jueves, 5 de septiembre de 2013

Un aporte: Hora Santa por la Paz en el Mundo, en el Medio Oriente y en Siria

HORA SANTA POR LA PAZ EN EL MUNDO,
EN MEDIO ORIENTE Y EN SIRIA

Sábado, 7 de septiembre de 2013


Canto de Entrada y Exposición del Santísimo

Canto: Cantemos al Amor de los amores (http://www.youtube.com/watch?v=ogongiSym8M)

Cantemos al amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí!
Venid, adoradores,
adoremos a Cristo Redentor.
¡Gloria a Cristo Jesús,
Cielos y tierra, bendecid al Señor!
¡Honor por siempre a Ti
rey de la gloria.
Amor por siempre a Ti, Dios del amor!

Ambientación:

La Paz es el regalo que Jesús dio a los discípulos después de haber resucitado. Cuando los discípulos de Emaús relataban a los apóstoles el encuentro que habían tenido  con el Resucitado, el mismo Jesús glorioso se les apareció y les dijo: “La paz esté con vosotros”… Lo mismo repitió por dos veces al aparecer en medio de ellos cuando no estaba Tomás, y luego, de nuevo, a la semana siguiente, cuando éste sí los acompañaba (Jn 20, 19.20.26)… El efecto principal de la presencia de Jesús debe ser la paz que se obtuviera con su encuentro.

La paz es fruto de la Redención. Haber retomado, por la obra de Cristo, el camino del encuentro con Dios, nos pone en la senda de la pacificación universal. El hombre, en su intimidad más profunda, por la infinita misericordia de Dios, ha entrado en una sensación de armonía total. Es la armonía que produce serenidad al encontrarse de nuevo con Dios, consigo mismo y con los hermanos. La triple armonía del hombre, da como fruto la sensación y la experiencia real de paz interior.

Signo de la salvación y característica propia de los redimidos es la vivencia de la paz. Cuando ella falta, significa que estamos dejando a un lado los efectos que debe producir en nosotros la entrega de Jesús en la Cruz. ¡Y cuántas veces lo hemos hecho! ¡Cuántas injusticias contra los más débiles, cuánto no aceptar el anuncio de la Buena Nueva a los pobres, la iluminación a los ciegos, la liberación de los oprimidos! ¡Cuánto desprecio a la obra de Cristo, cuando vemos que vivimos en un mundo en el que los enfrentamientos y las guerras son el pan de cada día!

Necesitamos reencontrar la senda de la Paz. Y el Papa Francisco, muy acertadamente, ha convocado a todos los miembros de la Iglesia, a todos los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, a que nos unamos en una súplica urgente y confiada al Dios de la Paz, para que los hombres seamos capaces de deponer nuestras actitudes beligerantes y caminemos hacia la paz mundial. Si somos hijos del mismo Padre y por ende, hermanos entre nosotros, estamos obligados a hacer el esfuerzo por reencontrarnos en la armonía, buscando rutas de encuentro, acentuando lo que nos acerca y resolviendo con madurez adulta y pacífica nuestras diferencias.

Iniciemos, hermanos, esta hora de adoración, de súplica y de intimidad con nuestro Dios de Amor, presididos por Jesús, nuestro Hermano, y unidos todos en el mismo Espíritu Santo que nos convoca.

(Tiempo de oración en silencio para colocarnos íntimamente en la presencia de Dios y para unir nuestros corazones al de Jesús, de modo que sea Él quien aglutine nuestras peticiones y las presente al Padre)


Jesús ha sido enviado a traer la paz a los hombres

El anciano Sacerdote Zacarías, lleno del Espíritu Santo, dijo refiriéndose al que venía: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).

Al nacer Jesús, los coros celestiales se desataron en un cántico glorioso: “Se juntó al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!” (Lc 2,14).

Para el anciano Simeón, la visión del niño Dios fue suficiente para desear la muerte en paz: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,29-32).

Ante estas evidencias de la paz que viene a sembrar Jesús en los corazones de los hombres, ¿qué podemos decir de las dificultades que hemos colocado los mismos hombres para la llegada de esa paz de Cristo a todos? ¿No tenemos que pensar que son nuestros egoísmos, nuestra intolerancia, nuestra soberbia, nuestras injusticias contra los más desposeídos, el continuo pisotear los derechos de los más débiles, lo que le ha impedido a la paz asentarse como es el deseo del que ha venido como Luz de las naciones?

