miércoles, 1 de enero de 2020

Tu Madre, Jesús, es mi Madre y mi modelo

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Iniciar un nuevo año bajo el auspicio de María, la Madre de Dios, es lo mejor que nos puede pasar. Sabiamente la Iglesia nos coloca a todos sus miembros bajo el patrocinio de Aquella que es el emblema de lo que debemos ser todos los cristianos. Ella, como dice San Agustín, pudo concebir en su vientre al Dios Redentor, porque ya previamente lo había concebido en su corazón. Es la Madre de Dios, del Hijo de Dios que se encarna en su vientre inmaculado y santo -"Llena eres de Gracia", le dice Gabriel, reconociendo su condición de mujer libre de pecados-, pues ha puesto todo su ser a la disposición del Dios todopoderoso al cual servía: "Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí según tu palabra". Su ser completo es de Dios, que la ha tomado para sí y Ella misma hace el reconocimiento de las obras maravillosas que Dios hace y hará en Ella y por su intermedio: "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación". Su actitud es la de la humildad que no se arroga para sí la autoría de las obras maravillosas, sino que reconoce como única fuente de ellas al Dios todopoderoso que las hace en Ella y a través de Ella. Toda la historia de la humanidad estará llena de esas obras maravillosas que hará Dios teniendo como instrumento privilegiado a María. Un atisbo de ello ya lo tenemos en el Evangelio, cuando María se convierte en la perfecta intercesora ante su Hijo de la necesidad y el apuro que vivían aquellos jóvenes esposos que corrían el riesgo de fracasar en la celebración de sus bodas, al acabárseles el vino. Ella arranca de Jesús el primero de todos sus milagros, convirtiendo el agua en vino. "Así, en Caná de Galilea, comenzó Jesús sus signos", sentencia San Juan en su Evangelio. Esa figura de intercesora privilegiada ante su Hijo Jesús es la que cumple y seguirá cumpliendo siempre. Por eso, algunos santos padres de la Iglesia han llegado a llamarla "La Omnipotencia Intercesora", "La Medianera de todas las Gracias", por cuanto su Hijo Jesús nunca se atreverá a negar a su Madre nada de lo que Ella le pida en favor de sus hijos. Es la Madre del Dios topoderoso -su prima Isabel no duda en llamarla "La Madre de mi Señor"- y, en cierto modo, aun cuando Ella sigue y seguirá siendo siempre criatura de ese Dios infinito, ejerce también sobre Él la amorosa autoridad materna natural.

María es el prototipo de lo que debemos ser todos los cristianos. Bajo la luz de lo que Ella es debemos poner todo nuestro ser, hacer revisión personal de lo que somos y enrumbar nuestra vida para que sea lo que Dios quiere que sea en el seguimiento del modelaje que representa su Madre. Así como fue pura, inmaculada y santa, y por esa condición llegó a ser la Madre de Dios concibiendo en su seno al autor de la vida, también cada uno de nosotros debe procurar mantenerse limpio delante de Dios para permitirle a Él entrar de lleno en nuestras vidas. Que el lugar que le corresponde a Él en nuestros corazones no esté invadido por ninguna realidad distinta u opuesta a Él. Que estemos libres de todo lastre que impida su llegada a nosotros. Así como Ella puso en absoluta disponibilidad en las manos de Dios todo su ser para que el Señor cumpliera en Ella su obra, también nosotros debemos dejar de lado toda duda ante la propuesta de Dios para actuar en nosotros y por nuestro intermedio en nuestros hermanos, y permitir que su accionar sea expedito y sin obstáculos. Así como se ocupó de la necesidad acuciosa de su prima Isabel, anciana embarazada que necesitaba apoyo, que estemos también nosotros bien dispuestos para salir decididos y esperanzados en ayuda de los más necesitados. Y que intercedamos por ellos como lo hizo nuestra Madre ante Jesús por los esposos en Caná. Así como Ella aceptó el encargo de ocuparse de cada uno de nosotros como hijos suyos y nos toma de su mano amorosa para invitarnos suavemente a hacer lo que Jesús nos diga, que todos seamos testimonio del amor de Jesús en nosotros y hagamos de nuestras vidas una invitación constante a los demás para que vivan también ellos la misma alegría que vivimos al estar en el amor de Dios. María abre el camino y es el prototipo de todo cristiano. Ella es figura de lo que todos debemos ser. Seguir su modelo es la mejor manera de asegurar el ser buen cristiano. Seguir sus pasos nos asegura poder llegar también nosotros a disfrutar de esa eternidad en el amor que ya Ella está viviendo gozosa.

Y en este inicio del año en el que la Iglesia ya desde hace algunos años nos invita a todos los cristianos a unirnos en una oración sentida y comprometida por la Paz en el mundo, también María, la Reina de la Paz, nos sirve de modelo. Ella fue la causa de la paz en la familia de Nazaret. Sus formas suaves, femeninas y maternales seguramente hicieron que el clima de paz fuera el clima normal en la vida de familia. No era una paz alcanzada simplemente por la ausencia de conflictos. Recordemos que tuvo que llamar la atención al joven Jesús por habérseles perdido en Jerusalén. La paz es activa, no pasiva. Hay que evitar, como decía el gran Papa San Pablo VI, la tentación del "falso irenismo", que evita el conflicto simplemente por guardar una forma que no contribuye a alcanzar una verdadera armonía. No basta con rezar para que ella reine en el mundo, sino que cada uno debe comprometerse por luchar para que ella se siembre en el corazón de cada hombre. La paz se inicia en la persona. Es la convicción de cada uno la que debe ser conquistada para que se convierta en adalid de esa paz que es el deseo más profundo que vive la humanidad en su corazón. María es instrumento de paz. Ella en su estilo de Madre amorosa y preocupada por sus hijos nos lleva también de su mano para que seamos sembradores de paz a nuestro alrededor, empezando por nuestros propios corazones y siguiendo por nuestras propias familias, para que se vaya transmitiendo ese espíritu de paz en todos los ámbitos en los que nos movemos cada uno. Es la responsabilidad de cada uno y de la cual no podemos abdicar. María es, así, reclamo para cada uno de nosotros para saber qué pasos dar para ser buenos discípulos de su Hijo Jesús y para ser sembradores de paz como Ella lo fue.

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