resultados con los hombres. No se diferencia en nada de la experiencia que tiene cada uno de nosotros. Las tentaciones del poder, del tener y del placer son las que el demonio pone delante de Jesús en su intento de hacerlo sucumbir: "En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás". Evidentemente Jesús vence al demonio. Comienza así su historia de victorias sobre el mal. Jesús vence y con ello nos invita a todos a seguir sus pasos. El desierto y las tentaciones no serán jamás extrañas a nosotros. Cada uno recorrerá su desierto y será siempre tentado por el demonio de diversas maneras, como se atrevió a hacerlo con Jesús. En ese sentido, la fuerza de Jesús es también nuestra misma fuerza. Nuestro itinerario podrá ser el mismo que el de Cristo, pues siendo cada uno de nosotros tentados por el mal, con esa fuerza espiritual que nos da el Redentor, podremos vencer siempre, pues nunca la fuerza de la tentación será mayor que la de Jesús que nos acompaña: "Dios es fiel y no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas". Y aún más: la victoria nos servirá de purificación y de fortalecimiento. Purificaremos nuestro espíritu y cada victoria nos hará más fuertes. Tentación y purificación van de la mano y avanzan sólidamente si logramos ir venciendo en cada paso.

En el diluvio la humanidad fue purificada: "Esta es la señal de la alianza que establezco con ustedes y con todo lo que vive con ustedes, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con ustedes y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes". De este modo, el diluvio se convirtió en signo del bautismo que nos regala Jesús para darnos la nueva vida que nos enaltece y nos lleva a la situación de salvados para avanzar en el camino hacia la plenitud de la alegría. La experiencia de desierto que vamos a vivir cada uno de nosotros, se equiparará a la de un bautismo, pues nos impulsará a purificarnos venciendo las tentaciones que pondrá en nuestro caminar el demonio: "Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conducirlos a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente los está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes". Las tentaciones deben transformarse, entonces, de experiencias negativas a experiencias enriquecedoras, por cuanto nos equiparan a Jesús que las sufrió también, y que se une a nosotros para que sepamos sacarle provecho purificándonos al vencerlas y encaminarnos por las rutas que nos hacen avanzar hacia la perfección que viviremos plenamente en la eternidad feliz junto a nuestro Padre Dios.

jueves, 29 de octubre de 2020

Si el demonio sigue ganando es porque nosotros le damos el poder

 LAS VOCES DE DIOS: UN PADRE DA SU VIDA PARA SALVAR A SU HIJO EN UN  ACCIDENTE DE AUTOMÓVIL

Desde el engaño del demonio, al que sucumbió torpemente la humanidad, en el mundo está planteada una lucha frontal. Desde aquel momento inicial, Dios anunció su enfrentamiento a la fuerza del mal que había embaucado al hombre, y lo había conquistado para él, pues aquella "derrota" divina no podía quedar como victoria del demonio. No era razonable que el autor de todo lo creado fuera vencido por uno que era su misma criatura. Ciertamente Dios había dado prerrogativas extraordinarias a esta criatura a la que había colocado por encima de todo. Junto a la creación espiritual, el demonio pertenecía a esos seres que eran incluso superiores a los hombres. El mismo salmista hace el reconocimiento de la superioridad de la realidad angelical cuando dice a Dios que al hombre "lo hiciste poco inferior a los ángeles". La rebeldía demoníaca fue terrible por cuanto era la rebeldía de aquel al que el mismo Dios había puesto por encima, dándole toda su confianza. El hecho de que el demonio hubiera sido puesto casi a la misma altura de Dios resultó en una traición mayúscula, por cuanto atrajo a sí a un innumerable ejército angelical, con el añadido más doloroso de la conquista de aquellos a los que había puesto como propietarios de todo lo que había creado materialmente, y había puesto en el centro de todo para que fueran los absolutos beneficiarios de todo. La batalla estaba planteada y era necesario que tanto el demonio como el hombre por él embaucado tomaran su decisión. Ya Dios había lanzado su decreto de conquista: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Un descendiente de Ella te pisará la cabeza, mientras tú le hieres el talón". No dejará de suceder este enfrentamiento, por cuanto la decisión de Dios es clara. Lamentablemente el demonio no tiene opción de dar marcha atrás a su pretensión. Su decisión es eterna e inmutable. Pero el hombre sí tiene la opción de volver a la fidelidad a Dios. Si se percata del engaño que ha sufrido, y más aún, si descubre y se deja conquistar por ese amor insistente, sin igual, entrañable y superior al que él puede sentir por sí mismo, siempre tendrá la opción de volver con gozo y esperanza a ser asumido de nuevo por Aquel que es la razón de su vida, su creador, su sustentador, quien lo quiere para sí por toda la eternidad. Lo que sucedió en el principio fue obra del demonio. Satanás no es más que Dios. Nunca lo será. Siempre será una criatura con mucho poder, pero jamás más que el que Dios tiene. Por eso nunca tendrá opción delante del poder de Dios. Solo seguirá teniendo el poder que le demos los mismos hombres, si nos empeñamos en seguir dejándonos engañar por él, como señor de la mentira. Ya su derrota ha sido absoluta en la Cruz de Cristo. Y solo seguirá haciendo daño si los hombres nos ponemos al servicio del mal que él seguirá procurando.

