sábado, 11 de julio de 2020

Temamos siempre alejarnos del amor

Evangelio sábado 14ª semana de Tiempo Ordinario

Uno de los siete dones con los que nos enriquece el Espíritu Santo con su presencia en nosotros es el del Temor de Dios. Es un don desconocido, y no exactamente porque no se sepa lo que es, sino porque con frecuencia es desnaturalizado de su correcta esencia y por lo tanto de su justa comprensión. Para muchos es simplemente tenerle miedo a Dios, a su furia, a las consecuencias de haberlo molestado por la infidelidad cometida, al castigo eterno que acarrea haberse atrevido a ponerse en contra de Él. Incluso lo llaman Temor a Dios, en vez de Temor de Dios, acentuando que el temor está dirigido al ser de Dios, pues será de Él que surgirían todas las desgracias personales que tiene como consecuencia el pecado. Se estaría haciendo de Dios, de esta manera, un ogro que persigue y castiga, que está en cualquier esquina de nuestro caminar esperando con un mazo en la mano para golpearnos y darnos un fuerte escarmiento. No se regodearía en la libertad que nos ha donado desde el mismo principio de nuestra existencia, sino en la vigilancia enfermiza sobre el uso que demos a esa libertad. Y al vislumbrar apenas un atisbo de desvío de la finalidad de la libertad regalada, que es el hacernos cada vez más libres en el amor, aparece de las penumbras de cualquier rincón en el que está siempre al acecho, como el árbitro de la partida de fútbol, para mostrarnos la tarjeta roja. No se hace absolutamente ninguna justicia a esta imagen del Dios que nos ha creado por amor y quiere que la mejor imagen que tengamos de Él es el del padre tierno y amoroso de sus criaturas predilectas. No significa esto que no haya que tenerle respeto. Al fin y al cabo es el Dios que está por encima de todo, el todopoderoso, el juez que juzgará nuestras acciones al final de nuestros días. Es quien nos ha dado las indicaciones para caminar en su presencia y para que ese caminar sea cada más pleno, no solo porque seamos plenamente obedientes a Él como autoridad suprema, sino porque Él sabe muy bien, en su sabiduría infinita, que caminar por esas rutas es también nuestra plenitud, nuestra felicidad, nuestra libertad verdadera, nuestra propia compensación. En la mente de los hombres debe estar, entonces, sin ninguna duda, el deseo de respetar a Dios, de reconocer su grandeza, de admirar su poder, de aceptar que es la suprema inteligencia por lo que su sabiduría no tiene posibilidades de ser puesta en duda.

Por ello, hay que saber entender correctamente lo que significa el Temor de Dios. Su fuente es el Espíritu Santo, la Persona del Amor de Dios. Todo lo que surja de Él, por lo tanto, jamás puede ser separado de lo que es en su esencia más profunda: Amor. Por ello el Temor de Dios tiene que ver radicalmente con el Amor de Dios. Y es la respuesta que debe el hombre a lo que abundantemente ha recibido de Dios. Un amor eterno e infinito, inmutable en sí mismo, infinitamente abundante al punto de que jamás se agotará pues Dios no terminará nunca. Es eso lo que reside en todo hombre de la historia, de lo cual Dios mismo ha querido hacerlo propietario. De allí que, en ese mismo ámbito del amor donado, debe inscribirse el amor de vuelta. A un amor de venida corresponde un amor de ida. "Amor con amor se paga", diría el sabio adagio popular. Por ello, el Temor de Dios tiene que ver más con el amor que con el miedo. Dios no quiere que le tengamos miedo. Quien ama jamás perseguirá que aquellos a los que ama se mantengan junto a él solamente porque le tienen pavor. Eso no compensará jamás el amor que tiene. El temor nunca será la compensación justa del amor. El Temor de Dios no tiene como objeto a Dios, sino al hombre. Se trata del temor que se debe tener a no estar a la altura del amor que se recibe. Es temer alejarse del amor, por no atinar a dar la justa medida al mismo amor. Es tener miedo a alejarse de Dios, no a estar cerca de Él. Quien tiene Temor de Dios procurará siempre conocer cada vez mejor a Dios, saber cada vez más de su amor, para procurar mantenerse lo más cerca posible de él y jamás dejar de vivir el gozo de tenerlo en su corazón. Así lo afirma el sabio escritor de Proverbios: "Hijo mío, si aceptas mis palabras, si quieres conservar mis consejos, si prestas oído a la sabiduría y abres tu mente a la prudencia; si haces venir a la inteligencia y llamas junto a ti a la prudencia; si la procuras igual que el dinero y la buscas lo mismo que un tesoro, comprenderás lo que es temer al Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios". No se trata, por lo tanto, de un conocimiento motivado por el miedo o que quede solo en el ámbito externo, sino que está incrustado en lo más profundo del corazón humano y lo lleva a comportarse según el amor que va descubriendo en el Dios que lo ama profundamente.

