viernes, 17 de julio de 2020

Nunca habrá libertad si la nuestra no promueve la de los demás

El Evangelio del día. El comentario sin pretensiones de un ...

Los auténticos hijos de Dios son los hijos de la libertad. La obra que Cristo vino a realizar, rescatando al hombre de su situación de desgracia, fue una obra principalmente de liberación. Sobre el hombre comenzó a pesar el castigo de su esclavitud, cuando quiso emanciparse totalmente de quien era la razón de su existencia y pretendió arrogarse a sí mismo, en exclusividad total, la capacidad de ser y de estar en el mundo. Ciertamente, el Creador lo había colocado por encima de todas las cosas y le había dado el dominio sobre ellas para que se sirviera de todas para su subsistencia y su felicidad: "Y los bendijo Dios y les dijo: Sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra y sométanla". Nada de lo creado estaba por encima de él. Pero el hombre, en su soberbia, ganado por las insinuaciones del demonio, quiso liberarse incluso de aquello que le daba el sustento único y final a esa superioridad, que no le era propia sino una concesión graciosa que le había sido donada desde el amor por el mismo Dios Creador. Se desconectó, de esta manera, de quien era su sustento vital final y, como la rama que se desprende del árbol pretendiendo tener vida en sí misma, lo que alcanzó fue la muerte. Cayó en los brazos de sí mismo, una criatura más, aunque fuera la más alta de todas, pero que al final no tenía la capacidad de darse a sí mismo la vida ni ser la fuente principal de su sustento, por lo cual necesitó aliarse a quien lo encadenaba más y lo hacía un dependiente subordinado, totalmente subyugado, en quien perdía la absoluta libertad de la que gozaba. Su vida empezó a desarrollarse entre cadenas, que eran los espejismos de libertad que le ofrecía el demonio, su subyugador: Liberarse de Aquel que le daba los lineamientos a seguir y que lo harían cada vez más hombre y por ende más feliz y pleno, darse todos los gustos que le vinieran en ganas, poseer todas las cosas que le fueran posible sin importar cómo obtenerlos, perseguir honores y reconocimientos vanos, sucumbir a todos los placeres que le pidiera el cuerpo, pisotear la dignidad de quien se interpusiera en su camino de éxitos, atentar contra su entorno vital para aprovecharse malamente de todo lo que fuera posible, herir a la vida cuando significara un escollo para su propia elevación... La soberbia se apoderó de él y él mismo se colocó en el centro de todo, sin percatarse que eso, lejos de ser su promoción estaba representando su propia destrucción. Las cadenas lo ataron de tal manera que llegó al punto de ser imposible para él su propia liberación. Llegó así, el momento de la acción liberadora de Dios en Jesús. "Para vivir en libertad nos liberó Cristo", afirma San Pablo.

Esa libertad es la que enaltece al hombre. No es la capacidad de hacer lo que nos venga en gana, sino de hacer aquello que nos hace más hombres, más plenos. Lo que nos acerca más al bien y lo que hace que pongamos todo nuestro empeño para acercarnos más a la meta de nuestra plenitud humana. Se equivoca quien cree que es libre decidiendo anárquicamente, declarándose absolutamente emancipado, libre de toda norma externa, dándose a sí mismo la medida del bien o del mal según un criterio exclusivamente suyo sin referencia a los demás. La libertad verdadera es la suma de las libertades de todos, la que tiene en cuenta que el otro es también libre y está llamado como uno mismo a la plenitud. La libertad propia se enaltece y se engrandece cuando se usa para enaltecer y engrandecer la del hermano. No existe libertad en la herida a la libertad del otro, pues se estaría así impidiendo su plenitud. Quien hiere la libertad del hermano y le impide avanzar en su camino hacia su plenitud, está atentando también contra su propia libertad, que está llamada a sumarse a la del otro y no a restarla. Sobre todo, no hay libertad en el empeño absurdo de alejarse de quien es la fuente de la misma libertad, es decir, del Dios Creador. Una libertad que se aleja de Dios se acerca cada vez más a la esclavitud. Y si hace totalmente ausente al Dios del amor, ha caído en lo más bajo, que es su desaparición. Quien ha echado a Dios de su vida es el hombre más esclavo de todos, pues ha cerrado su camino a la plenitud, que está solo en la presencia de Dios, y ha echado sobre sí mismo la sombra más oscura de la esclavitud. Una justa autonomía no desprecia nunca la norma superior, la que no puede faltar en ninguna normativa humana, que está basada en el amor: la búsqueda del bien común. Y el principal bien común es el de la libertad que promueve al hombre para que tenga más humanidad. No se es libre, entonces, para hacer lo que nos venga en gana, sino para buscar siempre el bien, porque nos viene en gana. Es el uso de toda la fuerza vital que se coloca en función de la plenificación personal y de la plenificación de todos. La propia libertad enaltece la libertad de los demás. El camino del hombre que quiere ser verdaderamente libre no podrá estar jamás desconectado de la fuente de la libertad que es Dios, ni de los demás que lo hacen más libre sirviéndolos para el amor y para el bien, de modo que sumen calidad a la propia libertad. La libertad nunca será mayor restando libertad a los otros. Será mayor si se promueve en los hermanos.

