jueves, 9 de julio de 2020

Hemos recibido todo de Dios, para darlo todo a los hermanos

Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos» – Reporte ...

Todo lo que tenemos los hombres es donación amorosa de nuestro Dios. Echando la mirada a todas nuestras posesiones y haciendo una especie de inventario y de estudio de proveniencia, nos percataremos sin duda de que en toda la lista aparecerá invariablemente la denominación de origen divina. Nada de lo que logra el hombre puede afirmar que sea exclusivamente por sí mismo, pues incluso todo lo que le haya costado el esfuerzo de su inteligencia y su voluntad, lo habrá podido alcanzar justamente porque previamente ha sido dotado de esa inteligencia y esa voluntad con las que lo ha enriquecido el Creador. Tendrá, evidentemente, el mérito de haber puesto a funcionar correctamente esas riquezas, no desdeñando el poner a tope esas capacidades y superando todos los posibles escollos que haya podido encontrar, pero siempre será un mérito mayor cuando se dé el reconocimiento de que nada de eso lo tendría en las manos si no hubiera habido una expresa voluntad divina de ponerlo en ellas. Aun cuando haya habido un esfuerzo claro de parte suya, todo adquirirá mayor mérito no en la consideración de la absoluta autonomía con la que habría actuado, lo cual, por otra parte, no es verdad, sino en el reconocimiento agradecido de haber sido enriquecido por el mismo Dios con la capacidad de hacerlo. En el momento de la creación del hombre, esa "imagen y semejanza" que le imprimió Dios, lo hizo no solo en el mismo objeto que donaba, sino que fue más allá, pues debía conservarse esa "imagen y semejanza" también en la finalidad que tiene la posesión de cada una de las cualidades divinas. Poseer cualidades divinas, más allá de hacernos participar de alguna manera de su naturaleza, por concesión amorosa del Creador, implica para el hombre "hacerse como Dios", no en el sentido de la tentación diabólica puesta delante de Adán y Eva, sino como consecuencia lógica y natural, y más allá, santificante, de la posesión de esas cualidades. No se les dan al hombre para que se coloque embelesado frente a un espejo a contemplarse divinamente, sino para que en su vida cotidiana sea reflejo de Aquel del que le vienen tales virtudes. La posesión de las cualidades divinas no es dardo paralizante para el hombre, sino un acicate para hacer presente a Dios en el mundo mediante sus pensamientos y sus comportamientos. La mejor manera de rendir pleitesía agradecida al Creador por haberlo hecho digno de sí, es hacer que sus propias virtudes y capacidades, con las cuales lo ha enriquecido, se manifiesten libremente a través de sus acciones. Es el derecho que tiene Dios y el deber que tiene el hombre.

Esa actuación de Dios es totalmente lógica y congruente con lo que Él es. Desde el mismo principio enriqueció a los hombres con sus propias cualidades y jamás cambiará su deseo de seguir enriqueciéndolos. Dios nunca se arrepiente de sus decisiones, pues cada una de ellas las ha tomado sin depender de otros. Si así fuera, nuestra vida sería un tremendo carnaval de rutas y desembocaduras distintas, pues dependería de la volubilidad del carácter humano, del cual sabemos no tiene como característica peculiar su estabilidad. Pero como sí depende de la inamovilidad del genio de Dios, sabemos de su total estabilidad. Él no cambia decisiones dependiendo de la conducta del tercero en discordia, del hombre. Su decisión ha sido tomada previamente a la infidelidad humana por lo cual no ha dependido de ella. Habiendo cambiado el hombre la dirección de su vida para alejarse de Dios, Él se mantiene incólume en su intención de enriquecer al hombre continuamente para que se decida a ser suyo. Y en eso no cambiará jamás. Por eso el mismo Dios trae a su corazón las imágenes enternecedoras de aquel amor entrañable que tiene a cada hombre, como el del padre que ama a su criatura con ese amor protector y dulce que le procurará siempre lo mejor y que jamás dejará de hacerlo porque tendrá siempre la imagen presente de aquel niño que está abandonado en sus brazos, aunque haya crecido y se haya declarado su enemigo. En ese que se declara rebelde, Dios siempre descubrirá al niño al que ama y defiende, y al que siempre enriquecerá con ternura y amor eternos e infinitos. "Con amor eterno te amé", les recordará siempre: "Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: sacrificaban a los baales, ofrecían incienso a los ídolos. Pero era yo quien había criado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba. Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor". Es ese recuerdo el que perdura en el corazón y en la mente de Dios. Y no está al arbitrio de los cambios humanos. El amor de Dios al hombre no depende del hombre, sino de Dios. Es el regalo que Dios quiso darle al hombre y del que jamás se arrepentirá: "Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él
para darle de comer. Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas. No actuaré en el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de ustedes, y no me dejo llevar por la ira".