Esta experiencia del enfrentamiento con la fuerza del mal fue la que vivió Jesús y la que finalmente lo hizo sucumbir a su aparente derrota. El demonio se anotó uva "victoria", engañado él mismo en su soberbia, cuando llegó a creer que pudo tener más poder que Dios. Su vanidad lo llevó a su mayor equivocación. Su soberbia fue tal que jamás se imaginó que aquella supuesta estruendosa victoria que había obtenido devino en la peor de sus derrotas. Jesús, muriendo en la Cruz, le infligió la mayor humillación. Y esa victoria de Jesús pasó a ser victoria de todos nosotros, por cesión amorosa y entrañable del Señor. Aún así, sigue planteaba la lucha. Habiendo sido derrotado, el demonio sigue empeñado en embaucar a los que se dejen: "Busquen su fuerza en el Señor y en su invencible poder. Pónganse las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire". La fuerza del poder que tiene el demonio ya no existe, por cuanto ha sido derrotado. Él solo tendrá la fuerza que nosotros mismos pongamos en sus manos. Podrá vencernos con nuestras mismas fuerzas. Es lo más tonto y sorprendente. Quien ya no tiene fuerzas, la tendrá solo si nosotros mismos se la damos. Por ello, lo que asegurará para nosotros poder seguir venciendo en Jesús, es mantenernos en una unión vital con Él, en la que seguiremos viviendo en la victoria amorosa que ha alcanzado para cada uno de nosotros, y la haremos cada vez más consciente en nosotros, asumiendo que será nuestra verdadera vida, nuestro sólido caminar, que desembocará en aquella eternidad plena y feliz a la que Él mismo son convoca y nos conduce cuando nos mantenemos unidos a su amor: "Por eso, tomen las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manténganse firmes después de haber superado todas las pruebas. Estén firmes; ciñan la cintura con la verdad, y revistan la coraza de la justicia; calcen los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embracen el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Pónganse el casco de la salvación y empuñen la espada del Espíritu que es la palabra de Dios". La promesa hecha por Dios desde el principio, cumplida gloriosamente en Jesús con su entrega a la muerte y su resurrección, es promesa de victoria. Ya no hay derrota posible para los hijos de Dios, a menos que se queden absurdamente en el servicio al que ya ha sido estruendosamente derrotado. Esa decisión sigue estando en las manos de los hombres. Dios seguirá siendo tremendamente respetuoso de la libertad que nos ha donado desde el principio.

