domingo, 7 de febrero de 2021

Todo lo que vivimos apunta a la victoria final del amor

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En el camino de la fe que queremos avanzar llega un punto en el que debemos enfrentarnos a una realidad que no podemos ignorar. Nuestra existencia se da por el inmenso amor que Dios nos tiene, pues no existe ninguna otra explicación lógica que haga comprender por qué existimos. Todo lo que existe fuera de Dios ha surgido por una explosión de amor que se dio en Dios, que Él no pudo "contener". El universo "se le salió" a Dios. Ese corazón amoroso, que era autosuficiente en sí mismo y que por lo tanto no necesitaba de nada más para ser plenamente feliz y vivir con la plena satisfacción de su propia existencia, en un momento quiso experimentar el amor hacia fuera. La nada absoluta dejó de serlo y empezó a existir todo lo que no es Dios. "Exista", "pulule la tierra", "bullan las aguas...", fueron las expresiones que utilizaba ese Dios Creador todopoderoso para traer a la existencia lo que no existía. En ese plan diseñado se dio como paso final el "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Ésta era la razón última de todo el plan. El hombre le daba sentido a todo lo demás. El amor a él explicaba el amor a todo lo demás. Sin el hombre, no tiene sentido nada más de lo que existe, ni el amor que se le pueda tener a las demás criaturas. Esta historia de idilio de Dios con el hombre, iniciada por el mismo Dios, cuando se echa la vista atrás de todo lo que se ha vivido en la historia de la humanidad, trastabilla cuando en ella nos encontramos situaciones en las que aparentemente queda negado ese amor que debería hacer vivir al hombre en la sola plenitud de la felicidad. Muchos hombres y mujeres se cuestionan sobre ese amor infinito cuando lo enfrentan a los dolores y los sufrimientos de la humanidad en esa misma historia que es supuestamente de amor, y que incluso viven ellos mismos en sus propias vidas. Podríamos afirmar que incluso personajes cercanísimos a Dios la viven en el máximo de los dolores: "Job habló diciendo: '¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los de un jornalero?; como el esclavo, suspira por la sombra; como el jornalero, aguarda su salario. Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga. Al acostarme pienso: '¿Cuándo me levantaré?' Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Corren mis días más que la lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha". Como para muchos, la vida para Job se ha convertido en una carga y no vale la pena seguir adelante.

El misterio del mal ha surgido a la par de lo creado. La libertad del hombre asegura que éste pueda tomar las decisiones equivocadas, aun pensando que puede estar tomando la correcta. El mal engaña, obnubila, conquista, arrastra. Y aun cuando Dios no quiere de ninguna manera el mal para el hombre, y teniendo el poder de obstaculizar ese mal que el mismo hombre puede procurarse y procurar a los demás, el mismo amor infinito con el que creó al hombre libre, le ata las manos. No puede ir Dios en contra de lo que Él mismo ha establecido. El hombre debe valorar el bien por convicción, no porque esté impedido de hacer el mal. El peso está en la misma libertad. El amor es libre. Y decidirse por Dios, por el bien, por la fraternidad debe ser también una decisión libre. Es lo que hace verdaderamente valiosa la decisión. Dios no quiere esclavos que no tengan conciencia del por qué lo siguen. Dios quiere hombres y mujeres que se unan a Él con la plena convicción de que esa es la verdad, de que ese es el camino, de que es eso lo que los llevará a la plenitud que vivirán eternamente en la felicidad del amor eterno de Dios. Así lo entendió San Pablo y por eso fue el gran apóstol de aquella Iglesia que nacía: "Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes". La paga final justifica cualquier avatar que haya que vivir. Fue lo que entendió y vivió San Pablo.

El mismo Jesús entendió que la tarea que le encomendaba el Padre era esta: hacer llegar a todos los más posibles esa expresión del amor de Dios que se pone del lado del hombre que vive, que se acerca a Él. El sufrimiento, la enfermedad, el dolor, son las realidades por las que el mal quiere dominar al mundo. Y lo logra asociando a los que se dejan engañar, pretendiendo obtener unas prebendas de superioridad que jamás podrán obtener lejos de Dios. Menos aún cuando el mal ha quedado tan brutalmente vencido con la muerte y la resurrección del Redentor. La obra de Jesús es claramente la obra de la nueva época que se inaugura con su presencia. No es una obra simplemente de curación, de liberación, de perdón. Es una obra de establecimiento de un orden nuevo. El del amor que vence, el de la libertad verdadera, el del avance hacia la plenitud prometida. Todo lo doloroso que puede existir en la vida del hombre cobra sentido cuando se ve en la perspectiva del fin. Una eternidad de felicidad hace que se tengan fuerzas para poder enfrentar y vencer al mal que se presenta aquí y ahora. De esa manera se tiene la convicción más firme de que Jesús se pone del lado del que sufre, del que la pasa mal, del oprimido y del humillado. Y llena el espíritu de la convicción de que quien lo asume así, es el verdadero triunfador. Ese triunfo lo tendrá para toda la eternidad: "Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: 'Todo el mundo te busca'. Él les responde: 'Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido'. Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios". Es Jesús el vencedor. Y somos todos nosotros, unidos a Él, los vencedores.

4 comentarios:

  1. Somos vencedores y producto del amor de Dios con libertad de pensamiento en el libre albedrío de esa independencia que nos otorga condicionado a que si predicamos su verdad, tendremos vida en abundancia, pero nos deja escoger nuestro como lo hicieron Adán y Eva o el que nos brinda Jesucristo,Señor y Dios Nuestro. Amén ��. QDLSB.

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  2. Dios quiere a hombres y mujeres que entiendan que él,es la verdad y el camino, así como Jesús fue el modelo de discípulo que vino a curar enfermos, a tocar tierra a servir,haciendo realidad el reino de Dios aquí en la tierra.

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  3. Dios quiere a hombres y mujeres que entiendan que él,es la verdad y el camino, así como Jesús fue el modelo de discípulo que vino a curar enfermos, a tocar tierra a servir,haciendo realidad el reino de Dios aquí en la tierra.

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  4. Dios quiere a hombres y mujeres que entiendan que él,es la verdad y el camino, así como Jesús fue el modelo de discípulo que vino a curar enfermos, a tocar tierra a servir,haciendo realidad el reino de Dios aquí en la tierra.

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