(Pausa corta)

Señor, te pedimos ser más dóciles para recibir con corazón abierto la paz con la que nos quieres llenar a todos. Te pedimos que tengamos corazones que se dispongan mejor a aceptar a los demás como hermanos, a no considerarlos invasores de nuestra comodidad o de nuestras circunstancias, que sepamos ponernos a su disposición para servirles desde el amor, particularmente a los más necesitados. Que sepamos llenarnos de tu amor para poder ver a todos los hombres como nuestros hermanos, los que has colocado en nuestro caminar para verte a Ti en ellos. Sólo así, Señor, deponiendo las actitudes que nos alejan de ellos, podremos trabajar verdaderamente por lograr la paz, por lograr que esa paz que nos regalas se incruste en nuestras vidas y en nuestros corazones y la difundamos en todos nuestros caminos, como Tú lo hiciste.

(Silencio de contemplación y de intimidad con el Señor)

Canto: Dame un nuevo corazón, Señor (http://www.youtube.com/watch?v=U-ELtELhCQA)

Dame un nuevo corazón, Señor
Un corazón para adorarte
Un corazón para servirte
Dame un nuevo corazón, Señor

Limpio como el cristal. Dulce, como la miel,
Un corazón que sea como el tuyo Señor


Jesús envía a sus discípulos a sembrar la paz

Cuando Jesús envió a los setenta y dos por delante de Él a los pueblos que pensaba visitar, les encomendó la tarea de ir disponiendo los corazones a recibir la paz que Él les iba a llevar: “Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros” (Lc 10,5-6).

En la entrada triunfal en Jerusalén, los habitantes exaltados reconocían en Jesús al que venía a traer la paz a los hombres: “Bendito el Rey que viene en nombre del Señor. ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lc 19,38).

Cada aparición después de la Resurrección gloriosa, fue un testamento en el que Jesús concedía la Paz que había alcanzado para los hombres con su Pasión y su Muerte: “La paz esté con vosotros” (Jn 20,19.20.26)

Jesús se supo siempre enviado del Padre a traer la paz a sus hermanos. Y cumplió perfectamente su tarea. Logró las condiciones para que se diera esa paz entre nosotros. Nos limpió de todas las culpas, eliminó todos los obstáculos que impedían la llegada de la paz a los corazones de los hombres. ¡Cuántas barreras hemos construido de nuevo! ¡Cuántos obstáculos hemos colocado en nuestros corazones y en los corazones de los demás, que impiden el asentamiento de la serenidad! ¡Cuántas veces nos colocamos nosotros y nuestras pretensiones y privilegios, por encima de la paz común, humillando a los más débiles, pisoteándolos en su dignidad, cometiendo injusticias contra ellos! Con nuestra actitud, hemos obstruido el camino de la paz de Jesús a los corazones de los hermanos.

(Pausa corta)

Señor, yo quiero ser instrumento de tu paz. Quiero convertirme en alguien que derribe muros y separaciones, que destruya los obstáculos que impiden que tu paz llegue a los corazones de los hombres. Quiero, Señor, eliminar de mí toda barrera, todo pensamiento, toda actitud, que impida que en mí se asiente la paz. Y así, Señor, quiero ser sembrador de esa paz en los corazones de los que me rodean. Que al decirles yo a ellos: “La paz sea con vosotros”, la vean reflejada en mi rostro, la vean atractiva, y se sientan arrobados por esa paz que yo lleve dentro… Que mi paz sea la paz que tú me das. Y que la haga pasar de mi corazón al corazón de mis hermanos. Que yo sea en mi vida testimonio vivo de la paz que me enriquece, que me ilusiona, que me motiva. Que nunca dé lugar a que nadie pierda la paz, o que no se sienta atraído a vivirla…

Canto: Hazme un instrumento de tu paz

Hazme un instrumento de tu paz:
donde haya odio, lleve yo tu amor;
donde haya injuria, tu perdón, Señor;
donde haya duda, fe en ti.

Hazme un instrumento de tu paz:
que lleve tu esperanza por doquier;
donde haya oscuridad, lleve tu luz;
donde haya pena, tu gozo, Señor.

Maestro, ayúdame a nunca buscar
querer ser consolado, como consolar;
ser entendido, como entender;
ser amado, como yo amar.

Hazme un instrumento de tu paz:
es perdonando que nos das perdón;
es dando a todos que tú nos das;
muriendo es que volvemos a nacer.

