miércoles, 15 de enero de 2020

Mi plenitud está en encontrarte, Señor. Por eso te dejas encontrar

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El itinerario de nuestra vida de fe se puede resumir en dos palabras: Búsqueda y Encuentro. En primer lugar, Dios absolutamente suficiente en sí mismo y, por lo tanto, en nada necesitado de nosotros, salió de su intimidad profunda y quiso sumergirse en su propia creación, sobretodo en el ser que lo motivó a ese movimiento de salida que es el hombre, razón última de la existencia de todo y objeto final de su amor. Eso implicó para Él un movimiento inédito en su ser, que era el de acercarse a aquel que había salido de sus manos amorosas. Quien no necesitaba de nada ni de nadie, en un momento de su historia eterna decidió "necesitar". No existe otra explicación posible para ello que el amor de oblación que está en su esencia más íntima. Es ese amor que busca donarse para el bien del amado, sin otra pretensión que la de su felicidad. Dios no necesita de nosotros, pero quiere que estemos con Él. En esa acción portentosa de su creación, de la cual surge como centro que le da sentido a todo el hombre, puso en el ser del hombre creado la añoranza de su Creador. Dios puso en el hombre el deseo de estar con Él, de necesitar de su amor para estar completo. Es la plenitud por la cual suspira siempre el hombre, aun inconscientemente, que logrará satisfacer solo en el momento en que se encuentre con Dios, su Creador, y le deje entrar en su corazón para que lo llene todo y le dé esa sensación y la seguridad de que solo en Dios está el sentido de su vida. Ambas necesidades están en el camino de la fe. Dios sale al encuentro del hombre y el hombre emprende el camino para encontrarse con Él. Solo en el encuentro pleno y satisfactorio de ambos, se cerrará el ciclo de este círculo de necesidades mutuas. Si el hombre llegara a emprender ese camino de búsqueda contando solo con su esfuerzo, no llegará nunca a esa plenitud añorada. Ese deseo que Dios imprimió en el hombre será satisfecho solo si el hombre descubre que también Dios sale a su encuentro, y "se deja" encontrar.

Es lo que sucedió con Samuel, como nos lo relata la Sagrada Escritura. Tres veces llamó Dios a Samuel: "Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor. El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo: 'Aquí estoy, porque me has llamado'". No es hasta el momento en que Elí, el sacerdote, descubre que hay una intencionalidad divina en la llamada insistente a Samuel y lo pone sobreaviso, que se da ese encuentro plenificante. "Dijo a Samuel: 'Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: Habla, Señor, que tu siervo escucha'". Tenía que darse en Samuel esa intención de encontrarse con Dios. Y es solo cuando se llena ese requisito que se da la plenitud. "El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: 'Samuel, Samuel'. Respondió Samuel: 'Habla, que tu siervo te escucha'. Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras. Todo Israel, desde Dan a Berseba, supo que Samuel era un auténtico profeta del Señor". Dios salió al encuentro de Samuel, y Samuel dispuso su espíritu para recibirlo. Solo entonces se logró el encuentro auténtico y real entre Dios y su siervo. Es lo mismo que sucede con cada hombre y cada mujer que quiere encontrarse con Dios. No basta que haya una intencionalidad en Dios independientemente de la del hombre. Dios ha salido a nuestro encuentro siempre. Y en la plenitud de los tiempos lo hizo con Jesús. Dios mismo entró en la historia de la humanidad, haciéndose uno más de nosotros, para que ese encuentro no tuviera manera lógica de no darse. Solo se dejará de dar si el hombre se niega expresamente a tenerlo, pues en Dios existirá siempre esa intención hacia su criatura amada. La mayor demostración de esto es la encarnación del Verbo. "Y el Verbo (¡Dios mismo!) se hizo carne y habitó entre nosotros".

Dios se ha puesto al alcance de la mano del hombre. Se ha hecho cercano, tanto que "se despojó de su rango, pasando por uno de tantos". Nadie podrá aducir que el encuentro con Él sea imposible, por cuanto Él mismo se ha encargado de eliminar todos los obstáculos que podían existir. Cuando esta convicción se da en el hombre, con el añadido de tener conciencia de que esa es su plenitud, nada puede detenerlo en su camino de búsqueda y encuentro de Dios. Basta con tener la misma disposición de Samuel, y desde lo más íntimo del corazón decirle a Jesús "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". Se trata de buscarlo con la seguridad de encontrarlo y de obtener su favor. Así lo relata el Evangelio. Cuando los contemporáneos de Cristo descubrieron su amor y su poder, no cejaron en su empeño de buscarlo: "Le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios". Incluso en la oportunidad en que Jesús "se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar", buscando la intimidad con el Padre, los hombres lo buscaban insistentemente. "Todo el mundo te busca", le dijeron los apóstoles. Jesús tenía plena conciencia de que era el Dios que había salido al encuentro del hombre y por lo tanto no se podía negar a dejarse encontrar. Que lo encontraran era su dicha. Hacer el bien a su amado, el hombre, era su felicidad. Y sabía muy bien que esa misión era para cumplirla con todos. Por eso responde: "'Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido'. Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios". Es una tarea que para Él no tenía reposo. Había salido de Dios, había dejado su gloria infinita para dejarse encontrar. Y es la tarea que sigue cumpliendo hoy. "Todo el mundo te busca", hoy también, Señor. Todo el mundo necesita de ti. Muchos lo hacen conscientemente, sabiendo que en el encuentro contigo está la plenitud y la felicidad total. Otros te buscan inconscientemente y a veces equivocan el camino, creyendo que la felicidad está en cosas vanas y pasajeras. Pero en todos está la realidad irrefutable de que la única vía para alcanzar su plenitud está en buscarte a ti, en encontrarte, viviendo así la dicha mayor, y en entregarse enteramente a ti para que seas su gozo y su plenitud.

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