Pero así mismo como respeta nuestra libertad, así también nos ama infinitamente, por encima de todo, muchísimo más de lo que nosotros mismos podemos llegar a amarnos. Nos quiere libres para Él, no para el demonio. Nos quiere libres para decidirnos a ser suyos, no del demonio. Nos quiere libres para que avancemos a nuestra plenitud, no para que nos hundamos en el lodazal que nos promete el demonio. Nos quiere libres para que lleguemos con su amor a la salvación que nos promete para la eternidad en la que viviremos la felicidad plena y no para la condenación en la eternidad y en la oscuridad y el dolor que nunca se acabará con Satanás. Por eso su empeño será siempre tenernos con Él. No cejará nunca en su empeño de tenernos. Por eso se enfrentará a cualquier fuerza contraria, con tal de ganarnos para Él: "'Herodes quiere matarte'. Jesús les dijo: 'Vayan y digan a ese zorro: 'Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada. Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén'. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no han querido. Miren, su casa va a ser abandonada. Les digo que no me verán hasta el día en que digan: '¡Bendito el que viene en nombre del Señor!'" Quien nos prometió desde el principio su acción para rescatarnos, no dejará de realizar lo que sea necesario para hacerlo. Su palabra es palabra empeñada, porque es palabra del Dios que nos ama por encima de todo. Nos creó para sí y no permitirá que ninguno de nosotros se pierda sin luchar por él. Si de algo podemos estar seguros todos es de que Dios nos ama, que desde el principio nos ha donado su amor para que sea siempre y exclusivamente nuestro, que nunca dejará de cumplir su empeño de que seamos suyos, que nos ha regalado nuestras capacidades superiores de inteligencia y voluntad y nos ha dotado de la plena libertad para que nos encaminemos hacia Él, que ha colocado como meta para cada uno de nosotros la eternidad en la que viviremos con Él haciéndonos uno como Él, que nuestra meta final es la felicidad absoluta y el amor sin igual. Todo lo lograremos dando los pasos necesarios aquí y ahora, en la experiencia sublime de su amor actual, de la fraternidad que nos enriquece, en la que ya tenemos el ensayo de lo que será aquella vida feliz en Dios, junto a todos los hermanos que también llegarán a la plenitud final junto a nosotros.

martes, 1 de septiembre de 2020

Reconozcamos a Jesús como el Dios que nos ama y que nos salva

 Cántico de Ana | De la mano de María

En el Evangelio, todo él sondeado por el mensaje que han querido sus autores hacer llegar a los hombres, que es un mensaje de salvación, esa que quiso donar Dios a todos a través de la misión que encomendó a Jesús y que Éste cumplió a la perfección con su pasión, su muerte y su resurrección, nos encontramos con todos los acontecimientos con lo que el Redentor fue, primero, aclarando quién era Él y por qué tenía la plena autoridad que como Dios le correspondía naturalmente y que además había sido puesta en sus manos por el Padre, quien era la causa original de su presencia en el mundo y, segundo, emprendiendo con sus acciones y sus palabras la obra salvadora, la acción mayor y que ha tenido más trascendencia en toda la historia de la humanidad, por las consecuencias extraordinarias de cambio de la perspectiva de muerte y de oscuridad en la que estaban sumidos los hombres por la de luz y vida eterna que adquiría el Mesías para todos, sin que los hombres hubieran tenido nada que hacer, sino solo ponerse a la disposición para dejarse salvar. Esa identidad que Jesús fue desvelando paulatinamente a la vista de todos no quedó definitivamente clara sino solo al final de sus días terrenales, con el acontecimiento glorioso de su resurrección, por el cual volvió triunfante de la muerte, dando así las últimas pinceladas al cuadro que iba pintando progresivamente y revelando claramente así que Él era el dueño de la vida y de la muerte, de la luz y de la oscuridad, de las alturas y de los abismos. Cuando ya la obra estaba terminada fue cuando pudo Jesús asumir que los discípulos estaban ya listos para ser sus testigos, para ir al mundo a anunciar su verdad y su amor, para abrirle a todos con su predicación la perspectiva de la salvación que Él había venido a traer por encomienda del amor del Padre: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". Así como los apóstoles ya estaban listos para dar testimonio de la obra maravillosa de la redención, así también el mundo debía ser preparado para disponerse a recibir esa noticia maravillosa y acomodar su corazón para dejarse salvar y ponerse al arbitrio de ese amor. Fue todo un proceso didáctico el que usó Jesús para revelarse según lo que era y para llevar adelante esa gesta heroica y definitiva del rescate del hombre de las garras del demonio. Los hombres necesitaron de este itinerario, pues era una verdad absolutamente nueva para todos. El hecho de que Dios hubiera enviado a su Hijo para salvarlos y de que ese Hijo hubiera tenido que asumir la naturaleza humana para realizar ese rescate, de ninguna manera hubieran podido descubrirlo los hombres por sí mismos, sino solo con la ayuda y la disposición del mismo Dios de convertirse en maestro.

