viernes, 2 de abril de 2021

La Pasión de Jesús es nuestra vida

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La muerte de Jesús era un final previsible. A pesar de que "pasó haciendo el bien", las fuerzas del mal no soportaban que los desbancara. La obra de Jesús destruía cada una de las actitudes y de las acciones que urdía el demonio a través de sus súbditos, sobre todo aquellos que se habían puesto a su servicio para ganar dinero, prestigio, poder, a través del sometimiento de un pueblo que era fiel, humilde, sencillo, pobre. Y sobre todo de un pueblo que tenía puestas las esperanzas de la liberación, por el cumplimiento de la promesa que les había hecho Dios. Ese pueblo sencillo estaba sometido a esas autoridades religiosas que se aprovechaban de la misma esperanza que sustentaba al pueblo en su peregrinar, para amedrentarlo con castigos y escarmientos de un dios vengativo, malencarado, rabioso, que no dejaría pasar ningún resbalón en la fidelidad de ese pueblo. Lo movía más bien el terror al castigo que el deseo de ser auténticamente fieles a Dios y a su amor. Por eso, las autoridades sabían cuáles teclas había que tocar para sostener su dominio sobre todos. La presencia de Jesús en medio de la gente vino a dar al traste con aquello en lo que se sentían tan cómodos. Cristo era el Maestro que enseñaba de manera distinta, con verdadera autoridad, que, sin dejar a un lado la necesidad de la fidelidad y el escarmiento que sucede a su incumplimiento, acentuaba la figura de un Dios que no se estaba fijando en la debilidad del hombre y en su pecado, sino que tenía la mano tendida al que había caído para levantarlo y echarlo a andar de nuevo por el camino que conduce hacia la plenitud. Era Aquel, que sustentaba ese mensaje de amor con obras de amor, favoreciendo a todos, especialmente a los más débiles, a los indefensos, a los menos favorecidos. Y hacía los portentos de los que eran testigos todos, liberando poseídos, perdonando pecados, curando enfermos, resucitando muertos. Era, sin duda, la presencia de Dios en medio de ellos y lo había demostrado con creces, llegando incluso a identificarse con Él. Es por eso que se entusiasmaban cada vez más con Él y se sumaban más y más a ser sus seguidores. La palabra y la obra de Jesús eran cautivadoras, atractivas, un imán del que era imposible despegarse, cuando las verdades que proclamaba y que realizaba eran tan suaves, tan tiernas y tan hermosas, presentando a un Dios que no quiere condenar a nadie, sino que más bien "quiere que todos los hombres se salven". Por eso, ese Dios verdadero ofrece ocasiones innumerables para que el pecador se arrepienta y recupere la vida, avanzando hacia la auténtica libertad. Para los poderosos del mundo eso era intolerable, pues echaba por tierra todo el andamiaje que habían construido a fuerza de infundir terror presentando a un dios vengativo. Había que quitarlo de en medio y hacerlo desaparecer. Había que matarlo. Por eso este final de muerte era de esperarse.

Jesús sabía muy bien que así terminaría su periplo humano en la tierra. Lo vaticinó a sus discípulos: "El Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará". No era oculta para Él esta meta. Pero sabía muy bien que para resarcir el daño que el hombre se había procurado a sí mismo con el pecado, era necesario ofrecer una satisfacción proporcional al pecado cometido. El hombre, por sí mismo, no podía ofrecerlo. Por más que lo hubiera deseado se le hacía imposible, pues él no tiene el poder para ello. Por eso, desde el mismo principio, Dios determinó que sería su Hijo quien, encarnándose como un hombre más, desde la humanidad que había pecado y que debía ofrecer el resarcimiento debido, cumpliría toda la obra de rescate. Su amor no podía tomar otro camino. La alternativa era la desaparición de la humanidad de la faz de la tierra, y eso, el amor no lo iba a permitir. El amor está siempre por encima de la culpa. Así como el Padre amó al hombre, también el Hijo lo amó hasta entregarse por él. Conociendo los sufrimientos a los que sería sometido, los asumió como parte de su misión: "Aprendió sufriendo a obedecer". En los momentos de su Pasión dolorosa pide al Padre que pase de Él ese cáliz de dolor, pero inmediatamente retoma la conciencia de lo que ha venido a hacer y se sigue poniendo en las manos del Padre para cumplirlo. No habrá fuerza que lo haga desistir de su tarea, surgida del inmenso amor con el que el Padre se la encomienda y del que brota desde su propio corazón por el hombre al que ha venido a salvar. Él se convierte, así, en el siervo sufriente del que habla el profeta Isaías: "Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron ... Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una  muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores".

La Pasión cruenta y horrorosa que sufre Jesús es la demostración más fehaciente del amor. "Nadie tiene amor más grande que el que entrega la vida por sus amigos". Más aún, el que la entrega a la manera más vil que puede ser imaginada. Humillado al extremo, rechazado por todos, escupido y azotado hasta la saciedad, cargado con la pesadísima Cruz, abandonado por los suyos, con lo cual la sensación de soledad es absoluta. El sufrimiento físico de Jesús es inimaginable. Como lo es también el sufrimiento de su espíritu, no solo al verse abandonado y solo en medio de tantos tormentos, sin nadie que salga en su defensa, por lo cual en el momento quizás más álgido de esa soledad llega incluso a reclamarle a Dios: "Padre, ¿por qué me has abandonado?" Ese sufrimiento espiritual incluía llevar sobre sus hombres, ya no solo el peso de la Cruz de madera, sino el de la Cruz invisible de los pecados de la humanidad de todos los tiempos y de todos los espacios. Los tuyos y los míos, los que hemos cometido, los que cometemos y los que cometeremos en el futuro. Todo eso se sumaba al peso físico de esa Cruz de horror. Pero Él no se echó atrás: "Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes". Lo que nos correspondía sufrir a nosotros, lo asumió Él sobre sus espaldas. Son nuestras culpas, los pecados del hombre de ayer, de hoy y de mañana, los que lo clavan en la Cruz. Pero así estaba determinado su fin para la salvación del hombre. La muerte de Jesús es la vida de la humanidad que se alejó de Dios. No había otra manera de satisfacer: "Llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna". El paso de la Pasión no será el final. La muerte de Jesús se trastocará en victoria absoluta con su resurrección. Y será nuestra victoria. Así como asumió nuestra humanidad para entregarse a la muerte y resarcir el daño que habíamos infligido, también desde esa misma naturaleza glorificada por la resurrección, nos regalará su victoria y nos hará también a nosotros gloriosos.

4 comentarios:

  1. Ayúdanos a vivir un ayuno gozoso al saber renunciar a todo lo q no sea tu santa voluntad. Porque seguimos crusificando al Señor?

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  2. Este día oro también por nuestra Iglesia, por nuestra unidad como cristianos, y por los que no creen en Ti. Haz que tu Santo Espíritu nos ilumine para seguirte en el camino de la cruz, que es el paso para la resurrección...camino de salvación. 💜

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  3. Así como dice la reflexión, la muerte de Jesús es la vida de la humanidad que se alejó de Dios y la Resurrección se convierte en la Victoria absoluta de él y de todos nosotros..

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  4. Así como dice la reflexión, la muerte de Jesús es la vida de la humanidad que se alejó de Dios y la Resurrección se convierte en la Victoria absoluta de él y de todos nosotros..

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