jueves, 30 de julio de 2020

La resignación no es cristiana. La conformidad sí

Jesús usa comparaciones para enseñar verdades sobre el Reino | La ...

Una inquietud que surge razonablemente en el corazón de los discípulos de Jesús es la de la salvación universal. ¿Serán todos los hombres los llamados a la salvación? ¿Habrá ya algunos destinados previamente a la condenación y otros a la salvación? ¿La sangre de Cristo habrá sido derramada para favorecer a todos o solo a unos cuantos? En la historia de la teología hubo un tiempo en el que la idea de la predestinación tomó mucho peso. Inclusive, aún hoy, alguna teología de alguna de las iglesias protestantes basa su desarrollo en esta idea. Es la teología que basa su consideración en la fatalidad. Nada de lo que haga el hombre, a favor o en contra del Reino de Dios, servirá para su salvación, pues su destino ya está escrito. Ya en el libro de la vida Dios ha escrito su suerte. Su futuro está ya determinado. Hija de estas ideas es la de la resignación ante la voluntad de Dios, que considera que ante los sucesos que va presentando el tráfago de la vida simplemente hay que bajar la cabeza, porque "es la voluntad de Dios" y ante eso no hay nada que hacer. Según esta mentalidad, Dios sería la fuente no solo de la vida y del bien, sino también de los males del mundo. Por eso, ante el mal "hay que resignarse, porque es la voluntad de Dios". Nada más falso que eso, pues Dios, autor y dador de todos los bienes, cuya naturaleza es el amor, jamás puede ser fuente de ningún mal, por lo que tampoco, de ninguna manera, sería partidario de la resignación ante el mal. Cuando nos ha enriquecido con inteligencia y voluntad lo ha hecho para que en el uso de ellas, los hombres procuremos siempre la búsqueda del bien para sí mismos y para todos. Y si ello implica la lucha contra el mal, enfrentarse a él para que no venza ni se enquiste en el corazón de nadie, se haga oportunamente. Entra en juego aquí el tesoro de nuestra libertad. Somos libres para elegir el bien, para procurarlo para todos, para luchar contra el mal. Pero el uso incorrecto de esa misma libertad puede llevarnos a elegir el mal, a procurarlo para todos y a querer imponerlo en el mundo. Es esa la fuente del mal. El mismo hombre, en el uso del atributo del libertad con el que el Señor lo ha favorecido, puede ser una bendición para sus hermanos o una maldición para ellos. Dios nos llama a ser suyos, y por ello, al conformar la gran comunidad de sus discípulos, sabemos bien cuál es la meta que debemos perseguir. Nunca será la de la indiferencia, la del no tomar partido, la del permanecer impávidos ante el mal que sufre el mundo. Quien así actúa no se estaría quedando solo en la indiferencia, sino que estaría conformando el ejército del mal, haciéndose su cómplice. La voluntad de Dios es que el hombre sea feliz y alcance el bien, por lo cual jamás será quedarse de brazos cruzados, con la resignación como marca final.

