sábado, 17 de abril de 2021

Dios nunca nos deja solos al enviarnos al mundo a anunciar la Buena Nueva

 Sabores de Dios: Ánimo. Soy yo. No temáis

Los cristianos somos los hombres de la fe, de la confianza, de la certeza. No somos los hombres del miedo o del temor. Al haber sido convocados a la vida, al haber sido elegidos por Jesús, al haber sido enviados al mundo para anunciar la mejor noticia que podía recibir la humanidad, hemos sido también enriquecidos con la fuerza del Espíritu Santo, que es nuestro fundamento y nuestra fortaleza. Cuando nos hacemos conscientes de estas capacidades que nos regala el Señor para que podamos cumplir nuestra tarea en el mundo, debería hacerse imposible que los obstáculos que se empeña el mal en poner en nuestro camino nos puedan detener o intimidar. No hay jamás fuerza superior a la del amor y a la del bien. Así como Jesús no fue vencido, ni siquiera muriendo en la Cruz, tampoco ningún cristiano podrá ser vencido, pues tiene la misma vida de Jesús, su poder y su amor. La convicción de estar en las manos de Dios, de que la promesa de Jesús se cumple, al igual que se cumplen todas las que hace -"Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo"-, la de la victoria segura del amor y del bien, igualmente se cumplirá. Nos falta barruntar en nuestro corazón y en nuestro espíritu esta convicción, que es la que sustentará sólidamente nuestra fortaleza interior para emprender con entusiasmo y convicción la misión de hacer llegar el amor de Dios a todos los hombres. Ninguna excusa podrá servir para dejar de hacer lo que tenemos que hacer. No podemos confundir el bienestar material, la ausencia de conflictos, los buenos sentimientos hacia nosotros, con el estar cumpliendo correctamente con nuestra tarea. El vivir holgadamente, tanto material como emocionalmente, no necesariamente significa que se estén haciendo bien las cosas. Muchas veces eso será, por el contrario, signo de que hemos huido de nuestro compromiso, de que nos ha ganado el mal, pues el ser neutral de ninguna manera es lo deseable en el hombre de fe. Quien no se opone decididamente al mal, se ha hecho su cómplice. Para el cristiano la felicidad no se sustenta en la ausencia de problemas, sino en ser dócil a lo que quiere el Señor de él. El que surjan conflictos, enfrentamientos, persecuciones, lejos de entristecerlo o de atemorizarlo, debe ser el acicate para seguir adelante en el cumplimiento de la tarea, pues significa que se está haciendo lo correcto contra el mal y éste está reaccionando. Más aún cuando se tiene la certeza de que en esa ruta jamás se está solo, sino que se tiene el acompañamiento cierto de quien es la fuente del bien.

De alguna manera esta certeza la quiere transmitir siempre Jesús a sus seguidores. Él va con cada uno de ellos, y quiere que sientan el consuelo de su amor y de su poder en cada instante de su misión. No es que Jesús prometa la ausencia de desavenencias o de conflictos. Lo que promete es que en medio de ellos, Él estará siempre presente fortaleciendo, consolando y animando. Las tormentas estarán siempre presentes en el camino, pero Jesús irá también junto al discípulo, sosteniendo y llenando de esperanza, calmando tempestades, curando heridas y fortaleciendo ánimos. De no ser así, sería imposible avanzar en la evangelización que Él encomiendo a los suyos: "Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: 'Soy yo, no teman'. Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban". Muchas veces podrá ganarnos la idea de que vamos solos, de que el Señor nos ha abandonado, de que no nos escucha. Nos preguntaremos cuándo se cumplirá todo lo que el Señor nos ha prometido, cuándo se dará la gran victoria del bien, cuándo el mal será definitivamente derrotado, por qué el Señor no actúa directamente y se hace presente para apoyar esa lucha de manera portentosa, por qué no hace nada para hacer que el bien triunfe definitivamente. Añoramos ver la mano de Dios que arrasa a los malos. Para sentir la paz interior y no dejarnos ganar por estas incertidumbres, debemos cambiar el foco. Debemos no querer ver lo que no hace Dios, sino abrir los ojos del espíritu para poder ver siempre lo que hace y darnos cuenta de todo lo que trabaja en favor de cada uno, fortaleciéndonos y confiando en nosotros, poniendo en nuestras manos la tarea que pedimos que Él realice. Debemos mirarnos hacia dentro para percibir siempre la obra del Señor en nosotros y la confianza que nos ha tenido al encomendar a nuestro cuidado a cada hombre y al mundo.

De esa manera actuó la Iglesia que nacía. Aun cuando los seguidores de Jesús vivían el ideal comunitario, no dejaban de estar presentes en medio de ellos conflictos y necesidades. Los conversos de origen griego empezaron a sentir que los suyos no eran tan bien atendidos como los que venían del judaísmo, por eso se dirigen a poner el reclamo ante los apóstoles, quienes en uso de su autoridad toman la decisión: "En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas. Los Doce convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron: 'No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escojan a siete de ustedes, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra'". En aquella Iglesia que nacía era necesario ir creando estructuras. Era no solo una realidad espiritual, sino una comunidad formada por hombres que necesitaba tener un ordenamiento mínimo. Había que salirle al paso a los posibles conflictos para minimizarlos y resolverlos. Y era esa la manera en la que actuaba Dios en su Iglesia. Él había confiado a los suyos la tarea y esperaba que ellos cumplieran bien con ella. Así será siempre. La Iglesia, fundada por Jesús y encargada de una tarea muy específica en el mundo -"Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda la creación"-, es el instrumento que ha establecido Dios para actuar. Él podrá hacerlo directamente cuando lo desee, pues sigue siendo el Dios todopoderoso, pero ha establecido que el camino normal de su actuación sea a través de su Iglesia. Si no hay más bien en el mundo, si el mal sigue obteniendo victorias, si no percibimos la acción de Dios en favor de los buenos y en contra de los malos, muy probablemente sea porque sus discípulos no hacemos lo que nos corresponde y hemos abdicado de nuestra responsabilidad. El Señor nos dice que no tengamos miedo de actuar. Él va con nosotros siempre. No podemos dejar a un lado nuestra tarea.

3 comentarios:

  1. Gracias Señor por no temerte, te suplicamos que envíes al Espíritu Santo para que en este momento sea un auténtico encuentro contigo😌

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  2. La promesa de Jesús "Yo nunca los dejaré solos" significa que conflictos vamos a tener pero él calmará la tormenta y tengamos siempre presente,que estará con nosotros hasta el fin del mundo.

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  3. La promesa de Jesús "Yo nunca los dejaré solos" significa que conflictos vamos a tener pero él calmará la tormenta y tengamos siempre presente,que estará con nosotros hasta el fin del mundo.

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