Por ello, en el cumplimento de toda justicia, el hombre no se puede arrogar la decisión sobre un desprecio a la finalidad que tienen las capacidades con las cuales el Señor lo ha enriquecido. Dios se las ha donado no para que haga con ellas lo que le venga en ganas, sino para que sean puestas a funcionar exactamente como Él las usa, siendo su fuente. Por eso, el mandato de Jesús sobre los apóstoles a los que envía al mundo, se inscribe en la lógica de este movimiento: "Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, den gratis". Todas estas maravillas de ninguna manera pueden hacerlas los hombres por sí mismos. Si las hacen es porque el mismo Jesús les ha dado esa capacidad. No pueden sentirse "propietarios" de esas capacidades, pues las han recibido por amor. A ellos y a los que serán los beneficiarios de ellas. Por eso la sentencia final, "Gratis han recibido, den gratis", es absolutamente lógica. El apóstol no tiene ningún derecho a convertirse en dique de la gracia o del amor. Por el contrario, debe ser un canal a través del cual debe transcurrir libremente el amor que Jesús quiere que sea de todos. No la han recibido para regodearse egoístamente en su posesión, sino para entender que la mayor riqueza al poseerlas, es dejarlas pasar a los hermanos. Así, paradójicamente, será mayor también en ellos mismos. No podemos, por lo tanto, decidir dejar de dar amor, o de intentar hacer la vida de los hermanos más feliz, o de tender la mano a los más necesitados, o de sembrar la justicia y la paz a nuestro alrededor, o de sentir compasión por las miserias que viven los más humillados, o de buscar para todos el mayor bien, o de tratar bien el entorno natural en el que todos desarrollamos nuestra vida, o de servir siempre con alegría e ilusión a todos, o de proclamar la verdad y defenderla contra toda manipulación, o de fomentar nuestra religiosidad promoviendo el contacto con Dios... No tenemos derecho a no hacerlo. Todas esas riquezas, y muchas más, las hemos recibido. Y somos sus propietarios, pero no para resguardarlas celosamente en nuestro interior negándolas a los demás, sino con el único sentido con el que se nos han dado: para que poseyéndolas y haciéndolas nuestras, dejando que marquen nuestra vida, las dejemos salir hacia el hermano, para que también se sirva de esos tesoros de amor que Dios quiere que pertenezcan a todos.

6 comentarios:

  1. Hermosa y prufundamente edificante reflexión. Gracias por su amor y fidelidad en su ministerio sacerdotal. Bendición Monse...¡Abrazos!

    ResponderBorrar
  2. Mi correo principal es ebastidas1@gmail.com

    ResponderBorrar
  3. Gracias por permanecer en el amor 💕

    ResponderBorrar
  4. Excelente reflexión Padre, Dios lo bendiga siempre

    ResponderBorrar
  5. Que sublime y a la vez compremetedor análisis de los dones del Señor...si de verdad conprendiéramos que esos dones se deben reflejar como su Fuente, que además de Santa es gratuita, el mundo sería otro. Nos toca que ser generosos en nuestros granos de arena para cambiar el mundo...tal cual lo hizo y lo mandó Jesús. Que enorme compromiso.!!! Hracias mi Monse...Que el Espiritu Santo te siga iluminando

    ResponderBorrar
  6. El regalo que Dios quiso darle al hombre y del que jamas se arrepentirá, fue su amor, por lo cual nos sentimos seguros de que no abandona a sus hijos.

    ResponderBorrar