viernes, 17 de enero de 2020

Me creaste para Ti y solo en Ti tengo mi plenitud

Resultado de imagen de hijo, tus pecados han sido perdonados

Los hombres hemos sido creados esencialmente necesitados. Podemos afirmar que somos indigentes, pues siempre tendremos la sensación de necesitar algo más. Así nos creó Dios quien, desde su infinita sabiduría, puso en nosotros la añoranza de algo más, de algo superior. Es por ello que se dice de nosotros también que somos seres naturalmente religiosos, es decir, que tenemos la necesidad constante de contactarnos con un ser superior que satisfaga nuestros anhelos espirituales, con la sensación de estar incompletos si no tenemos ese contacto. En la historia de la humanidad esto está más que comprobado, por cuanto en todas las culturas han existido y siguen existiendo las realidades religiosas que vienen a cubrir esa necesidad. Todos los hombres tenemos esencialmente el anhelo de tener contacto con un ser superior ante el cual nos sentimos siervos, inferiores, apoyados, protegidos. Para unos es el sol, para otros la luna, un animal mitológico, una montaña, o una inmensa piedra... Incluso los que niegan esta realidad, con su misma negación la confirman, pues se convierten ellos mismos en esos seres superiores para sí, deviniendo así en ególatras. En la idea de Dios, al habernos creado para Él, el habernos puesto como cualidad esencial esa condición de seres religiosos, se resolvía en la oferta de sí mismo como Aquel que iba a ser el único capaz de satisfacer la necesidad de ese ser superior que tiene el hombre. Y no se quedaba solo en una oferta insustancial, sino que se concretaba sólidamente en su propia irrupción en la vida de los hombres, viniendo al encuentro de cada uno para que lo descubriera como el único que podía satisfacer esa añoranza. Dios nos ha creado necesitados de Él y se coloca frente a nosotros para que lo podamos tener. En el encuentro del hombre con ese Dios que se ofrece y se hace el encontradizo, estará la plena felicidad del hombre y su sensación de plenitud. Por el contrario, en el empeño del hombre de hacerse a sí mismo su ídolo o de buscar dioses diversos fuera del único Dios, en las realidades vanas y pasajeras, está asegurada su frustración total. A pesar de ser la experiencia de tantos, lamentablemente muchos nos empeñamos en seguir esa ruta equivocada, ante lo cual Dios no puede hacer nada, sino solo insistir en colocarse frente al hombre, por sí mismo o por sus mediaciones humanas, pues no puede él violentar la libertad con la que nos ha creado. Es con esa libertad, tesoro con el cual Dios nos ha enriquecido, con la cual el hombre se decide por Él, y prueba la miel de esa plenitud que solo el verdadero Dios puede dar.

El desprecio de Dios como el único que puede llenar el vacío espiritual en el hombre ha tenido consecuencias trágicas para la humanidad. Dejarlo a un lado, colocando en el centro realidades distintas a Él, ponen en la base de la vida humana fundamentos frágiles que fácilmente pueden producir tragedias. Y las producen. Israel, dejándose llevar por la envidia de que los pueblos vecinos tuvieran sus reyes, exigió también tener su rey, en claro desprecio al único reinado de Dios sobre el pueblo que era característica esencial con la cual habían vivido hasta ese momento. Samuel, que defendía el derecho de reinado de Dios sobre Israel, les advierte de las terribles consecuencias que iba a tener tal pretensión si se llegaba a cumplir: "Este es el derecho del rey que reinará sobre ustedes: se llevará a los hijos de ustedes para destinarlos a su carroza y a su caballería, y correrán delante de su carroza. Los destinará a ser jefes de mil o jefes de cincuenta, a arar su labrantío y segar su mies, a fabricar sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará a sus hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Se apoderará de sus mejores campos, viñas y olivares, para dárselos a sus servidores. Cobrará el diezmo de sus olivares y viñas, para dárselo a sus eunucos y servidores. Se llevará a sus mejores servidores, siervas y jóvenes, así como a sus asnos, para emplearlos en sus trabajos. Cobrará el diezmo de su ganado menor, y ustedes se convertirán en esclavos suyos. Aquel día ustedes se quejarán a causa del rey que se han escogido: Pero el Señor no les responderá". Son terribles las consecuencias de despreciar a Dios. "Ustedes se convertirán en esclavos", es decir, perderán lo que más los caracteriza como hombres. Servir a un dios distinto al único y verdadero Dios desnaturaliza por completo al hombre. Es la misma experiencia que tenemos los hombres hoy. El haber ido construyéndonos ídolos para llenar el vacío de nuestra necesidad de algo superior nos ha hecho esclavos de las criaturas, nos ha ido desnaturalizando progresivamente. Por servirnos a nosotros mismos o servir al dinero, al placer, al poder, en vez de al Dios verdadero, nos ha ido destruyendo y haciendo algo distinto de lo que estaba diseñado en el plan de amor de Dios sobre nosotros. Y vamos probando cada vez con más fuerza una sensación de frustración que solo se explica en el abandono que hemos hecho de Dios. Pero Dios se sigue presentando, se sigue haciendo el encontradizo para que llenemos ese vacío con Él, único que podrá hacerlo dándonos la plenitud que añoramos. Tanto es así que no se quedó en la absoluta trascendencia natural que le pertenece, sino que vino al mundo para caminar frente a nosotros y lo podamos tener más a la mano para agarrarnos de Él. En Jesús Dios llega al colmo de su pretensión de dejarse encontrar por cada uno.

Fue la experiencia que tuvo aquel paralítico, hombre lleno de fe y convencido que solo en ese Dios que se había hecho carne para él, que fue al encuentro de Jesús para obtener su favor y llenar así ese vacío absoluto, físico y espiritual, que experimentaba en su vida: "Vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde Él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico". Jesús demuestra que es ese Dios que ha venido para llenar todos los vacíos del hombre. Perdona sus pecados, es decir le da la plenitud espiritual, y cura su parálisis, es decir, le da la plenitud física. Y lo hace en presencia de quienes pretendían que los hombres siguieran despreciando a Dios, poniendo por encima la ley como ídolo, o a sí mismos, como únicas autoridades espirituales. Así se desarrolla el hecho: "Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: 'Hijo, tus pecados te son perdonados'. Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: '¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?' Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: '¿Por qué piensan eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados' o decir: 'Levántate, coge la camilla y echa a andar'? Pues, para que vean que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-: 'Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa'”. Jesús es el Dios que se ha hecho hombre, viniendo al encuentro de cada hombre de la historia, para que lo asuma como Aquel que es el único que puede llenar todos sus vacíos y satisfacer su sed de plenitud. No hay realidad en la que no pueda hacerlo. Es la integralidad del hombre, cuerpo y espíritu, que queda satisfecha en el encuentro gratificante con Dios. Dios, que nos ha creado necesitados de Él, y que además ha dispuesto que solo en Él tengamos nuestro gozo, viene a nosotros para darnos esa satisfacción plena. Ninguna otra realidad, ningún otro dios, ningún ídolo que nos construyamos, ni siquiera nosotros mismos, podrá alcanzarlo. Solo el mismo Dios que para nosotros se ha hecho carne en Jesús, puede darnos esa plenitud. Por eso, con la añoranza de ese algo superior que necesitamos y con la alegría de saber que lo encontramos en el Dios hecho hombre, avancemos hacia Jesús que se cruza en nuestro caminar y nos espera con los brazos abiertos para regalarnos la plenitud en su amor y en su salvación eterna.

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