lunes, 13 de enero de 2020

Me llamas para ser tuyo y de todos mis hermanos

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Los cristianos no podemos reducir nuestra fe a la sola confesión de verdades doctrinales. Ciertamente el contenido es importante, pues en él se basa todo el edificio de lo que creemos. Es necesaria esa base para sentirnos seguros en nuestro caminar. A medida que avanzamos en el conocimiento de nuestra fe vamos conociendo mejor la persona de Cristo y su mensaje, con lo cual vamos teniendo más solidez, aclarando nuestros criterios, y podemos enfrentar las mentiras, las manipulaciones o las contradicciones con las que nos podremos encontrar en nuestro caminar. Es tan real esto que muchos católicos que tienen fallas en su conocimiento cristiano se dejan confundir y terminan abandonando la Iglesia para ir tras quienes les han presentado "verdades" disfrazadas o manipuladas o incluso contrarias a lo que enseña la recta doctrina. El famoso dicho "católico ignorante, futuro protestante", es una verdad como un edificio. Un católico que no profundiza en su fe y se contenta con lo que aprendió apenas cuando hizo la catequesis de primera comunión, tendrá graves fallas en la doctrina y será presa fácil de quienes le quieran lanzar el anzuelo para conquistarlo para otras confesiones. No podemos comportarnos en lo doctrinal de nuestra fe de manera diversa a la que lo hacemos en otras instancias de nuestra vida cotidiana. Un ingeniero que no se actualiza en lo novedoso de su campo, se anquilosa y caerá en la mediocridad en su práctica profesional. Lo mismo sucede con cualquier profesional en cualquier rama. Imaginémonos que vamos por la vida, espiritualmente, llevando el vestidito que usamos cuando felices e ilusionados hicimos nuestra primera comunión. Con ser aquel momento que vivimos un momento hermoso y una experiencia de fe infantil maravillosa y enternecedora, es ridículo que pretendamos quedarnos anclados en ella teniendo siempre el mismo atuendo. La vida consiste en avanzar y profundizar en conocimientos y compromisos. En todo. También en nuestra fe. Sin embargo, siendo esto una verdad incontestable, es también una verdad incompleta.

La experiencia cristiana no se reduce a la confesión de verdades. La fe tiene dos componentes esenciales y complementarias. Es confesión y conducta. Verdad y vida. No puede faltar ninguna de las dos componentes, pues en caso contrario estaríamos desnaturalizando lo que debe ser un verdadero cristiano. Él es quien confiesa y vive. Quien sabe y da testimonio. Quien conociendo las verdades y el contenido de su fe, tiene una buena base para saber cómo debe ser su conducta y dar buen testimonio de Cristo ante todos. Lamentablemente, muchos cristianos fallamos en ambas cosas. No profundizamos en los contenidos de nuestra fe o no nos comportamos como lo exige nuestra fe. Puede darse el caso de que seamos gente muy buena pero que no le da un sentido de trascendencia a su conducta pues no apunta a la espiritualidad de la vida cotidiana por falta de conocimientos. O, por el contrario, una situación aún peor, que sepamos mucho y estemos llenos de criterios, pero nuestra conducta esté muy lejos de lo que debería ser según esos mismos criterios. Es el fariseísmo que tanto atacó Jesús. San Agustín lo describió perfectamente de manera gráfica, cuando se apunta solo al conocimiento y se deja la vida a un lado: "El mucho saber hincha, y lo que está hinchado no está sano". Lo que conocemos debe traducirse en vida. De lo contrario no vale para nada, y más bien puede hacer mucho daño. El caso de las dos mujeres de Elcaná es muy descriptivo a este respecto: "Elcaná ofrecía sacrificios y entregaba porciones de la víctima a su esposa Feniná y a todos sus hijos e hijas, mientras que a Ana le entregaba una porción doble porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril. Su rival la importunaba con insolencia hasta humillarla, pues el Señor la había hecho estéril". La desgracia de Ana era ocasión de la burla y la saña de Feniná. No había en esta ningún signo de compasión, o al menos de empatía, por la situación dolorosa que vivía Ana, la esposa estéril. Ambas recibían de Elcaná la misma experiencia familiar, pero se comportaban de manera muy diversa. Se parece esto a la conducta de muchos cristianos que no se duelen de la desgracia de sus hermanos. Incluso algunos llegan no solo a desentenderse de ellos, sino a aprovecharse de sus desgracias para sacar ventaja. Lejos de entenderlo como una ocasión para vivir la fraternidad y el amor solidario con el más necesitado, con el desplazado, con el oprimido, miran a otro lado o peor aún contribuyen a hacer más desdichada su situación. Evidentemente, quien conoce algo de la fe cristiana sabe muy bien que un cristiano debe actuar de manera muy diferente. Por ello se nos llama a una continua conversión.

Es lo que pretende Jesús cuando nos llama a ser suyos. Jesús no quiere a su lado hombres o mujeres que solo se jacten de conocer mucho de lo que Él enseña. Quiere hombres y mujeres que, conociéndolo, actúen en consecuencia de lo que ello exige. Poco le importa a Jesús que se rece un lindo padrenuestro, cuando nuestra conducta desdice mucho de la condición de hermano a la que nos compromete el tener un Padre común. Un Credo perfectamente rezado queda totalmente anulado cuando pasamos al lado del hermano necesitado y no nos hacemos solidarios con él. La llamada de Jesús a ser discípulo suyo es una llamada perentoria a sentirnos comunidad. No existe el cristiano isla. "Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres" no es una llamada a una experiencia individual de manera egoísta. Es una llamada a ser de Cristo y a asumir el compromiso de sentirse responsables de la suerte de los demás. Ser pescador de hombres significa que se debe desear el bien de los demás, en todos los sentidos, aunque pese más el bienestar espiritual. Ningún cristiano es llamado por Cristo a encerrarse en una burbuja. Todos son convocados a vivir la comunidad de amor y alegría que representa la Iglesia que se reúne alrededor de Él. Nadie, ninguno de los que tengan una experiencia real de fe junto al Jesús que llama, es llamado para vivir como isla. Desde nuestro origen, cuando Dios dijo "no es bueno que el hombre esté solo", somos naturalmente seres comunitarios. Y eso significa que en la Iglesia somos esencialmente hermanos. Y por ello, la suerte de los demás es nuestra suerte. Si uno sufre, sufrimos todos. Si uno ríe, reímos todos. Si alguien está mal, es nuestra responsabilidad hacer lo necesario para que su situación mejore. Responder a la llamada de Jesús que nos invita a ser pescadores de hombres es una llamada a conocerlo mejor para amarlo más, y para sentirnos más hermanos de todos los que somos suyos. Es nuestra esencia de cristianos y la única manera auténtica de pertenecer a su Iglesia. Es la conducta que nos corresponde tener cuando vivimos el auténtico amor cristiano que nos invita a unirnos más a Dios y a vivir cada vez más la fraternidad cristiana.

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