domingo, 11 de abril de 2021

Una Vida nueva para una Fraternidad nueva

 Trae tu mano y métela en mi costado (Jn 20,19-31)

La fe cristiana es esencialmente comunitaria. No se puede pretender ser cristiano solo desde una experiencia intimista espiritual en la que se supone tener un encuentro personal con Jesús, quedándose satisfecho con ello, sin mayor trascendencia de esa misma experiencia. El encuentro personal con Jesús, y más aún con la conciencia de la novedad que representa su Resurrección gloriosa, necesariamente tiene que ser un remover los cimientos de la propia vida, haciendo de ella también una realidad absolutamente nueva que lance por el camino del encuentro con los hermanos. Más aún, esto es condición para hacer creíble y atractiva la nueva fe que se inaugura con la muerte y resurrección de Cristo: "El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común". Esta fraternidad, fundada en la convicción de una misma fe, tenía una concreción muy clara en la comunidad de bienes: "Lo poseían todo en común". Apuntando a la esencia de la transformación espiritual que vivía cada uno por experimentar la Resurrección de Jesús con la propia resurrección, ésta debía manifestarse en acciones externas concretas que revelaran el amor fraterno y la caridad y solidaridad que vivían todos los renovados por Cristo. Compartir los bienes es característica propia de quien ha vivido la Resurrección de Jesús en carne propia. San Juan Pablo II lo definió magistralmente con su frase en la Encíclica "Sollicitudo Rei Socialis": "Sobre toda propiedad privada pesa una hipoteca social". Se equivocan los cristianos que afirman que su conversión espiritual no los compromete también con una conversión social. La doctrina social de la Iglesia tiene su fundamento en la Resurrección de Cristo, que pone en nuestras manos la vida de todos los hermanos, en particular de aquellos que son más necesitados y desposeídos. Fue la experiencia que tuvieron los apóstoles y todos los primeros discípulos de Jesús: "Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba". Es el ideal de la vida fraterna que propugna el Resucitado.

Esta convicción surge de una fe convencida y sólida. Aun cuando en aquellos primeros tiempos era incipiente la experiencia, ella debía ser creciente, por cuanto esa misma convicción debía hacerse cada vez más sólida. La razón última es la del amor. Si Jesús se desprendió de todo lo suyo, incluso de su propia vida, su don más valioso, por amor a los hombres, sus hermanos, el seguidor debe seguir también sus pasos. Lo que lo debe mover es el amor, pues no se trata de ser solidario simplemente por un movimiento altruista que busque el bien para el necesitado. Ser bueno por ser altruista está muy bien. Pero en un discípulo del Señor la carne de esa solidaridad debe ser el amor fraterno que sembró Dios desde el principio y que propugnó Jesús con su testimonio de donación: "Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe". La afirmación del amor demostrado en el cumplimento de los mandamientos de Dios no es un simple movimiento moralista. Si así fuera carecería de todo sentido. La ley, ya lo hemos visto en la expresión de Jesús, tiene como principal mandamiento el del amor. Como decía San Pablo: "Amar es cumplir la ley entera", o en otra traducción: "La perfección de la ley es el amor". Escuchar los mandamientos de Dios y cumplirlos religiosamente, comienza por asumir el amor como forma de vida, para unirse más a Dios, como la fuente de todo amor, y a los hermanos, sujetos últimos del amor de ese Dios y el que le da sentido a todo lo que existe. No se puede amar a Dios sin amar a los hermanos. "Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, pero no ama a su hermanos a quien ve, está mintiendo".

La experiencia de la presencia de Jesús resucitado en la propia vida es esencial para vivir con profundidad esta convicción y este compromiso. Los apóstoles necesitaron de varios encuentros con el Resucitado para poseer la plena convicción de la transformación que había vivido el mundo. Y aún así, su convicción era débil. Vivían el gozo del triunfo de Jesús, pero no terminaban de dar el paso del compromiso de darlo a conocer a todos. Sabían que el Señor había vencido a la muerte, pero no asumían que ellos mismos eran hombres nuevos y que debían llevar esa novedad a todos, en un mundo que añoraba una realidad distinta que lo llevara a la plenitud. "Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: 'Paz a ustedes'. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: 'Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo'. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: 'Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos'". El ser testigos de la Resurrección es esencial. Dar a conocer el amor triunfante de Dios es parte del ser discípulo. Reconocer a Jesús como el Dios y Señor de todo, vivirlo en lo más íntimo del propio ser, es fundamental, como lo experimentó Santo Tomas: "'Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente'. Contestó Tomás: '¡Señor mío y Dios mío!' Jesús le dijo: '¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto'". No debemos pedir ver. Corremos el riesgo de quedarnos en lo superficial y de despreciar lo esencial. Lo que debemos pedir es tener la experiencia espiritual intensa del reconocimiento de Jesús resucitado como "Señor mío y Dios mío", verlo con el corazón, y así estaremos siendo verdaderos discípulos de Jesús, conquistados por Él. Y podremos vivir el verdadero amor a Dios y a los hermanos, viviendo la unión profunda con el Dios de amor y la caridad fraterna, como la vivieron aquellas primeras comunidades que hicieron tan atractiva la fe en la Resurrección de Jesús.

1 comentario:

  1. La reflexión en el escrito lo dice, la doctrina social de la Iglesia tiene su fundamento en la Resurrección de Cristo, donde estemos todos como hermanos, porque quien ama a Dios también ama a sus hermanos..

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