sábado, 14 de septiembre de 2013

Me amó hasta entregarse por mí...

Es imposible contemplar el misterio de la Cruz de Cristo si no se hace desde el amor. ¿Cuál sería la razón para una entrega tan radical? ¿Qué otra razón serviría de argumento para explicar que el itinerario de una vida termine voluntariamente en el sacrificio mayor de la muerte ignominiosa de la Cruz, tan aborrecible y humillante? ¿Es que acaso la razón lógica humana puede conseguir un argumento razonablemente válido para entregarse a la muerte en Cruz, ofreciéndose para morir en vez de los culpables, siendo el único inocente? Definitivamente, lo único que explica un hecho tan irracional es el amor. Es necesario remontarse, elevarse por encima de la lógica racional, para poder, no explicar, pues sería algo inalcanzable, sino aceptar que lo que está sucediendo es realidad y que tiene una aplicación válida, por encima de los silogismos racionalistas a los que estamos acostumbrados. Es necesario pararse a contemplar admirados el misterio para poder aceptar que está sucediendo de verdad. Y simplemente abrir el corazón para dejarse invadir de la dulzura de pensar que ese misterio sucede porque el amor de Dios se derrama sobre mí en ese acontecimiento maravilloso...

Entonces, remontándonos a esas alturas, podremos asumir que es el acto más humano que ha sucedido sobre la tierra, pues no hay nada más humano que el amor. Lo que nos eleva a los hombres en nuestra naturaleza no es sólo la capacidad de raciocinio y de actuar a voluntad. Siendo esas características muy propias de nuestra naturaleza, el Creador no nos dejó sólo con lo que era "natural" de la humanidad. Por ser hombres, las criaturas predilectas suyas por encima de todas las demás creadas, nos regaló además una capacidad que le era exclusiva a Él: la de amar... Nuestra naturaleza humana fue enriquecida con una cualidad divina: vivir en el amor... Y cuando hacemos que esa virtud se explaye totalmente, simultáneamente nos hacemos más humanos, pues nos parecemos más a Dios, como Él mismo lo quiso. Hermosa paradoja...

En la Cruz, Jesús fue más Dios que nunca. Y fue más Hombre que nunca... Fue más Dios que nunca pues se expresó en lo que es, el amor, en el momento que fue requerido con más intensidad. Él hubiera podido alcanzar la Redención, el perdón de los pecados, la liberación de las esclavitudes, la recuperación de la vida de Gracia de los hombres, de cualquier otra manera. Total... era Dios. Un grito que hubiera lanzado desde el cielo diciendo: "¡Perdonados son todos los pecados, el demonio es vencido desde el cielo!", hubiera sido suficiente. Dios no está atado a actuaciones concretas. Sólo está atado al amor, que es su esencia. Otra cosa es cómo decide expresarse para que se entienda su amor... Y en la Cruz decidió hacerlo de la manera más clara. Imposible no aceptar que Dios es amor, cuando contemplamos al Amor pendiente de una Cruz, sin verdadera necesidad de hacerlo. Imposible dejar de pensar que Dios nos ama, cuando vemos al Inocente que se entrega en vez de quienes deberían estar en esa Cruz, todos nosotros, pues fuimos los que pecamos. Imposible no aceptar el amor de Dios cuando para poder alcanzar el perdón del Padre, con su acción, Jesús le dijo: "No los castigues a ellos. Yo cargo sobre mis hombros todas sus culpas (las pasadas, las presentes y las futuras), sin haber pecado, para que descargues sobre mí todo tu escarmiento. Yo los amo infinitamente y quiero satisfacer desde mi inocencia lo que ellos son incapaces de satisfacer porque no son buenos".

¿Hubiéramos comprendido el amor de Jesús si Dios hubiera lanzado el grito desde el cielo para redimirnos? No lo creo. Somos materia. Y no nos basta escuchar algo para estar seguros de eso. Necesitamos las pruebas fehacientes, físicas, tangibles... Sabemos que existe el viento, pero necesitamos de instrumentos físicos para medir su velocidad, su contenido de humedad... Sabemos que existe la luz, pero necesitamos saber, mediante mediciones físicas, su intensidad, su luminosidad, su duración... Sabemos que existe el amor y el perdón, pero necesitamos ver y tocar al que pende en la Cruz, para saber que el amor mayor ha venido de Dios y de su misericordia infinita. No nos hubiera bastado saber que Dios nos amó y nos perdonó. Tenemos necesidad de ver en la Cruz al que lo logró...

Por eso, en la Cruz Jesús se mostró más Dios que nunca, demostrando su poder al trocar la muerte en victoria, al sustituir la afrenta mayor de los hombres en perdón para ellos mismos, al dominar el sufrimiento para no ser vencido sino para vencer estruendosamente en la aparente derrota... Y se mostró más Hombre que nunca al realizar el gesto tangible de amor mayor muriendo por amor; al entregar su vida amando infinitamente y asumiendo que ese amor, para ser cada vez más humano, debe parecerse cada vez más al amor de Dios; al derramar ostensiblemente toda la sangre que poseía, incluso hasta las últimas gotas que le quedaban en el corazón, al recibir el lanzazo del soldado...

"Me amó y se entregó por mí...", dijo San Pablo. Es lo que podemos decir cada uno de nosotros contemplando a Jesús inerme en la Cruz. La Cruz, más que sufrimiento es gloria. Es la gloria del amor que recibimos y que se nos muestra en la prueba más clara. Es el momento más glorioso que ha sucedido en la humanidad, que es un todo con el portento de la Resurrección, con lo cual se nos dice que el demonio ya no tiene el poder. Que el poder lo tiene, lo sigue teniendo, como jamás ha dejado de tenerlo, Dios y su amor. Y que esa gloria la alcanza Dios para ponerla en nuestras manos. Que es una concesión del Dios del amor para los hombres. Que con esa gloria alcanzada y regalada por Jesús a los hombres, tenemos de nuevo la puerta abierta para llegar a Dios y para poder, en la eternidad, vivir en un abrazo de amor infinito que jamás terminará. La Cruz lo logra para nosotros... Y por eso la exaltamos...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario