viernes, 13 de septiembre de 2013

Sácate primero la viga de tu ojo...

Sin duda alguna, los hombres somos seres peculiares. Tendríamos que pensar seriamente si lo que somos actualmente es lo que Dios quiso en un principio. Dios nos quiso libres. Sí... Dios nos quiso con un libre albedrío que fuera guiado por nuestra conciencia. Sí... Dios nos quiso con total y absoluta libertad de acción. Sí... Pero la pregunta que flota en el ambiente es si Dios quería que nuestra libertad la usáramos como la estamos usando ahora... Si nos creó libres para que usáramos nuestra libertad para cualquier cosa, incluso para destruirnos... En la intención divina, la libertad con la que quiso enriquecer al hombre es la misma libertad suya. Por eso dijo "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", es decir con libertad absoluta, plena, infinita... Como es Él...

En el uso de su libertad, Dios mismo sería incapaz (no porque no lo pueda hacer, pues es infinitamente poderoso, sino porque sería el absurdo mayor) de destruirse a sí mismo. El uso de la libertad es responsable, comprometido. Ese uso debe llevar siempre a una realización, es decir, a ser más. Jamás debe apuntar a ser menos, a reducirse, a destruirse. No es lógico. Es el absurdo de la libertad usada equivocadamente...

Por eso es que los hombres somos peculiares. Una de las mayores riquezas que nos ha sido donadas, la usamos para hacernos acreedores de la más inmensa pobreza: la esclavitud. La libertad absoluta con la que hemos sido bendecidos, la ponemos en manos de esclavistas que nos destruyen, que nos empequeñecen, que nos aminoran. Peor aún cuando somos nosotros mismos los propios esclavistas, al poner la libertad en manos de nuestras pasiones, de nuestras inclinaciones instintivas, de nuestro egoísmo...

La libertad, estrictamente hablando, se nos ha dado para el bien. Conceptualmente es erróneo hablar de libertad cuando se actúa en contra del bien, en contra de la realización propia, en contra del crecimiento. En este caso, cuando se actúa equivocadamente usando de la supuesta libertad que se posee, es más propio hablar de libertinaje, de capricho, de instinto... La libertad verdadera, entonces, serviría para regular y mantener bajo control al libertinaje, al capricho, a los instintos.

De este modo, se entiende, y se entronca también, al desarrollo de la libertad en medio de otros seres, también libres... No somos "libres independientes", sino que somos "libres en comunidad". Los hombres hemos sido enriquecidos con una libertad propia, al igual que todos y cada uno de los otros hombres que tenemos a nuestro alrededor. No es, por lo tanto, nuestra libertad un bien a usar en absoluta independencia y autonomía, pues debe estar siempre en conexión con la libertad de los otros, que es también un bien superior en ellos y que debe ser respetado y promovido. Como dice el dicho popular: "Nuestra libertad llega hasta donde llega la libertad del otro..."

Hay que discernir bien, entonces, y concluir que mi libertad será mayor en tanto en cuanto sirva para promover la libertad de mis hermanos. Mi libertad será tal solo en cuanto los demás la tengan. No tendré libertad verdadera mientras mi hermano no sea libre. Es el misterio de formar todos una misma familia creada por Dios, que se enriquece solo en la medida en que todos disfruten de los bienes que están sobre la mesa a la disposición. Mientras un solo miembro de la familia esté impedido de disfrutarlos, en cierto modo todos tenemos cerrado el acceso a la satisfacción.

En ese uso de mi libertad para enriquecer a los demás, se inscribe la exigencia de Jesús. Por eso insiste en la necesidad de ser verdaderamente libres para poder hacer libres a los demás: "¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para poder sacar la mota del ojo de tu hermano". Muy fácilmente queremos dar indicaciones a los demás con cosas que nosotros mismos no cumplimos antes... ¡Qué fácil decirles a los demás que deben ser fieles, cuando nosotros no lo somos! ¡Qué fácil decirles a los demás que sean honestos, cuando somos corruptos! ¡Qué fácil decirles a los demás que sean responsables y que cumplan sus compromisos, cuando los primeros irresponsables somos nosotros!

Nos cuesta muchísimos ser honestos con nosotros mismos. Nos autoerigimos casi en norma moral para los demás. "Así lo hago yo... No entiendo por qué los demás no lo hacen igual", decimos. Nos creemos seres superiores, casi superdotados. Vemos en los demás todos los defectos y en nosotros solo vemos virtudes. Llegamos casi al extremo de compadecernos de los demás pues no tienen la inmensa pléyade de virtudes que nosotros poseemos...

La clave está en la humildad. La libertad tiene mucho que ver con eso. El que es libre es humilde, pues no es esclavo de sí mismo. No gasta sus energías en justificarse siempre, en querer ser reconocido, en aparentar lo que no es, en mostrar una faceta falsa de sí mismo... Quien es libre no tiene ningún problema en reconocerse tal como es, con transparencia, sin esquinas, ni turbulencias, ni oscuridades. Más aún... No es para él un punto de honor el no reconocer que los otros son mejores, son superiores, son capaces de enseñarle, de mostrarle el camino correcto... No se empeña en quitar una mota del ojo ajeno, pues puede ser que esa mota sea mucho más deseable que la viga que tiene en el ojo propio... ¡Eso sí es libertad! ¡Esa es la meta a la que debemos dirigirnos!

Nadie más sabio que Jesús... Y sus enseñanzas son para nosotros tesoros que debemos guardar con el mayor esmero. Hoy nos pide que nos liberemos de todo prejuicio contra los hermanos. Y que nos miremos interiormente para que nos veamos como somos de verdad. Nos pasará como al pavo real que, teniendo con el máximo orgullo sus plumas expandidas esplendorosamente, al bajar la vista y ver lo horrible que son sus patas, baja las plumas avergonzado...

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