jueves, 12 de septiembre de 2013

Por encima de todo, el amor...

No hay que dar muchas vueltas al ser cristiano. Basta tener una sola cosa clara para poder ser verdadero discípulo de Jesús. Lo importante es vivir en el amor. Lo importante es dejarse amar por Dios sin temores, vivir en ese mismo amor siempre, y dejarse llevar por el amor en las relaciones humanas, sabiendo claramente que la meta final será también la del amor. Lo mejor del cristiano no podemos perderlo: vivir en el amor siempre, en todo momento, en toda ocasión, en todo lo que hagamos. El amor es la aventura más maravillosa que podemos experimentar en nuestra fe. Por no atrevernos a vivir en lo que puede ser la riqueza más grande que podemos tener, perdemos nuestra mejor oportunidad de vivir felices. Ya lo decía el Papa Francisco: "No hay que tener miedo a dejarse amar por Dios". En nuestro mundo, que nos coloca a la vista realizaciones de todo tipo, que apunta a la promoción de todo lo humano colocando al hombre siempre en la cúspide de todo sin referencia ninguna a algo superior, a algo absoluto, absolutizándose a sí mismo, creyendo que con eso llega a la máxima de las aspiraciones, es incómodo hablar del amor que Dios nos tiene. Y todo, por una razón muy sencilla: porque el amor compromete...

El hombre quiere recibir todo, pero no está dispuesto a dar nada, mucho menos a darse. Se siente con el derecho máximo de ser receptor de todos los beneficios, pero está muy lejos de sentir el compromiso de cumplir sus deberes con Dios y con los demás hombres. Y si lo hace, lo entiende como una "concesión generosa" de alguien al que habría que aclamar casi como a un héroe...

Y lamentablemente, esta mentalidad está contaminando muy fuertemente incluso a los cristianos que nos llamamos más comprometidos. La huida a los compromisos la queremos ocultar con el cumplimiento de las obligaciones mínimas de los hombres de fe. Creemos que orar de vez en cuando (aunque sea a diario, al levantarse y al acostarse, sigue siendo "de vez en cuando"), ir a misa los domingos (o haciendo "el inmenso esfuerzo" de ir a diario), dando de vez en cuando alguna limosna (más para acallar la propia conciencia que por verdadera caridad).. ya estamos siendo buenos discípulos de Jesús. No se diga, entonces, de quienes ni siquiera se plantean un compromiso espiritual, aunque sea sólo en la intimidad del yo profundo... Todo lo que huela a una mayor exigencia nos parece exagerado. "Ya hago demasiado con lo que hago", decimos... Me viene a la memoria una caricatura de Mafalda en la que un rico manda a hacer una aguja gigantesca, con el ojo desmesuradamente grande, para poder "salvarse", pues así sí podrá "pasar por el ojo de la aguja"... Queremos pensar que dominamos la salvación con lo que hacemos, cuando la realidad es que ella es exclusivamente dádiva del Señor, y que será consecuencia del amor con el que hayamos vivido. Ya lo dijo San Juan de la Cruz: "Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor". Y eso significa que seremos examinados en el cumplimiento de los compromisos a los que nos llama el amor.

No hay cosa más alejada de lo pasivo que el amor. Quien crea que el amor paraliza está fatalmente equivocado. Dice San Pablo: "Vístanse de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellévense mutuamente y perdónense, cuando alguno tenga quejas contra otro". Quien haga esto, es un verdadero héroe, pues ha dejado que el amor real, práctico, eficaz, se asiente en su ser, y no se ha dejado simplemente llevar por las valoraciones rastreras que dejan a un lado consideraciones superiores, que inviten a las alturas, que lleven a la perfección. ¿Quién se atreve a decir que quien viva así es un tonto o un estúpido? Si así piensa, ¡que lo haga él, a ver qué piensa después de hacerlo! ¡Que se atreva a vivir en este nivel de exigencia, a ver si no cambia de criterio y concluye que quien así vive es un verdadero héroe! Es muy fácil desacreditar esta vivencia. Quien así lo hace, lo hace simplemente para esconderse en la crítica y no comprometerse a hacerlo, pues la verdad es que es heroico...

Lo superficial nos ha ido horadando el espíritu. Por dejarnos llevar por esa mentalidad hemos ido progresivamente perdiendo nuestra profundidad y nos estamos quedando en lo superficial. Por supuesto, el extremo de esto es la incapacidad de amar, pues el amor es el movimiento natural de un espíritu profundo. Si nos quedamos en la periferia, perderemos lo más propio de lo humano. Dios creó al hombre "a su imagen y semejanza", y eso significa, absolutamente libre, capaz de amar y transformar, en relación con los hermanos, con posibilidades infinitas que casi ni él mismo se imagina... ¡No podemos perder nuestra esencia! ¡Somos hombres no sólo porque pensemos y seamos capaces de emprender obras maravillosas, sino porque somos capaces de amar y construir, como Dios lo hace! No podemos quedarnos sólo en lo que se refiere a nuestra naturaleza. Debemos procurar hacer eficaz el don de Dios, al hacernos participar de la suya...

La oración es consecuencia de esta vida de amor. Quien ama, se quiere unir al amado. Pero antes debe amar. No creamos que seremos buenos cristianos sólo porque oramos o hacemos algunas cositas que tienen que ver con nuestra fe. Apuntemos a amar, para ser realmente buenos cristianos y así, sólo así, entraremos en comunión espiritual con nuestro Dios, que será la mejor oración que podremos hacer jamás...

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