Maestro, ayúdame a nunca buscar
querer ser consolado, como consolar;
ser entendido, como entender;
ser amado, como yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz


María es la Reina de la Paz

Hoy estamos en las vísperas de la Natividad de María, nuestra Madre. Es la Madre de Cristo, el Príncipe de la Paz. Por lo tanto, Ella es la Reina de la Paz. Debemos siempre contar con Ella para poder alcanzar el espíritu de Paz que viene a traernos su Hijo.

María nos pide que pongamos a Cristo en el centro, dejando el pecado que es la guerra interior, para poder ser constructores de la Paz a todos los niveles: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). María nos recuerda que si no vivimos en paz con Dios, no podemos vivir en paz con nosotros mismos ni con el prójimo. No podemos construir la paz.

Necesitamos de la oración para pedir a Cristo, por mediación de María, el don de la paz. La Virgen María sale a nuestro encuentro (recordemos Lourdes y Fátima) y nos pide el rezo asiduo del Rosario para obtener la conversión y la paz. Recemos con María que presenta nuestra oración por la paz a su Hijo, Rey de la Paz. Y necesitamos de la acción comprometida con los más necesitados de nuestro entorno para implantar el Reino de Jesús, que es Reino de Justicia, de Verdad y de Paz.

(Pausa corta)

María, Madre nuestra, Reina de la Paz. Nos ponemos también delante de ti ahora para que nos llenes del amor que tuviste hacia tu Hijo, el Príncipe de la Paz. Enséñanos, como lo enseñaste a Él, a ser personas de paz, a desear vivir en armonía con todos, a nunca ser causa del desasosiego o la intranquilidad de nadie. Muéstranos tu corazón inmaculado para que podamos ver en él el retrato perfecto del amor y de la paz que hay en ti. Virgen santísima, no dejes de usar tu mano maternal y amorosa con nosotros tus hijos, de modo que siempre podamos sentir la delicadeza y la suavidad de tus gestos que descubren la eterna paz en la que vives. ¡Cuánta paz hemos perdido por no vivir a tu lado! ¡Cuánto desasosiego hay lejos de ti, que eres fuente de paz para todos tus hijos! Mantennos junto a ti, bien resguardados en tu amor, para que podamos ser verdaderos instrumentos de la paz en nuestros hogares y en todas partes…

(Oración en silencio a nuestra Madre María, Reina de la Paz, para pedirle nos llene de su paz)

Canto: Santa María del Camino (http://www.youtube.com/watch?v=_iBQC4ovcQ4)

Mientras recorres la vida
tú nunca solo estás
contigo por el camino
Santa María va.

Ven con nosotros a caminar
Santa María ven,
ven con nosotros a caminar
Santa María ven.

Aunque te digan algunos
que nada puede cambiar
lucha por un mundo nuevo
lucha por la verdad.

Ven con nosotros a caminar
Santa María ven,

Si por el mundo los hombres
sin conocerse van
no niegues nunca tu mano
al que contigo está.

Ven con nosotros a caminar
Santa María ven, 

Aunque parezcan tus pasos
inútil caminar
tú vas haciendo caminos
otros los seguirán.

Ven con nosotros a caminar
Santa María ven.


Palabras del Papa Francisco en el Ángelus del Domingo 1 de septiembre de 2013

Hoy, queridos hermanos y hermanas, quisiera hacerme intérprete del grito que sube de todas partes de la tierra, de todo pueblo, del corazón de cada uno, de la única gran familia que es la humanidad, con angustia creciente: ¡es el grito de la paz! El grito que dice con fuerza: ¡queremos un mundo de paz, queremos ser hombres y mujeres de paz, queremos que en nuestra sociedad, destrozada por divisiones y por conflictos, explote la paz; nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra! La paz es un don demasiado precioso, que debe ser promovido y tutelado.

Vivo con particular sufrimiento y preocupación las tantas situaciones de conflicto que hay en nuestra tierra, pero, en estos días, mi corazón está profundamente herido por lo que está sucediendo en Siria y angustiado por los dramáticos desarrollos que se presentan.

Dirijo un fuerte llamamiento por la paz, ¡un llamamiento que nace de lo íntimo de mí mismo! ¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso de las armas en aquel martirizado país, especialmente entre la población civil e inerme! ¡Pensemos en cuántos niños no podrán ver la luz del futuro! Con particular firmeza condeno el uso de las armas químicas: les digo que tengo aún fijas en la mente y en el corazón las imágenes terribles de los días pasados! ¡Hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones al que no se puede escapar! Jamás el uso de la violencia lleva a la paz. ¡Guerra llama guerra, violencia llama violencia!