La consecuencia de vivir en el correcto Temor de Dios es, por lo tanto, la felicidad verdadera. Es lógico que así sea, pues la vivencia del amor es el mejor conocimiento de Dios que se puede tener. Nadie conoce mejor a Dios que aquel que ha experimentado profundamente su amor. El mejor conocimiento de Dios no es el intelectual, sino el experiencial: "Porque el Señor concede sabiduría, de su boca brotan saber e inteligencia; atesora acierto para el hombre recto, es escudo para el de conducta intachable; custodia la senda del honrado, guarda el camino de sus fieles. Entonces podrás comprender justicia, derecho y rectitud, el camino que lleva a la felicidad". El amor, de esta manera, se convierte en el acicate mayor para mantenerse junto a Dios. Quien tiene ese temor de separarse de Dios y de, en consecuencia, dejar de experimentar su amor, no tiene otra perspectiva de vida que seguir fielmente junto a Dios, junto a Jesús. Todo lo que vive lo vivirá en función de mantener su vivencia del amor, pues es el tesoro más valioso que ha conseguido y temerá siempre perderlo. Lo motiva así, a vivir en ese ámbito continuo del amor, sin importar nada más. Toda su vida la pone en función de ello. No abandona su vida cotidiana y todo lo que en ella se contiene, sino que en toda ella da la coloración del amor. Ese es el "abandono" que Dios quiere que vivamos todos. A unos pocos se les exigirá que lo dejen todo. A la inmensa mayoría se les exigirá que todo lo pongan a los pies del amor, dejando que su realidad sea toda circundada por ese amor: "Cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también ustedes, los que me han seguido, se sentarán en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna". Para unos, esta llamada es literal. Para otros, es simbólica. Se trata de colocarlo todo en función de la vivencia íntima y totalmente compensadora del amor de Dios en el corazón, por lo cual todo cobrará sentido solo en ese amor que añora la total presencia de Dios en la propia vida y que siempre temerá perderlo para nunca dejar de vivir la alegría infinita del amor cotidiano con el Dios del amor eterno e infinito.

4 comentarios:

  1. Extraordinariamente motivadora esta reflexión... Mi admiración y gratitud por su docilidad y disponibilidad. Desde siempre, he disfrutado mucho de el gran talento que Dios le ha dado para desertar de forma tan precisa y profunda en su Palabra, pero con la sencillez y cercania, que invita a saborear. Ruego a Dios por su fidelidad a su vocación y al misnisterio que le ha sido encomendado. BENDICIÓN...Abrazos!

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  2. Que forma tan Bonita y hasta poética de explicarnos lo del Temor de Dios. Que siempre tengamos " el temor" de
    no estar a la altura del amor infinito,
    de abandonarnos realmente, a esa gratuidad de dones que el Señor que nos regala....Amen amen y amen

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  3. Nadie conoce mejor a Dios que aquel que ha experimentado su amor, es ahí en momentos difíciles, donde el señor se declara y nos muestra su amor y su bondad....

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  4. Nadie conoce mejor a Dios que aquel que ha experimentado su amor, es ahí en momentos difíciles, donde el señor se declara y nos muestra su amor y su bondad....

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