sábado, 18 de julio de 2020

Jesús pisoteará a los fuertes y exaltará a los débiles

Les mandó que no lo descubrieran. Así se... - Institute Id of ...

En la obra de Jesús hay dos acciones muy concretas que debe realizar para poder encaminar perfectamente la tarea que le ha encomendado el Padre. Es una obra de rescate y de liberación que evidentemente no pueden llevar por sí mismos los agraviados por cuanto han sido debilitados hasta el extremo por el poder del mal que los ha subyugado, por lo que necesitan de un poder superior que alcance el éxito. Desde el primer momento de la existencia de cada hombre, estos han sido engalanados con las vestiduras de la libertad que el Señor ha querido donarles. Esa libertad para unos fue un tesoro invaluable que quisieron resguardar con celo, incluso apoyados por Dios, celoso no solo de sí mismo sino también de sus criaturas. Otros la encaminaron por rutas tortuosas, por las que quisieron, y lo lograron, dominar a los más débiles y subyugarlos, al punto de hacerlos poco menos que esclavos. Este camino, que llegó a desvirtuar totalmente el sentido para el que Señor había donado al hombre la libertad como tesoro, se fue haciendo cada vez más extendido, atrayendo a más y más, haciendo un mundo de desiguales, en el que los poderosos son los dominantes, los que deciden, los que determinan los usos de los recursos, con la finalidad clara de hacerse cada vez más poderosos y ricos, sin importar nada más, y en el que los débiles están cada vez más indefensos, al arbitrio de las decisiones de otros, sufriendo de mayores necesidades, despojados de su dignidad, oprimidos y utilizados como monedas de cambio por la explotación en sus labores manuales para favorecer el poder y el enriquecimiento de los que están pisoteándolos. Ese virus de la desigualdad entre hermanos se extiende cada vez más y hace más daño, haciendo que aquella sociedad ideal que quiere Dios en la que convivan hermanos, iguales, solidarios y caritativos, se perciba más como una entelequia ingenua e inalcanzable que como una realidad posible. Es cierto que Jesús dijo que "a los pobres siempre los tendrán entre ustedes", pero esa pobreza como realidad sociológica reconocida por Cristo es muy distinta a la que sucede por la obra del hombre explotador, pues deviene en una miseria totalmente antievangélica en la que el pobre deja de ser un hermano al que se le debe tender la mano, siendo incluso ocasión del ejercicio de la caridad fraterna, para pasar a ser un esclavo del que se puede aprovechar al máximo para sacar los mayores beneficios para las cuentas personales.

Las dos acciones que viene a realizar Jesús descubren su compromiso con el hombre que ha sido creado para ser bueno. En primer lugar la obra se inicia con una acción, que es casi una operación quirúrgica, de extirpación del tumor del mal, de la finalización de la explotación del débil, de la anulación del poder opresor, de la neutralización de la ofensa continua a la dignidad de los hermanos. No hay nada que reclame más la acción poderosa de Dios que la humillación del débil. Quien se atreve a hacerlo deberá estar dispuesto a encontrarse de frente con el Dios que saldrá siempre en su defensa. Ya que ellos no tienen la fuerza para oponerse al poder casi omnímodo del que humilla, Dios mismo se erige en su valedor. La debilidad de los humillados se convierte en la fuerza todopoderosa del Dios que los defiende. A eso, nada más y nada menos, se enfrenta quien se atreve a declararse subyugador de su hermano. Dios mismo se ha percatado de sus malas acciones, pues nada está oculto a su conocimiento: "¡Ay de los que traman el crimen y planean pérfidas acciones en sus camas! En cuanto apunta el día las ejecutan, porque tienen poder. Desean campos y los roban, casas, y se apoderan de ellas; oprimen al cabeza de familia y a los suyos, explotan al ciudadano y sus bienes". Si aquellos que en su mente solo tienen sus intereses malsanos y el aprovechamiento de los más humildes y débiles, no se convierten de sus malas acciones, deberán asumir las consecuencias de sus acciones. Podrán tener en apariencia mucho éxito en sus pérfidas empresas, pero sin duda también les estará yendo muy mal en los negocios con Dios, pues estarán anotando en el libro de la eternidad solo números rojos. La siembra que están haciendo es una siembra muy mala, que tendrá una producción negativa en su futuro. "Quien siembra vientos recoge tempestades". Dios, que es el valedor de los débiles, no les estará anotando absolutamente nada a su favor. Por el contrario, estará verificando una deuda inmensa que jamás podrán cancelar. Quedarán en deuda eterna delante de Él. La sentencia del Señor es clara: "Yo también tramo contra estas gentes un mal del que ustedes no podrán apartar el cuello y no andarán con la cabeza alta, pues serán malos tiempos aquellos ... Por ello, no tendrás quien te eche a suertes un lote en la asamblea del Señor". Que nadie se ufane de los éxitos que obtenga aplastando cabezas, pues la única cabeza que quedará eternamente aplastada será la suya. Dios mismo se encargará de ello.

La segunda acción que emprende Dios complementa a la primera. Es en la que tiende la mano a los que han quedado humillados. No se contenta Dios con anular al que actúa en contra de su hermano, sino que auxilia a ese que ha sido humillado. No quedará derribado el que es pisoteado en su dignidad por el poderoso, sino que es tomado de la mano por Dios y es elevado por Él a la mayor de las dignidades. Dios lo creó para sí, para que fuera un adelantado hacia la plenitud. Ese camino ha quedado truncado por la acción de quien lo ha despreciado y esclavizado. Estos débiles no harán justicia por sus propias manos, aplicando criterios de venganza contra quien les ha hecho daño, sino que se abandonan en las manos de quien implanta el derecho y la justicia y sale en defensa de los miserables. Esos humillados son los que se convierten en objeto de su acción amorosa y misericordiosa: "La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará". Los que están en la peor situación serán los que atraigan su acción restauradora. Con esa obra de amor, de piedad y de misericordia, logrará cambiar el signo de la humillación por el de la exaltación. En el Reino que va implantando no hay lugar para la injusticia ni para la opresión. Solo lo hay para el amor, la fraternidad, la solidaridad. En él cada uno aportará de lo suyo para que el mundo sea un lugar mejor, en el que la armonía y la fraternidad brillen y destaquen, un mundo de hermanos en el que las diferencias serán ocasión para el aporte personal de cada uno, para el servicio dichoso y orgulloso, y no para el rechazo o el aprovechamiento de unos pocos. Es la obra que viene a realizar el Mesías anunciado desde antiguo: "Miren a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones". El Mesías viene a realizar la obra de la justicia. A cada hombre sobre el mundo le corresponde la misma dignidad y nadie puede arrogarse el derecho absurdo a pisotearla, a menos que se declare enemigo del amor. Jesús ha venido a dar lo que corresponde a cada uno de los actores y a ponerlos a todos en el mismo lugar: el del amor, el de la justicia, el de la dignidad, el del servicio, el de la fraternidad. "Él los curó a todos", nos dice el Evangelio. Ojalá todos nos dejemos curar y nos pongamos en sus manos para que nos libere de cualquier tentación en contra de la dignidad de nuestros hermanos.

1 comentario:

  1. El reino que ha ido formando el ungido de Dios, no tiene lugar para la injusticia ni para la opresion, por lo tanto, nosotros debemos anunciar con humildad su palabra y sus obras....

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