martes, 10 de septiembre de 2013

Orar como Jesús oró...

En una oportunidad los apóstoles se le acercaron a Jesús y le pidieron que los enseñara a orar, "como Juan enseñó a sus discípulos". El discipulado tiene como característica una espiritualidad propia. El maestro marca su impronta no sólo en los criterios que imparte, sino en el estilo de vida que van asumiendo sus seguidores. Esa es la espiritualidad, que tiene una de sus manifestaciones concretas en la oración. En esa oportunidad, Cristo les enseñó a los apóstoles, y en ellos, a todos los que llegaran a ser discípulos suyos, el Padrenuestro, como oración característica de todos los que lo quisieran seguir...

Para Jesús el tratamiento de Dios como Padre era fundamental. El trato de intimidad que tiene cualquier hijo con su padre es el que quiere Jesús que tengan sus discípulos con Dios. Un trato cercano, sin excesivos formalismos, de confianza, de abandono y de entrega. Esa debe ser la espiritualidad del cristiano, que tiene su reflejo más perfecto en el Padrenuestro. De esa manera, el corazón del cristiano está siempre conectado íntimamente con el del Padre Dios.

En el Evangelio se nos dice que Jesús pasó la noche completa en oración, y que luego de esa experiencia de intimidad con Dios Padre, escogió a los doce, y "bajó con ellos de la montaña", para realizar obras maravillosas, de las cuales fueron ellos testigos principales. La oración, para Jesús, fue la iluminación que necesitó desde el Padre para escoger a sus seguidores íntimos, para colocarlos a cada uno de ellos en la presencia del Padre, y para iniciar su obra portentosa de salvación y curación de la humanidad... Era importante la oración para Jesús. Los momentos más relevantes de su vida y, seguramente, hasta los menos importantes, siempre estuvieron precedidos por momentos intensos de presencia delante de Dios. Siendo Él mismo Dios, necesitaba, el hombre que era Dios, colocarse frente al Padre para recibir de Él su amor y su bendición...

Cuando los apóstoles pidieron a Jesús que les enseñara a orar, pusieron como modelo a Juan Bautista, que les había enseñado a hacerlo a sus discípulos. Eso "marcaba" su pertenencia, les daba un singo particular. Querían ellos tener el signo particular como discípulos del Mesías Redentor. Y Jesús los complació no sólo con una fórmula, sino con un estilo de vida. Jesús les enseñó que la oración debe ser continua, que para los momentos más importantes de la vida era fundamental beber de la fuente en la intimidad de corazón con el Señor Dios, que no quería Él dar un paso sin antes ponerse Él mismo en la presencia del Padre, que la iluminación del Padre era fundamental para cada cosa que iba a realizar, que necesitaba que el amor y la bendición del Padre fuera derramada en cada una de sus acciones... Que los momentos de intimidad con el Padre no eran otra cosa sino consecuencia de su continua presencia delante de Él, de su espiritualidad. Quiso Jesús que los apóstoles comprendieran que la espiritualidad no era sólo la oración, sino el estilo de vida que imprimieran a su completa existencia. Que un hombre espiritual no es sólo el que ora mucho, sino el que está en constante contacto con Dios, y que tiene momentos frecuentes de intimidad en la oración como deseo de un ser que quiere ser iluminado, bañado, guiado, amado...

Así deben ser todos los discípulos de Jesús. La enseñanza de Jesús no es sólo la fórmula del Padrenuestro, rica en sí misma, y oración perfecta como ha sido suficientemente probado por un sin fin de estudiosos. Esa enseñanza fue su misma vida, que le dijo a todos los que pretendieran ser sus discípulos, entonces y siempre, que el que quisiera seguirlo con fidelidad tiene que ser un hombre de intimidad con el Padre, que está siempre en su presencia...

Los cristianos debemos ser esos discípulos que quieran seguir a Jesús en su estilo, en su espiritualidad. No se entendería, entonces, uno que quiera ser discípulo de Cristo que no ore, que no busque momentos de intimidad con el Señor. Muchos pretenden seguir a Jesús sin oración. Es un absurdo. Se convierten en simples "admiradores", en sólo "fanáticos" de Jesús, pero no en sus discípulos. No basta admirar la obra de Cristo, pretender ser buenos espectadores de sus portentos y milagros maravillosos, asistir apesadumbrados a su Pasión y su Muerte, maravillarse de su Resurrección y Ascensión al cielo... Para eso bastaría ver alguna película sobre Jesús... Y de esas hay muchas y muy buenas... Hay que hacerse actor en esas películas, hacerlas reales, vivirlas en primera persona. Y para eso sí es necesario un contacto personal, íntimo, de corazón a corazón. Y eso se logra sólo con una espiritualidad enriquecida con los momentos de intimidad, en los que el hombre se hace uno con Jesús, e imprime a toda su vida ese estilo enriquecedor de la presencia de Cristo y del Padre en cada paso de su vida...

Debemos orar como Jesús. Que nuestra vida espiritual se vea impregnada de esos momentos de intimidad, de compartir amor con el Padre, con Jesús y con el Espíritu Santo. Que, sobre todo para los pasos más importantes de nuestra vida, pero siempre, hagamos como Jesús: pasar largos ratos de intimidad amorosa y amena con el Padre. Que nos caractericemos por ser hombres y mujeres de oración. Que rescatemos esa necesidad de entrar en contacto con Dios para ser verdaderos discípulos de Cristo. Que esa sea nuestra marca, que se nos conozca a los cristianos como "los hombres y mujeres que oran", y que de esa oración sacan la fuerza para el día a día, para ser buen testimonio del amor, para procurar cambiar el mundo haciendo presente a nuestro Dios...

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