Por eso sorprenden en el Evangelio los relatos en los que se nos dice cómo algunos personajes descubren quién en Jesús anticipadamente. Podemos ver a una Isabel, la prima de la Virgen María, quien afirma que el fruto de las entrañas de María es su Señor: "¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?", o a un Natanael que afirma al encontrarse con Jesús: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel", o a un Pedro que ante la pregunta de Jesús sobre su identidad, responde: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Sorprenden estas consideraciones por cuanto la revelación progresiva de Jesús era apenas incipiente y, en todo caso, las demostraciones que Él había dado aún eran totalmente insuficientes para sacar una conclusión de tan alto calibre. Por eso el mismo Jesús a San Pedro le dice: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo", con lo que afirmaba a la vez que humanamente era imposible aún sacar esa conclusión pues solo era posible hacer bajo la iluminación y revelación del mismo Dios. Pero es aún más sorprendente el que esas confesiones vinieran de quienes menos se podrían esperar, como por ejemplo, los mismos demonios con los cuales Jesús se enfrentaba: "Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz: '¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios'. Pero Jesús le increpó diciendo: '¡Cállate y sal de él!'. Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño". En este caso no hay iluminación de Dios, sino una constatación del mismo demonio de quién en realidad es Jesús. Similar situación se dio en el episodio del encuentro con el endemoniado de Gerasa, en cuyo caso el demonio se enfrenta a Jesús diciéndole: "¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego por Dios que no me atormentes!" Exactamente lo mismo sucede al curar enfermos y liberar poseídos del demonio, después de curar a la suegra de Pedro: "De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: 'Tú eres el Hijo de Dios'". El demonio, que descubre perfectamente quién es Jesús, no recibe la iluminación de lo alto. Lo lógico de pensar es que lo sabe por su experiencia personal. No confiesa a Jesús por haber tenido una experiencia espiritual de encuentro que lo haya elevado. Existe otra razón que debe ser descubierta. Y no la podemos encontrar fuera de la misma experiencia previa del demonio. Recordemos que Satanás era un ángel de Dios, el más bello de todos, de nombre Luzbel, "Luz Bella", perteneciente por tanto a la creación del mundo espiritual, que en el tiempo anterior a la creación del mundo material, se reveló a Dios y se enfrentó a Él, planteando la gran batalla del mundo angelical, en el cual salió victorioso el ejército leal a Dios, liderado por San Miguel arcángel. Allí empezó su historia de derrotas, que culminó con la más grande de todas que le infligió Jesús.

En efecto, Satanás conocía a Jesús incluso antes de su encarnación. Conocía a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al Hijo de Dios, al Verbo del Padre. Por ello, cuando se encuentra con Él en los Evangelios, sabe muy bien quién es. No necesita que le sea revelado, pues ya lo sabe. Al pertenecer al mundo espiritual, identifica muy bien quién es Cristo, al que había conocido desde siempre, pues él mismo había surgido de sus manos creadoras. Había convivido con Él desde su primer momento de existencia. Y lo encuentra en el mundo, consciente de que está planteada una lucha contra Él, y de que nunca podrá pretender obtener la victoria, pues ya ha probado su poder y ha sido derrotado previamente en aquella guerra angelical. Al pertenecer al mundo espiritual, no tiene ninguna dificultad en reconocer la realidad espiritual de Jesús. En cierto modo, esto que sucede con Satanás, puede ser una enseñanza para nosotros. Solo lo que está en el mundo espiritual puede reconocer sin ninguna dificultad quién es Jesús, por experiencia personal, como el demonio, o por revelación, como Isabel, Natanael y Pedro. Del demonio podremos obtener solo maldad y muerte, y sin embargo de él podremos aprender que haciéndonos seres espirituales, es decir desplazando nuestra consideración de lo simplemente material y asumiendo lo espiritual, podremos reconocer y recibir mejor a Jesús como nuestro Salvador. Así nos lo afirma San Pablo: "El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. Pues, ¿quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Del mismo modo, lo íntimo de Dios lo conoce solo el Espíritu de Dios. Pero nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que de Dios recibimos". Para conocer a Dios y reconocer a Jesús, y dejarnos conquistar por sus obras de amor y de salvación, necesitamos dejarnos abordar por nuestra realidad espiritual. Debemos impedir que nuestra condición corporal, nuestra materialidad, se interponga en nuestra ruta de acceso a Jesús, dejando en el desierto la posibilidad de vivir con toda intensidad su amor y su salvación: "El hombre natural no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque solo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre espiritual lo juzga todo, mientras que él no está sujeto al juicio de nadie". El objetivo del encuentro con Jesús, dejando que lo espiritual que hay en nosotros tome las riendas, es su reconocimiento como nuestro Mesías, nuestro Salvador, el que tiene el poder y el que nos libera del poder del mal: "¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen". Solo siendo hombres espirituales podremos reconocer y vivir a Jesús. Nuestra realidad material, que es la riqueza con la que el Señor nos ha bendecido desde el primer momento de nuestra existencia, es un tesoro maravilloso, pero no debemos permitir jamás que obstaculice a nuestra realidad espiritual que nos acerca al encuentro amoroso y plenamente satisfactorio con el Dios que nos ama y que ha venido a salvarnos.

