jueves, 9 de enero de 2020

Porque me amas infinitamente no tengo ningún temor


Nuestra vida cristiana tiene siempre que mantenerse en continuo avance. Dejar que caiga en letargo, en parálisis, en conformismo con lo alcanzado, es impedir su desarrollo, permitir su anquilosamiento y llegar incluso a la procura de su desaparición y muerte. No hay cristianismo en el estaticismo o en el anclaje de la vida. Nuestra fe nos exige estar en continuo movimiento. Por eso encontramos a un Jesús que jamás se mantuvo estático o paralizado, que siempre estaba en camino y que invitaba a su seguimiento. El cristiano sigue ese modelo que Jesús ha puesto. Por ello en ese avance se debe procurar adelantar sobre todo en la conciencia de lo que se es delante de Dios: "Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios." Entramos así en el binomio fundamental del cristiano: confesión y amor. Un binomio que tiene una base fundamental en el amor, pues es la esencia divina. Confesar a Jesús como Dios y Señor es imposible hacerlo desde la no experiencia del amor. No hay fe en quien no ama. Solo quien ama puede saber quién es Dios, pues Dios es amor. No se puede amar si Dios no está de por medio. Se puede tener cariño, simpatía, empatía, pero no amor. Todo amor viene de Dios y toda confesión de Dios viene también del amor, pues la esencia de Dios es el amor. Quien no ama no puede reconocer al amor. La cédula de identidad del cristiano tiene esa doble cara: el amor y la confesión de Jesús como el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para ser el Salvador. Si falta alguna de las dos es falsa, incompleta. Tener la experiencia del amor se coloca en el primer escalón por cuanto está en la base de la identidad divina. Dios es amor. Sentir su amor es tener su vida en uno mismo. "Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él." Es esta la base de nuestra esencia. Sin esto no tiene sentido hablar de cristianismo.

Y esto nos lleva a un paso ulterior mucho más compensador y comprometedor. Quien ama y confiesa a Jesús como su Salvador, sabe que el amor nunca puede engañar. Hay una conexión inmediata entre la confesión de fe, la experiencia del amor y la confianza. Cuando se tiene la experiencia del amor y se ha vivido en esa compensación dulce y absolutamente placentera del amor infinito sobre el cual es inimaginable algo superior, y cuando guiados por ese amor llego a la convicción plena de que Él solo quiere para mí lo mejor, llego al punto de la confianza absoluta e indestructible en mi futuro de salvación. No hay cabida para dudas o fisuras en la fe. Amo y confío. Amo y confieso. Amo y no dudo. "En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor." El temor, en este sentido, no sería cristiano. Quien teme duda del amor. Quien teme duda de la salvación. Quien teme ha vivido una fe incompleta que no ha llegado a reconocer a Jesús como al Salvador. Es el que ha guardado siempre en su corazón un rinconcito que no ha sido invadido por el amor de Dios. Es muy fácil abordar el problema y resolverlo: abrir la puerta de ese rincón y permitir que el amor, con su fuerza suave y tierna lo invada.

El amor es, en sí mismo, confianza. Al no haber temor en el amor, mucho menos hay dudas, mucho menos hay desesperanza. Tener amor es la mejor protección contra la fuerzas contrarias que quieran enfrentarse a nuestro caminar hacia Jesús. Es triste que queramos basar nuestro caminar como cristianos en confianzas basadas en cosas tan superficiales como una buena fama, como una actividad económica, como un apoyo de grupos apostólicos, como una asistencia a una misa de un santo de mi devoción, como una práctica de los sacramentos regular y convencida... pero no en el amor. Dar más importancia a esas cosas, que sin duda son importantes, que al amor, nos trunca el camino. La barca de nuestra vida de fe empieza a tambalearse. Los apóstoles lo experimentaron. Estaban embelesados, obnubilados, casi borrachos, con la alegría que habían vivido por el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Pero habían perdido la esencia de todo... Les faltaba Jesús. Cuando Jesús les falta, la barca casi hace aguas. Ellos creyeron que el milagro era suficiente. Que venga Jesús a resolverlo todo. No necesitamos más nada... "Viéndolo andar sobre el lago, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque al verlo se habían sobresaltado. Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: -'Ánimo, soy yo, no tengan miedo.' Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender." La torpeza mayor fue no entender ni el amor que estaba en la base de todo ni a Jesús como Aquel que era el Salvador que todos esperaban. La torpeza mayor fue no haberse dejado llenar del amor en el que no hay temor sino solo confianza, por lo cual en ese trayecto de la barca no podía haber nada distinto a la confianza que produce el saber que Jesús es el maestro, que está allí para salvar, que está allí para amar. Para amarte a ti y a mí. Para amarnos a todos por lo cual no debemos tener ningún temor. Es absurdo tenerlo. Nuestra vida está en sus manos. Una vida en manos del amor tendrá siempre las experiencias buenas y enriquecedoras que Dios quiere que tenga...

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