Será, de este modo, la verdadera libertad de los hijos de Dios, que hace conscientes de que Dios solo quiere el bien del hombre. Él, en su libertad infinita y todopoderosa, tiene plena conciencia de que respetando y promoviendo esa libertad con la que ha enriquecido al hombre, da la mejor demostración de su propia libertad. Si se opusiera a ese don con el que ha enriquecido al hombre, estaría negando su propia libertad, lo cual es un absurdo total. Quien es libre, actúa libremente delante de todos: "En aquel tiempo, atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: 'Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado'". La libertad que Dios le había dado a los apóstoles, de la cual ellos estaban conscientes, los hacía dejar a un lado las leyes absurdas e inhumanas, que buscaban subyugar más que liberar. Lo que importaba para Dios era lo que estaba en el corazón, más que lo formal, es decir, eso que hoy se llama "lo políticamente correcto", y que hace que el corazón pierda esa libertad que debe tener siempre en Dios. Por eso la sentencia tan sabia y oportuna de Jesús: "Si ustedes comprendieran lo que significa 'quiero misericordia y no sacrificio', no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado". La verdadera libertad es la que pone al hombre delante de Dios al desnudo y le hace abrir su corazón confiando total y exclusivamente en su poder y su misericordia. Lo vivió Ezequías que en el reconocimiento de la grandeza de Dios, se humilló delante de Él para pedir su perdón: "Ve y di a Ezequías: 'Esto dice el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y visto tus lágrimas. Añadiré otros quince años a tu vida y te libraré, a ti y a esta ciudad, de la mano del rey de Asiria y extenderé mi protección sobre esta ciudad'". Y selló su pacto de amor y de perdón con el portento de su poder: "La señal que el Señor te envía de que cumplirá lo prometido será esta: Haré retroceder diez gradas la sombra en la escalera de Ajaz, que se había alargado por efecto del sol", y así sucedió. La libertad bien entendida y bien utilizada hace que Dios la magnifique. Al que es libre delante de Dios, Dios mismo lo hace más libre, avanzando así en la consolidación de su propia libertad. La plenitud está, entonces, no en la declaración de la autonomía absoluta que termina en esterilidad y esclavitud, sino en la declaración libre y liberadora de la sumisión a Dios, fuente de la libertad, y en la suma de todas las libertades asumidas y promovidas de los hermanos.

3 comentarios:

  1. Que gran amor del Padre de hacernos libres y a nosotros cuanto nos cuesta aceptar ese regalo que sencillamente es abandonarnos y confiarnos en El...Bellisima disertación de la verdadera Libertad

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  2. El Señor no se cansa de invitarnos a actuar con misericordia, nos quiere libres para anunciar su reino de vida y liberación...

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  3. El Señor no se cansa de invitarnos a actuar con misericordia, nos quiere libres para anunciar su reino de vida y liberación...

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