miércoles, 1 de julio de 2020

El demonio solo tendrá el poder que nosotros le pongamos en sus manos

Curación de los dos endemoniados de Gadara - 20170705

A los hombres nos encanta estar en la cuerda floja. Muchas de las situaciones que vivimos, en las que nos encontramos entre la espada y la pared, son provocadas por nosotros mismos, pues creemos que somos invencibles y saldremos siempre incólumes del peligro en el que nos colocamos. Lejos de estar vigilantes ante el mal que puede acarrearnos ponernos en el candelero, lo hacemos como para probar que somos fuertes o como para disfrutar en algo del sabor de lo prohibido, con la falsa idea de que luego podremos volver al camino de la normalidad. Lo cierto es que no somos tan fuertes y muchas veces el sabor del mal nos deja marcados y nos arrastra de tal modo que llega el punto en el que ya no nos será posible desencadenarnos de él. El deseo de probar algo nuevo y desconocido se da por creer con falsa ilusión que podremos encontrar algo en lo que sintamos mayor satisfacción que la que nos ofrece Dios mismo cuando disfrutemos del gozo de estar con Él, cuando tengamos la experiencia profunda y totalmente gratificante de su amor. Somos hombres en continua búsqueda de la felicidad y cuando no la vivimos en plenitud con Dios, no por su causa sino por no abandonarnos total y confiadamente en sus manos, surge siempre la añoranza de algo mejor, de algo más plenificante, de algo más satisfactorio. En vez de profundizar en la felicidad que el mismo Dios nos provee y que es mayor a medida que nos entregamos a Él, volteamos la mirada hacia otro lado y nos vamos irreflexivamente detrás del mal. El regalo a los sentidos, las satisfacciones pasajeras, los gustos irrefrenados, nos van conduciendo a un abismo en el que llegamos a pensar que se está muy bien pero en el que además vamos sintiendo mayor necesidad de ello, por lo que nos hundimos aún más y se nos hace casi imposible salir de él, pues nos va envolviendo de tal manera que sucumbimos totalmente. Se llega a necesitar más y más, y cada gusto complacido es una nueva cadena que nos ponemos y que nos inmoviliza, hasta dejarnos totalmente inútiles y secuestrados. Llegamos a la condición de aquellos endemoniados que salen al encuentro de Jesús en el camino de los gadarenos: "Desde los sepulcros dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: '¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?'" Nuestra condición de esclavizados nos hace imposible ver que Jesús se acerca para ofrecernos la recuperación de nuestra dignidad, tendiendo su mano para que nos tomemos de Él y nos pueda sacar del abismo en el que nos encontramos.

