martes, 20 de abril de 2021

Añoremos el Pan de Vida que nos da Jesús, que es Él mismo

 LECTURAS DEL DOMINGO XVIII DEL T. ORDINARIO 5 DE AGOSTO (VERDE) | MISAL  DIARIO

Existe entre los hombres, sobre todo en aquellos que quisieran ser seguidores de Jesús, una continua diatriba entre los beneficios que se pueden obtener en ese seguimiento, particularmente si ellos son materialmente favorables o no. Se confunde el seguimiento de Jesús con una especie de seguro contra males. Quienes están cerca de Cristo, siendo fieles a su amor, cumpliendo su voluntad, haciendo lo que Él pide, frecuentemente creen que por ello están exentos de todo mal. Incluso muchos que ya están en el camino de la fidelidad quieren convencer a los otros a acercarse también ellos para lograr que todos los males desaparezcan de su vida. Está claro que Dios puede hacer que los males se alejen de los suyos. Pero en la realidad, quien funda su fidelidad en no sufrir males por estar cercano a Dios, ha puesto una base muy endeble a su fe. Se puede verificar que muchos hombres y mujeres buenos, que viven su seguimiento a Dios con fidelidad, siguen sufriendo males, persecuciones, rechazos, enfermedades, y hasta la muerte, por ser fieles. No es cierto, entonces, que ponerse al lado de Dios inmuniza contra lo malo que puede vivir el hombre. Si es así, ¿qué es entonces lo que haría atractivo seguir con ilusión y fidelidad a Dios? ¿Cuál sería la ganancia que se obtiene por estar cerca de Dios, si no se gana nada mejor de lo que se vivía antes de seguirlo? Es necesario, entonces, hacer el discernimiento de la ventaja que representa querer ser de Dios, pues en múltiples ocasiones nos percatamos de que los que sirven al mal, reciben muchas más compensaciones materiales que los que sirven al bien. Incluso muchos buenos llegan a ver hasta con envidia a los malos, pues son mucho más favorecidos a su entender que ellos mismos.

Es una inquietud que ha estado presente siempre. Muchos de los salmos del Antiguo Testamento son un reclamo a Dios por el mal que sufren los que son fieles, frente a todos los bienes que reciben los malos. Se hace necesario que haya entonces un itinerario distinto en el discernimiento. No se debe partir de los beneficios que se alcancen actualmente, los temporales y pasajeros, sino de los que se obtienen establemente y que nunca desaparecerán. Puede ser que haya bienes que se obtengan en lo cotidiano. Dios también puede hacerlo, pues no hay nada imposible para Él. Podríamos ubicar en esa categoría los milagros que conocemos como obras portentosas y maravillosas que realiza Dios, por intercesión de sus santos. Pero son eso, portentos. No es la manera normal de su actuación. Por ello, a pesar de que siempre podremos obtener favores y beneficios, como en efecto sucede en nuestras vidas, es cierto que nuestra expectativa no puede agotarse en ello, pues estamos llamados a algo más elevado. Dios nunca nos promete la ausencia del dolor. Lo que sí nos promete es su presencia que nos consuela, nos alivia y nos fortalece, en medio del sufrimiento en su nombre y por fidelidad a Él. Y esta es la experiencia de todos aquellos elegidos suyos para ser sus anunciadores en medio de un mundo que sigue valorando más lo material que lo espiritual. Lo vivió San Esteban, el primer mártir cristiano, que se entregó de lleno al anuncio y obtuvo como compensación física su muerte: "Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: 'Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios'. Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: 'Señor Jesús, recibe mi espíritu'. Luego, cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo: 'Señor, no les tengas en cuenta este pecado'. Y, con estas palabras, murió". Su premio no fue una vida muelle o desahogada. Su fidelidad le atrajo la muerte. Y él la asumió con gallardía, con valentía y con ilusión, pues había valorado y discernido bien en qué consistía la plenitud a la que era convocado por su fidelidad.

En ese camino de fidelidad que deben emprender los discípulos de Jesús, en medio de los sufrimientos y persecuciones, no nos deja el Señor desamparados, a nuestra merced. Él mismo se monta en la barca que nos invita a hacer bogar en el mar del mundo y nos acompaña. Pero no solo eso. Va más allá, ofreciéndonos el alimento que nos fortalece y que nos renueva para poder seguir llenos de ilusión en la misión que nos encomienda, que no es otra que la de seguir su misma obra de salvación en nuestro tiempo y en el tiempo de cada enviado: "En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús: '¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”'. Jesús les replicó: 'En verdad, en verdad les digo: no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo'. Entonces le dijeron: 'Señor, danos siempre de este pan'. Jesús les contestó: 'Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás'". No promete Jesús ausencia de conflictos o de sufrimiento, sino alimento para la fortaleza en el testimonio que deben dar. Y es en esto en que los discípulos debemos poner el acento. La compensación no es la ausencia del dolor, sino la presencia suya en nosotros que nos llena de paz y de consolación, y que nos da la fortaleza que necesitamos para mantenernos en el camino de la fidelidad, que es el que dará la plenitud del gozo. La presencia de Jesús en el corazón del hombre llena de alegría, da la mayor ilusión para seguir adelante, nos anima a seguir en nuestro camino, en medio de nuestro mundo muchas veces hostil, pues nos asegura que estamos avanzando hacia la plenitud que nos pertenece ya en promesa, pero que será realidad plena cuando lleguemos después de nuestro periplo a la presencia del Padre del amor y vivamos la felicidad total en su presencia por toda la eternidad.

5 comentarios:

  1. Señor, acrecienta nuestro Amor, el hambre de vida, de amor, es el alimento que nos puedes dar y nutrir con tu palabra☺️

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  2. Amén!! Que tenga un Bendecido día Padre Ramón un abrazo grande a la distancia

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  3. Sólo Jesús es el *Pan* que sacia... 🙏♥️

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  4. Jesús sólo se ofrece a si mismo como la palabra de Dios,y desea la adhesión de otras personas y se ofrece como alimento para otros, en una cadena que llegue hasta la vida eterna.

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  5. Jesús sólo se ofrece a si mismo como la palabra de Dios,y desea la adhesión de otras personas y se ofrece como alimento para otros, en una cadena que llegue hasta la vida eterna.

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