Por ello, ante la pregunta que surge inquietante en nuestro corazón, -¿quiere Dios la salvación de todos?-, la respuesta clara y contundente es ¡Sí! Ya lo dijo San Pablo: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Si hay alguna predestinación en nuestras vidas, es la de la salvación. Dios no condena a nadie a priori. En todo caso, los salva a todos a priori. Pero también respeta la libertad que ha donado a cada uno. Está dispuesto a dar la salvación a todos. Lo ha demostrado fehacientemente durante toda la historia de salvación, y más rotundamente en el envío de su Hijo al mundo para la salvación del hombre, que en la entrega amorosa en favor de los hombres a los que quiere salvar confesó su amor infinito por cada uno y su deseo ardiente de salvarlos a todos. Si Dios no predestina fatalmente a nadie, tampoco utiliza la salvación como una vacuna para inocular por encima de la voluntad humana. El mismo estilo gramatical de la formulación de la frase de San Pablo así lo sugiere. En lugar de decir: "Dios quiere salvar a todos los hombres", dice: "Dios quiere que todos los hombres se salven". La construcción reflexiva sugiere que el hombre es parte activa de su propia salvación, la que tiene como fuente la gracia divina, pero de la que debe hacerse digno. Se da, por lo tanto, un doble movimiento en el proceso de la salvación. Por un lado, el de Dios que ha hecho todo, lo posible y lo imposible, para hacer llegar a cada hombre su salvación, y por el otro, el del hombre que demuestra querer vivir esa salvación, con sus hechos que lo acercan al amor de Dios, o que desprecia ese gesto salvador de Dios y se aleja de su amor. Es el proceso que sigue el alfarero ante el barro que es puesto en sus manos: "Cuando le salía mal una vasija de barro que estaba torneando (como suele ocurrir al alfarero que trabaja con barro), volvía a hacer otra vasija, tal como a él le parecía. Entonces el Señor me dirigió la palabra en estos términos: '¿No puedo yo tratarlos a ustedes como este alfarero, casa de Israel? —oráculo del Señor—. Pues lo mismo que está el barro en manos del alfarero, así están ustedes en mi mano, casa de Israel'". Ese barro que somos nosotros puede dejarse moldear suavemente. Y si no se deja, pues será rechazado. Depende del barro que se haga dócil, sirviendo al bien y al amor, para así encaminarse a obtener la salvación. Lejos de la pasividad que implica la resignación ante el mal se ubica la conformidad ante la voluntad divina, que implica no quedarse de brazos cruzados, sino conformarse, es decir, hacerse conforme, con lo que Dios quiere de nosotros. Son dos ideas muy distintas. La resignación sugiere pasividad, mientras que la conformidad sugiere exigencia en la acción. No es lo mismo resignarse que conformarse. Conformarse nos llama a comprometernos por alcanzar la forma que Dios quiere que tengamos.

La misma idea la pone Jesús sobre el tapete cuando nos habla en la parábola de los pescadores: "El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes". Los peces buenos son los que no se han resignado, sino que se han querido conformar con la voluntad divina. Si "Dios quiere que todos los hombres se salven", ellos quieren ser de los peces que entren en la salvación, por lo cual se han conformado y no se han resignado ante el mal. Han luchado por vivir en el amor, han querido procurar el bien para los ellos mismos y para los hermanos, han luchado contra el mal que ha querido enseñorearse en el mundo. Por el contrario, los peces malos son los que se han resignado ante el mal. En vez de hacerse activos en el bien, lo han  hecho en el mal. No han tenido la suficiente valentía para luchar contra el mal, se han dejado vencer por él y, haciéndose sus cómplices, han permitido con su pasividad o han promovido activamente que el mal se difunda en el mundo. No han dejado de tener la opción de hacerse peces buenos o barro dócil, pues han seguido disfrutando de la libertad que es el don precioso que Dios les ha dado, pero han preferido servir al mal. En la espera de su conversión el Señor los ha mantenido hasta el momento final de la selección de peces buenos y malos. Ese es el final de los tiempos. Hasta ese momento tendremos opción de elegir a quién servir, si al bien o al mal. Pero llegará el momento definitivo de la selección entre buenos y malos. Lo sabio es apuntar a ser elegidos y no desechados. Lo sabio será conformarse a la voluntad salvífica universal de Dios. Lo absurdo es que habiendo sido favorecidos y esperados hasta el momento final, nos obcequemos en el mal y perdamos la oportunidad de entrar por la puerta de la salvación. Hay que apuntar a tener la sabiduría divina: "Un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo". Su tesoro es el del amor y la salvación. Y conformándose a la voluntad de Dios, va sacando para sí y para todos lo que los enriquece. No echa en saco roto el deseo de Dios de salvarlos a todos y hace todo lo posible por ser un agraciado de Dios y por hacer a todos los hermanos también agraciados para recibir del amor de Dios y de su infinito poder y misericordia la salvación eterna, que es la mejor meta a la que se puede apuntar desde la propia libertad.

2 comentarios:

  1. Es verdad, no es lo mismo conformarse que resignarse,hacerse verdaderos discípulos es aprender a ser buenos en palabras y obras..

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  2. Es verdad, no es lo mismo conformarse que resignarse,hacerse verdaderos discípulos es aprender a ser buenos en palabras y obras..

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