Pero el demonio conoce muy bien su limitación ante Jesús. Llama mucho la atención que sin ni siquiera ofrecer resistencia, prácticamente implora misericordia de Jesús: "A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: 'Si nos echas, mándanos a la piara'. Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y murieron en las aguas". Es la prueba irrefutable que nos da la Palabra de Dios de que delante de Cristo, el Hijo de Dios, Dios Él mismo que se ha hecho hombre, el demonio no tiene ninguna opción. La fuerza del demonio es inexistente cuando Jesús está presente. Él lo ha vencido siempre y jamás dejará de hacerlo. Así ha sido y lo será siempre, desde que el demonio se rebeló delante de Dios y provocó la ruptura de la armonía total que existía en aquella creación de orden espiritual que estaba toda ella en la absoluta concordia por la plenitud del gozo que vivían todos los seres espirituales en la presencia de Dios. El hermoso Arcángel Luzbel -"Luz Bella"-, el más hermoso de todos, pretendiendo acoger en sí un poder mayor que el de Dios su Creador, demostró su poco juicio, quedando en el mayor ridículo y en la mayor de las debilidades. Desde ese momento contaba solo con su propio poder delante de Dios y comenzó su historia de derrotas incontables. No le quedó más remedio que buscar aliados, y los encontró en quienes demostraron también poco juicio delante de Dios, en los hombres que, conquistados por sueños de grandeza sin fundamento, se dejaron engañar por esta criatura espiritual, que tenía mayor inteligencia. Se comprueba que ni Luzbel ni el hombre, por sí mismos, tienen poder. Delante de Dios jamás lo tendrán. La historia del demonio es historia de derrotas. Nunca podrá vanagloriarse de haber vencido a Dios. Ni siquiera en aquella aparente derrota ignominiosa que procuró a Jesús, haciéndole llegar a la muerte en Cruz, pues esa supuesta victoria suya fue su derrota más contundente, ya que al morir Jesús, arrastró a la muerte su poder demoníaco, lo cual quedó refrendado por la resurrección gloriosa del que supuestamente había sido vencido, que resurgía triunfante de la muerte. Esa fue su derrota final. Ante esto, cabe preguntarnos entonces, ¿de dónde le viene el actual poder al demonio, si ha sido, como en efecto fue, ya derrotado por Jesús y no tiene más poder en sí mismo?

La respuesta es muy sencilla. Y por ser tan sencilla es a la vez muy sorprendente. El poder que tiene el demonio actualmente, habiendo sido vencido totalmente por Jesús y habiendo quedado en el mayor ridículo de la historia, lo obtiene de aquellos a los que asoció a su absurdo desde el principio, es decir, de los hombres. No teniendo poder en sí mismo, pues delante de Dios nunca tuvo un poder mayor que el de Él, y habiendo sido vencido en la Cruz quedando totalmente debilitado y sin fuerza, perdiendo la poca que tenía, saca su poder del poder que le pongamos los hombres en sus manos. Es de nosotros mismos que toma oxígeno y se engrandece. Se vanagloria porque aún los hombres, en la experiencia más absurda de nuestra supuesta emancipación de Dios, preferimos dejarnos seguir dominando por él y le permitimos actuar a sus anchas en nosotros. El poder que tiene el demonio será solo el que nosotros le pongamos en sus manos. Ya él fue vencido por Jesús y eso no cambiará jamás. Él está totalmente postrado a los pies de Cristo, que le tiene pisoteada la cabeza. Así lo reconoce él mismo cuando, como en el caso de los endemoniados, implora que no lo humille. Pero la desgracia mayor para nosotros es que en muchas ocasiones, así lo preferimos nosotros. En vez de rendirnos al poder, al amor y a la misericordia de Dios, preferimos dejar que Luzbel siga andando a sus anchas. Sucedió también con los paisanos de aquellos endemoniados: "Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país". En vez de alegrarse por el triunfo contundente de Jesús sobre el demonio, le piden que se marche de allí. Prefieren la presencia del demonio que la de Jesús, pues Jesús los compromete a seguirlo. Para ellos resultaba más satisfactorio estar encadenados al demonio que liberados en Jesús. A ese punto había llegado su enajenación. El hambre de pecado les había enturbiado el alma y el corazón. La plena libertad la desechaban prefiriendo la esclavitud, y pusieron por encima la oscuridad sobre la luz, el abismo sobre la cima, la tristeza sobre el gozo pleno. Sin embargo, el trueque que nos propone Dios es el mismo de siempre: "Busquen el bien, no el mal, y vivirán, y así el Señor, Dios del universo, estará con ustedes, como pretenden. Odien el mal y amen el bien, instauren el derecho en el tribunal. Tal vez el Señor, Dios del universo, tenga piedad del Resto de José". Lo sigue proponiendo a cada uno de nosotros. Lo tomamos o lo dejamos. O nos ponemos del lado del que ya ha vencido, de Jesús y de su amor, o seguimos poniendo en las manos del demonio el poder que ya no tiene y le permitimos seguir venciendo sobre nosotros y haciéndonos daño. Con mucho, dejarse vencer por Jesús no poniendo ya más poder en las manos del demonio, será nuestra mayor victoria.