jueves, 23 de julio de 2020

Hacernos de tal modo sarmientos de la vid que no nos puedan diferenciar

Yo soy la vid; vosotros los sarmientos» | Razones para Creer

La alegoría de la vid y los sarmientos que nos propone Jesús para explicar la necesidad de estar unidos a Él para simplemente vivir y poder dar frutos, es tremendamente clarificadora para todos sus discípulos. Los que oyeron a Jesús en esa oportunidad recibieron la mejor iluminación posible, pues para ellos esa imagen de la viña era cotidiana y más que clara. Seguramente ellos, que pertenecían a esa cultura de la uva, vivieron como experiencia propia la realidad de los sarmientos que se mantenían vivos y daban frutos porque estaban bien conectados con la vid y la de los que se secaban y morían al caer despegados de ella. Para los que no tenemos la cultura del viñedo, valdría hacer una traducción muy oportuna aplicando esta alegoría a un árbol frutal del que surgen ramas desde el tronco y que siguen exactamente el itinerario de vida y frutos o de sequía y muerte que siguen los sarmientos de la vid. "Yo soy el tronco del árbol y ustedes son las ramas". En cualquier caso, sea vid o sea árbol frutal, la enseñanza es igual. Un discípulo de Jesús necesariamente debe mantenerse unido vitalmente a Él, pues si no lo hace, muere como discípulo suyo y pasa a ser otra cosa. En el orden de la fe queda solo para ser echado al fuego por inservible. Los sarmientos o las ramas no pueden unirse o despegarse por su propia voluntad. No son actores en esa acción. Pero el discípulo de Cristo sí tiene la opción ante sí: o se mantiene unido por su propia iniciativa, añorando recibir de Jesús la savia vital que lo mantiene como discípulo, o decide separarse de la vid o del tronco, por lo cual perderá toda la inyección de vida que le viene de las venas de la fuente. Nadie puede obtener la vida de la gracia sin estar conectado a su fuente que es Jesús. Es absurdo pretender lograrlo, como absurdo sería pretender respirar con la nariz tapada o en un ambiente donde no hay oxígeno, o beber agua sin acercarse a un grifo o a otra fuente o donde simplemente hay absoluta sequía. Esa vida no tiene otra vía ordinaria para llegar al hombre que quiere convertirse en discípulo de Cristo que la conexión al mismo Cristo. Él es Dios y puede hacer llegar su vida por cualquier vía que desee, pero ha establecido que la vía ordinaria para hacerlo sea esa. Estar conectados a Jesús es la vía establecida ordinariamente por Él para llenar el corazón y establecerse como razón vital para los cristianos. Y más allá, para asegurar la posibilidad de dar frutos de los cuales se beneficie el mundo en el cual habitan y en el cual deben derramar toda la gracia que reciben de la fuente.

