lunes, 20 de julio de 2020

Es bella una fe serena que solo busque amar

Esta generación perversa y adúltera exige una señal | InfoVaticana

El Evangelio de San Juan está compuesto alrededor de los siete milagros que relata el apóstol y evangelista. Claramente su intención está encaminada a presentar la obra de Jesús como la de la plenitud del amor de Dios en favor de los hombres. El número siete entre los hebreos es un número que habla de plenitud, de gloria, de infinitud. Presentar siete milagros revela que se quiere afirmar que Dios está presente, que está ahí, que pone todo su poder y su plenitud en favor de aquellos que son favorecidos por su gracia todopoderosa. Revela, además, que Juan considera suficiente esa presentación para dejar bien establecida la primacía de Jesús, la de su amor y su poder, y que no tiene que resaltar las obras maravillosas que Jesús realiza, pues todo lo que hace, incluso aquello que es ordinario y común, debe ser entendido como revelación también de su presencia. En cierto modo, la falta de insistencia mayor en las obras portentosas podríamos entenderla como una invitación al descubrimiento de la obra de Jesús también en lo ordinario y en lo sencillo que, ciertamente, es el ámbito común de revelación de la obra grandiosa de Cristo. No hay que esperar siempre lo maravilloso o lo portentoso para fundar la alegría o la esperanza de la redención, sino que hay que procurar vivir esa felicidad por las demostraciones perennes en todas las donaciones comunes y ordinarias que sigue Dios permitiendo para nosotros. Es una llamada a la limpieza de la mirada para poder ver con transparencia y sencillez la obra cotidiana de Dios en la propia vida. Una llamada a evitar las contaminaciones que nos permitimos nosotros mismos, invocando siempre lo estrambótico para poder dar fe al Dios que nos demuestra su amor en la sencillez y en la humildad. Al ser fanáticos de lo extraordinario, no nos llegamos a conformar con lo ordinario, sino que queremos poner a Dios también en el predicamento de demostrar incluso su existencia por las obras grandiosas de las que queremos ser testigos. No es extraño, entonces, que muchos basen su criterio de fe, incluso como condición para creer en la existencia de Dios, en la realización de obras portentosas. En el caso de no darse sería para ellos la demostración suficiente de que Dios es simplemente una idea inventada para satisfacer mentes débiles y acomplejadas. Esta exigencia obnubila de tal manera su mente que impide la posibilidad de vivir la fe en la simpleza de lo cotidiano y se guarda solo para lo fantástico. De ese modo llegará a ser una fe que necesita una sobreexcitación continua, lo cual la envilece y la hace prácticamente un narcótico exacerbante.

No hay mayor satisfacción que la de tener una fe serena. Está claro que Dios puede realizar portentos y maravillas cuando quiera. Para Él no hay nada imposible. Pero su objetivo no es mantener al hombre en un estado de ánimo continuamente exaltado, exacerbado, enardecido. Lo quiere con un corazón en paz, sereno, en el que haya un ámbito sencillo y apacible para la recepción de su amor, y en el que se pueda dar una verdadera relación de amistad suave, dulce y tranquila. Sería la respuesta a la petición que hacen los cursillistas de cristiandad en la hora apostólica con la que cierran su experiencia: "Señor, que no necesitemos milagros para tener fe, pero que tengamos tanta, que merezcamos que nos los hagas". Se debe procurar, entonces, tener un corazón tan libre en el amor que sea capaz de descubrir la presencia de Dios en todo lo que acontece alrededor: en la salida del sol que regala Dios día a día, en el aire dulce que se respira y que llena vivificante los pulmones, en la mirada dulce y enamorada de los novios, en el amor sereno que comparten los esposos, en la ternura de los hijos que van creciendo bajo la mirada protectora de sus padres, en la ancianidad sabia y preciosa de los abuelos que tienen siempre tendidas sus manos arrugadas ofreciéndose como apoyo no por ser fuertes sino por ser sabios, en la fidelidad de los animales domésticos que se convierten en unos miembros más de la familia, en la belleza de las plantas y las flores que nos rodean y llenan de color y ricas fragancias todo el entorno, en la vida salvaje de los animales que retozan libres en los bosques y las selvas, en el azul vivo y sereno de los cielos que nos cubren, en el blanco inmaculado de las nubes que se transforma en gris cerrado cuando aparecen para dejar caer el agua que renueva la vida en la tierra, en la magnificencia de los mares, los océanos y los ríos que nos hablan de lo magnífico que es Dios, que es mucho mayor que todos ellos juntos... No hay parangón a lo maravilloso que es tener un espíritu que sea capaz de descubrir a Dios en todo eso. Cada experiencia humana, sea sencilla o portentosa, es una ocasión para poder descubrir a ese Dios que está lleno de amor por nosotros y que en cada acontecimiento que nos rodea quiere hacer que sintamos su caricia en nuestro rostro y en nuestra mirada. Lo extraordinario de las actuaciones de Dios puede llegar a convencernos, mas lo sencillo de descubrir a Dios y su obra en todo lo que acontece, nos conquista y nos enamora.

