martes, 6 de abril de 2021

Resucitamos con Jesús, y nos hacemos resucitadores de los hermanos

 La Biblia: reflexiones y curiosidades: ¿Contradicciones en los relatos de  la resurrección?

Las experiencias que van teniendo los discípulos de Jesús al verificar el cumplimiento de su palabra acerca de su propia resurrección, se van sucediendo una tras otras, cada una más maravillosa que la anterior. María Magdalena es la primera testigo de estos acontecimientos grandiosos que establecen una novedad absoluta en la vida de la humanidad y del mundo entero. Su fidelidad y su amor a Jesús son mantenidos más allá de la muerte del Señor. Ella mejor que nadie había probado el amor infinitamente misericordioso que podía desplegar Jesús sobre los pecadores. Ella misma había escuchado de los labios del Redentor la sentencia que da la auténtica identidad al Dios del amor: "Porque ha demostrado tanto amor, perdonados son todos sus pecados". De ella expulsó los siete demonios que la azotaban, y por ello se hizo discípula fiel del Señor. Ya no se despegaría más de quien había sido tan benévolo y había derramado toda su misericordia sobre ella. No habría otra realidad que la ocupara. No valía la pena servir a nadie más, mucho menos al pecado al que antes ella estaba entregada y era su servidora. Nada le daría más plenitud que el perdón que había recibido, y por ello era absurdo alejarse de nuevo de Aquel que le había aportado tanto gozo y la había hecho sentirse otra vez digna a los ojos del mismísimo Dios. Por eso, ella, entregada al amor hacia Jesús, es la primera que se acerca al sepulcro apenas pasó el sábado para cumplir con el ritual que no había sido concluido por ser el día santo del reposo. Su sorpresa es que se encuentra el sepulcro vacío y por eso entra en tristeza. El cuerpo de Aquel que había transformado su vida y trastocado todas sus prioridades, había desaparecido. No se imaginaba ella que no estaba por la virtud de la resurrección, sino que pensó que habían robado el cuerpo.

Y para aclararle lo que estaba sucediendo, en atención al cumplimiento de la palabra de Dios anunciada desde antiguo, se le aparecen los dos ángeles que le preguntan por la razón de su llanto, y después, el mismo Jesús, al que ella confunde con el hortelano y que luego se hace identificar al llamarla por su propio nombre. Suponemos que la figura del Cristo resucitado tenía algo que lo diferenciaba de su figura anterior a la muerte, pues son varias las ocasiones en que no es reconocido a la primera, sino solo cuando Él mismo se identifica. María lo reconoce al escuchar su voz y su nombre pronunciado por sus labios. Quizá al nombrarla daba una entonación propia que ella reconoció inmediatamente. A cada discípulo suyo, Jesús lo llama de una manera particular, propia, que pertenece solo a él. Y así, con toda seguridad, nos llama a cada uno de los que queremos ser sus seguidores. Podemos distinguir la voz del Señor por encima de cualquier otra voz. Jesús, habiéndola contado entre sus seguidores, al revelarse en sí mismo, la hace la primera anunciadora de la Resurrección: "Jesús le dice: '¡María!' Ella se vuelve y le dice: '¡Rabbuní!', que significa: '¡Maestro! Jesús le dice: 'No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre de ustedes, al Dios mío y Dios de ustedes”'. María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: 'He visto al Señor y ha dicho esto'". Una mujer, para despecho de quienes tildan a Jesús, a la Iglesia, a la fe cristiana, de machistas, es la primera anunciadora de la Resurrección del Salvador. Es la mayor dignidad que se puede imaginar sobre algún anunciador de Cristo. Los apóstoles reciben la primera noticia de la Resurrección, de una mujer, más aún, de una que había sido rescatada del lodo del pecado y liberada de los demonios que la azotaban.

Cuando la Iglesia naciente asume ya, llena de gozo y de confianza en la fuerza de la Resurrección, la verdad irrefutable del triunfo de Cristo sobre el pecado, sobre la muerte y sobre el mal, pierde todo el temor. Esa semilla había que sembrarla. Esa noticia había que darla a conocer. Es lo mejor que le ha sucedido a la humanidad en toda su historia y no puede ser callado. La felicidad de esa Iglesia, para ser completa, debía ser gritada a los cuatro vientos. A medida que va siendo conocido por todos, esa misma felicidad aumenta y se consolida. Quien se hace anunciador de la verdad de la Resurrección de Cristo, va aumentando su gozo y se va consolidando más en su propia convicción. Sabe que él mismo ha resucitado con Jesús y que como resucitado, debe llevar esa resurrección a todos para que la vivan también los hermanos. Se convierte en resucitado y en resucitador. Fue lo que vivieron los apóstoles que, cuando recibieron la fuerza del Espíritu Santo como alma y propulsor de todo anuncio, fueron por todo el mundo a predicar el amor de Jesús. Así hizo Pedro apenas vivió el gozo de la resurrección: "El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: 'Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha constituido Señor y Mesías'". Y así, fue haciendo que todos los oyentes se convirtieran y resucitaran también a la nueva vida que Jesús proporcionaba con su propia resurrección: "Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: '¿Qué tenemos que hacer, hermanos?' Pedro les contestó: 'Conviértanse y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para ustedes y para sus hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro'. Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo: 'Sálvense de esta generación perversa'. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas". Los resucitados con Jesús se convierten en resucitadores de sus hermanos. De esa manera el tesoro de la plenitud es puesto en las manos de todos. Cada cristiano, resucitado por Jesús, se debe hacer resucitador de los demás, pues su gozo está en hacer llegar la nueva vida a sus hermanos, beneficiarios también de la Redención de Cristo.

1 comentario:

  1. Quien se hace anunciador de la verdad de la Resurrección de Cristo, aumenta su gozo y se hace partícipe de la resurrección de si mismo con Jesús, y que debe llevar ese anuncio y vivir ese disfrute con sus hermanos.

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