La promesa de las bendiciones por mantenerse unidos al tronco del árbol es maravillosa: "Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que desean, y se realizará". Quien se mantiene unido a Jesús no solo recibe de Él la vida que lo sostiene y la capacidad de dar frutos para sí y para los demás, sino que recibe también su poder. Él se coloca de su lado y cumple los deseos de los discípulos, siempre y cuando vayan en orden a sustentar mejor esa vida que reciben. Se supone que siempre sea así, por lo cual Jesús no pone ninguna condición al prometerlo. Quien está unido a Él, siendo auténtico discípulo suyo, ha dejado atrás egoísmos y vanidades, vicios y desviaciones indeseables, y ha avanzado en la experiencia discipular, por lo cual todo lo que pedirá será en función de asentarse mejor en esa condición. Eso será parte del "dar fruto" del que habla Jesús. El discípulo da frutos logrando que la acción de la gracia que recibe vaya en función de enriquecer a todos, por lo cual sus deseos irán siempre en beneficio de los hermanos, a los cuales se siente lanzado por el amor, que es parte esencial de la vida que regala Jesús. Cuando se recibe la vida de Cristo en sí no hay manera de vivir de otra forma que la que Él vive. El discípulo, en su condición de hombre que recibe la vida que Jesús le da, hace de su vida una copia fiel y exacta de la de Él. "He venido al mundo para dar mi vida por la salvación de muchos". Es este el sentido de la vida de Jesús, y por ello todo el que recibe la vida de Él queriéndose hacer su discípulo debe asumir esta verdad como propia. También quien se hace discípulo de Cristo debe añorar dar su vida por el mundo, tal como lo hizo Jesús. Es el mejor fruto que podrá dar en su momento. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto". Fue lo que hizo el mismo Jesús, consciente de que entregar su vida era dar la vida a todos. Así como Jesús entregó su vida para obtenerla de nuevo, elevada a la gloria, logra la misma ruta para los discípulos que obtienen de Él su vida y la entregan por Él al mundo. Recibirán la misma compensación, por lo que entregar la vida por amor será la mejor transacción que podrán hacer jamás. Dar frutos será una consecuencia inmediata de dar la vida. Al igual que Jesús con su entrega dio el mejor fruto para todos, la salvación, y recibió luego la compensación máxima al recuperar su vida transformada en gloria, los discípulos de Cristo, que siguen unidos al tallo, van a correr la misma suerte. La ganancia será infinitamente superior a lo entregado.

Este intercambio infinitamente favorable para el discípulo de Cristo es el producto de la maduración firme en el itinerario que sigue un verdadero seguidor de Jesús. Basta solo con avanzar confiado en ese camino que se propone para ir profundizando en el compromiso e ir recibiendo las compensaciones admirables que pueden obtenerse. Lejos de ser una anulación total de la propia vida, es la fundamentación más firme en lo que ella debe ser. No hay desaparición en el afirmarse al ser de Cristo. Por el contrario, quien lo hace ha llegado a la plenitud de su propia sustentación, por cuanto ha alcanzado la unión esencial como rama al tallo que se desea para todos y que está al final del camino como la meta deseada. Lo afirmó claramente San Pablo en las líneas más sublimes de su avance en la identificación con Jesús. Podríamos decir que es la perfecta descripción de la unión ideal deseada por Jesús al hacer la alegoría de la vid y los sarmientos. El fin es estar de tal manera unidos a la vid, que ya no sea posible imaginar la vida del sarmiento sin referirla a la vida de la vid. Es decir, se haría imposible llegar a diferenciar a la rama del tallo, porque la identidad alcanzada entre ambos lo impide: "Yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí". Se ha alcanzado un punto tal de identificación con Jesús, haciéndose de tal manera rama del tallo, que es imposible saber hasta dónde llega Cristo y dónde empieza el discípulo. Se han hecho los dos una sola cosa. Ya no será la ley la que mande en la vida del discípulo unido a la rama, pues no tiene sentido normatizar al amor. Será la libertad plena la que imponga su ritmo, que es el ritmo del amor. Quien recibe la vida de Cristo como fuente vital para sí, recibe de Él el mismo amor con el cual vivió y se entregó en la máxima libertad. Vivirá ese mismo amor de entrega y se entregará igual que Él. Y recibirá la compensación infinita de la vida gloriosa que ahora tiene Jesús. Le habrá dado a su vida el sentido más pleno. El del amor. La vida que da la fuente, la que transmite la vid o el tallo, es la vida de amor. Y será el amor la única ley posible. Y el amor así vivido asegurará la entrega natural de la propia vida para el bien de los demás, y su recuperación en gloria infinita, que será la felicidad plena vivida eternamente.

1 comentario:

  1. La enseñanza que nos dio Jesús, nos manifiesta que Cristo nos quiere libres, para servirle con los ojos y el corazón abiertos y los oídos puestos en él, que seamos bienaventurados ante su mirada. La fuente de la vida está en ti, Señor.

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