Debemos evitar entonces esa tentación continua de necesitar portentos: "Algunos escribas y fariseos dijeron a Jesús: 'Maestro, queremos ver un milagro tuyo'". Jesús pudo haber decidido en ese momento realizar un gran milagro. Pudo haber mandado a oscurecer el sol instantáneamente, pudo haber elevado vuelo sobre todos ellos para posarse nuevamente sobre la tierra, pudo haber secado todas las plantas de alrededor para luego hacerlas revivir de nuevo. Ninguna de esas cosas habría sido imposible para Él. Él es Dios. Pero no quiso hacerlo así. Apeló a lo que ya ellos conocían por experiencias de personajes anteriores y que se habían dejado conquistar previamente, con lo cual les reprochó su dureza de corazón: "Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón". Es el mismo Dios que reclama a todos no haber sucumbido a su amor a pesar de haber realizado portentos y maravillas, con lo cual queda demostrado que no bastan las obras portentosas para lograrlo: "¿Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme! Yo te saqué de Egipto y te libré de la servidumbre." Lo dijo Abraham al rico epulón cuando estaba en el infierno y le pedía que enviara al pobre Lázaro a su familia para que creyeran: "Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aunque algún muerto resucite". Necesitamos rendirnos al amor de Dios, más que a sus portentos. Nuestra fe no puede basarse ni ser ella misma una experiencia exacerbante. Esa fe sería una fe extenuante, sin reposo sereno. Debe ser un encuentro dulce y pacífico en el amor con el corazón de Dios que nos ama más de lo que podemos imaginarnos y, por supuesto, más de lo que nosotros mismos nos amamos. "Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con tu Dios". Es la respuesta que da el profeta al que se pregunta qué es lo que quiere Dios. No es más. Es lo más sencillo que existe. Dios no quiere corazones alterados a su lado, frutos de una fe lograda a fuerza de portentos. Quiere hombres conquistados, enamorados, frutos de la experiencia gratificante y enriquecedora de un amor que solo quiere la serenidad de un corazón que abra sus puertas para asentarse en él y vivir allí un intercambio de ternuras sin fin.

5 comentarios:

  1. Cuando un corazón no está listo para abrirse a Dios, da igual los milagros que veamos y recibamos cada día, estamos como ciegos y sordos a lo evidente de sus muestras de amor. Sin embargo con su gracia, poco a poco nos abrimos a percibirlo y recibirlo hasta en lo más pequeño. Eso ha pasado conmigo. Gracias por sus palabras. Saludos desde Yucatán.

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  2. Siervos inútiles somos, más aún si esperamos solo ser testigos de actos sobrenaturales. El Señor nos ama desde la eternidad, hasta nos envió a su Propio hijo para salvarnos. Y todavía nuestro insatisfechos ojos quieren ver portentos. Pidamos al Amor infinito que nos de la Fe de un granito de mostaza, para poderlo amar, comtemplar, saborear en las cosas más sencillas y para que El realmente habite en nuestros corazones....

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  3. El amor a Dios debe ser limpio y puro sin malicia pero como ser humano pecamos sin medir y cuando estamos mal buscamos a Dios para q no libere de dónde hemos caido a lo más bajo y aún más pedimos milagros
    Pero como él es misericordioso siempre nos tenderá la mano y ayudará a salir de donde hemos caído .
    Y si nos damos cuenta de la bondad y ternura con que nos mira como hijos suyos esa es bondad infinita que Dios nos bendiga a todos

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  4. Nos damos cuenta que el mismo Cristo, es la señal de Dios en nuestras vidas, abramos nuestro corazón y contemplemoslo en todas las cosas...

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  5. Nos damos cuenta que el mismo Cristo, es la señal de Dios en nuestras vidas, abramos nuestro corazón y contemplemoslo en todas las cosas...

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