miércoles, 21 de abril de 2021

El ¨mal" de la muerte de Cristo se convirtió en el mayor bien para nosotros. Él es Pan de Vida

 Ésta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna  | InfoVaticana

En el refranero popular, arca de la sabiduría del pueblo llano, que está basada más en las experiencias que se viven que en la profundización en las ideas, aunque no esté descartada la capacidad de inteligencia y de discernimiento que tenga la gente sencilla, nos encontramos con frases que dan más iluminación a la verdad que las grandes disertaciones que se puedan hacer. En él hallamos esta frase: "No hay mal que por bien no venga". Es la capacidad del pueblo de extraer de sus experiencias duras y dolorosas, las consecuencias positivas que necesariamente deben tener. Las experiencias negativas, para este pueblo, deben ser también aprovechadas. Dado que estarán siempre presentes en la vida cotidiana, se debe tener la capacidad de convertirlas en riquezas para la vida futura. En todo caso, deben ser transmutadas para sacar provecho de ellas, y nunca permitir que sean solo destructivas. En medio del mal, del dolor y de la frustración que sin duda se vive cuando se experimentan, se debe ser capaz de convertirlas en riquezas que sirvan de enseñanzas para el futuro. Los problemas, lejos de ser una rémora, deben ser oportunidades de crecimiento. Esta sabiduría popular se alinea perfectamente con las enseñanzas de los grandes sabios y santos de la Iglesia. San Agustín enseñaba que Dios es experto en sacar consecuencias buenas del mal que pueden vivir los hombres. Por otro lado, tenemos la convicción de que Dios nunca permitirá que suceda nada que al final no tenga consecuencias buenas para los hombres. Esto entra en la lógica del amor de Dios. Él quiere solo lo bueno para nosotros. Y cuando sucede algo malo, no por su voluntad, sino por la voluntad humana que hace mal uso de su libertad, Él estará siempre como bombero atento para sofocar el fuego que se haya producido, y transformar el mal en un bien para el hombre.

Esto lo vivió en carne propia la Iglesia naciente. Después de la lapidación de San Esteban, primer mártir cristiano, se desató la persecución contra aquellos que profesaban la nueva religión. Las autoridades judías reaccionaban contra lo que, entendían ellos, era la amenaza más peligrosa hacia sus privilegios. Notaban que cada vez eran más los seguidores de Jesús y con ello perdían el poder y el dominio que ejercían sobre ese pueblo sencillo que seguía entusiasmado la noticia de la nueva vida que ofrecía el Señor a través de sus enviados: "Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia; penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres. Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría". En efecto, como "No hay mal que por bien no venga", la ocasión de la huida de aquellos que eran perseguidos por anunciar la Buena Nueva de Jesús, de su amor y de su salvación, era la oportunidad de hacer el anuncio en las ciudades por las que iban pasando. Así muchos hombres y mujeres de otros lugares fueron conociendo la Verdad y se iban adhiriendo al nuevo camino, el que abría Jesús para la salvación de todos. Dios, experto en transmutar el mal en bien, convirtió la persecución en el mejor instrumento para darse a conocer a través de la palabra y el testimonio de los que iban huyendo y visitando en su huida nuevos pueblos. No evitaba la persecución, pero sí la convirtió en ocasión de salvación de muchos.

El objetivo de Dios es que el hombre alcance su plenitud, y que esa plenitud alcance su zenit en la eternidad. Por ello, en la vida cotidiana procurará que incluso el mal se mute en tesoro para el camino de avance hacia esa meta. Y aun va más allá. Se preocupa de que la obra de Jesús nunca se dé por terminada, sino que hace que su Hijo siga presente para siempre entre nosotros, haciéndose compañero de camino, sustento con su amor, alivio en los dolores, ejemplo de paciencia y de humildad. Y, principalmente, llegando a ser el centro del fortalecimiento de los discípulos, en alimento que sustentará el camino hacia la vida eterna. En los días de su vida en la tierra anuncia lo que está dispuesto a hacer para nunca dejar abandonados a los hombres. Afirma: "Yo estaré con ustedes hasta la vida eterna", y anuncia en el discurso del Pan de Vida, que magistralmente hila San Juan, que su promesa será cumplida cabalmente y de la manera más extraordinaria: convirtiéndose Él mismo en el alimento que dará el sustento para el camino de los cristianos, que los sostendrá en su vida de testimonio diario y en su empeño por ser mejores, por hacer mejores a los demás y por hacer un mundo mejor para todos. Jesús es el alimento espiritual que hará que no sea necesaria la búsqueda de otros apoyos para poder tener fuerzas para avanzar. Y será no solo el alimento como Eucaristía que fortalece y que da vida, sino que será el que estará presente en la tierra para que se pueda recurrir a Él en la ocasión en que se desee, para sentir su amor, su ternura, su alivio, su consuelo, su fortaleza. Esta seguridad de tenerlo a la mano, llena de confianza y de fe al cristiano: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como les he dicho, ustedes me han visto y no creen. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Es la promesa de su compañía y de convertirse en el Pan de Vida para la vida eterna. Con esa promesa, los cristianos no tenemos nada que nos falte. El "mal" de la muerte de Cristo se convirtió para todos en causa de vida. El mayor mal se trastocó en el mayor bien para todos.

3 comentarios:

  1. Con Jesús podemos estar seguros de su promesa como lo que ha dicho “Estare con ustedes al final de los tiempos” Estamos concientes de la palabra de Dios?

    ResponderBorrar
  2. "Yo estaré con ustedes hasta la vida eterna" Amen.

    ResponderBorrar
  3. "Yo estaré con ustedes hasta la vida eterna" Amen.

    ResponderBorrar