viernes, 10 de enero de 2020

Te amo, Señor, y por eso no puedo dejar de amar a mi hermano


La eternidad es eternidad de amor. Dios es amor. Y Él es quien llena ese eternidad con su presencia. Ese amor ha actuado siempre. Desde la la misma intimidad divina ha estado siempre en acción. Dios se ama a sí mismo, no en el sentido narcisista que podríamos pensar sino en el sentido de dar simplemente rienda a lo que es el ser íntimo divino. Ese amor a sí mismo resultó en una "explosion" de amor que desembocó en la creación. Es lo que hoy conocemos como el mundo material. Hasta ese momento Dios tuvo amor solo por sí mismo, pues no había otro ente al que amar. Desde la creación Dios empezó a tener un objeto distinto en su amor. Empezó a amar al hombre y todo lo demás existente... Ese amor lo empezó a manifestar directamente, pero en algún momento decidió hacerlo a través de sus mediaciones. Instrumentos que fueron hombres y mujeres como los patriarcas, los jueces, los reyes, los profetas. Cada uno, de alguna manera, fue instrumento del amor de Dios.

En la plenitud de los tiempos, ya Dios no necesitó de instrumentos diversos para manifestar su amor... Jesús es el mismísimo Dios que ha venido a hacer real y concreto ese amor de Dios: "'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.' Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: - 'Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír.'" Jesús hace ya presente en el mundo ese amor de Dios en acciones muy concretas. No se queda en solo promesas o declaraciones de principios, sino que son las realidades cotidianas en las que los hombres descubrimos que somos amados. El amor se va desarrollando en todos, y todos, principalmente los más necesitados y los rechazados, considerados los últimos, son los que lo reciben preferentemente...

Para nosotros los cristianos Dios nos da la pauta. Él nos creó con la capacidad de amar, como Él, e hizo que nuestra identidad en cierto modo estuviera atada a mostrarse en el amor como la de Él. En la medida en que amamos somos más hombres. Nos desnaturalizamos cuando no dejamos que el amor se exprese desde nosotros. Él nos amó primero y por eso nos abre el camino del amor: "Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano". En este sentido, nuestro ser cristiano jamás estará lejos del amor. Es la esencia de Dios. Es la esencia de cada uno de nosotros, creados a su imagen y semejanza. Es la esencia de nuestra conducta hacia nuestros hermanos. No podemos pretender que sea distinto pues nunca podremos actuar en contra de nuestra propia naturaleza, a menos que lo hagamos conscientemente y destruyendo nuestra naturaleza. La vida social de cada uno está profundamente marcada por el amor, por la solidaridad, por la fraternidad, por la búsqueda del bien común, todas realidades que surgen también del amor de Dios en nosotros. Dios nos amó primero. Nos abrió la ruta y nos dio la pauta. No podemos desentendernos de los hermanos sin ir en contra de la voluntad expresa de Dios. No podemos mentir, afirmando que amamos a Dios sin amar a los demás. Nuestra fe nos eleva a la conciencia clara de ser de Dios y de la necesidad de actuar como Él. Amar, sabiendo que nos identificamos así como hijos de Dios, y amar, sabiendo que es la demostración más clara de nuestro amor a Dios.

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