Con toda mi fuerza, pido a las partes en conflicto que escuchen la voz de su propia conciencia, que no se cierren en sus propios intereses, sino que miren al otro como un hermano y emprendan con coraje y con decisión la vía del encuentro y de la negociación, superando la ciega contraposición. Con la misma fuerza exhorto también a la Comunidad Internacional a hacer todo esfuerzo para promover, sin ulterior demora, iniciativas claras por la paz en esa nación, basadas en el diálogo y en la negociación, por el bien de la entera población siria.

Que no se ahorre ningún esfuerzo para garantizar asistencia humanitaria a quien está afectado por este terrible conflicto, en particular a los evacuados en el país y a los numerosos prófugos en los países vecinos. Que a los agentes humanitarios, empeñados en aliviar los sufrimientos de la población, se les asegure la posibilidad de prestar la ayuda necesaria.

¿Qué podemos hacer nosotros por la paz en el mundo? Como decía el Papa Juan: a todos nos corresponde la tarea de recomponer las relaciones de convivencia en la justicia y en el amor (Cfr. Carta encíclica, Pacem in terris [11 abril de 1963]: AAS 55 [1963], 301-302).

¡Que una cadena de empeño por la paz una a todos los hombres y a las mujeres de buena voluntad! Es una invitación fuerte y urgente que dirijo a la entera Iglesia Católica, pero que extiendo a todos los cristianos de las demás Confesiones, a los hombres y mujeres de toda religión y también a aquellos hermanos y hermanas que no creen: la paz es un bien que supera toda barrera, porque es un bien de toda la humanidad.

Repito con voz alta: no es la cultura del enfrentamiento, la cultura del conflicto la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino la cultura del encuentro, la cultura del diálogo: éste es el único camino hacia la paz.

Que el grito de la paz se eleve alto para que llegue al corazón de todos y todos dejen las armas y se dejen guiar por el anhelo de paz.


Preces por la Paz

Con espíritu de fe y convencidos de que Dios escucha nuestra plegaria, dirijamos al Padre nuestra oración por la Paz en el mundo, en el Medio Oriente y en Siria. Respondamos todos: ¡Llénanos, Señor, de tu Paz!

-Por la Iglesia santa de Dios, para que sea instrumento eficaz en la implantación del Reino de Cristo, que es Reino de Paz, en todo el mundo y en el corazón de cada hombre. Roguemos al Señor

-Por todos los ministros de la Iglesia, para que sean fieles dispensadores de los misterios del Reino de Paz de Cristo, y mantengan siempre su fidelidad en el servicio a sus hermanos. Roguemos al Señor

-Por los laicos organizados que sirven desde la Iglesia a todos los hombres del mundo, para que sean anuncio vivo de la paz y de la concordia entre ellos. Roguemos al Señor.

-Por los gobiernos de las naciones, para que sepan ejercer la autoridad como servicio, y no pretendan imponer sus ideologías, actitudes y conductas con la violencia y la guerra. Roguemos al Señor

-Por todos los hombres, pueblos y naciones que están en conflicto, para que depongan sus actitudes de egoísmo y soberbia, y puedan aceptar a los demás como hermanos. Roguemos al Señor

-Por todos nosotros, para que sepamos abrir nuestros corazones al Príncipe de la Paz, para que reine en nosotros y nos llene siempre de su paz. Roguemos al Señor

Nuestra oración, Padre, la ponemos ante ti, confiando en tu infinita misericordia. Escucha nuestra súplica y llena de paz los corazones de todos los hombres. Te lo pedimos por Jesucristo, Nuestro Señor.

Finalizamos nuestra oración por la Paz con un Padrenuestro, una Avemaría y un Gloria

Tamtum ergo y bendición final con el Santísimo

Canto Final: Tú reinarás (http://www.youtube.com/watch?v=DJJnWpUst-s)

Tú reinarás, este es el grito 
que ardiente exhala nuestra fe 
Tú reinarás, oh Rey Bendito 
pues tú dijiste ¡Reinaré! 

Reine Jesús por siempre 
Reine su corazón, 
en nuestra patria, en nuestro suelo 

es de María, la nación 

2 comentarios:

  1. Amén, pidamos con nuestros corazones y nuestra conciencia por la paz de todos, pensemos en el otro como nuestro hermano que es, para poder recuperar lo que Dios nos entregó...la Paz.

    ResponderBorrar