domingo, 19 de julio de 2020

Conocer a Dios y reconocer que nadie más nos dará la plenitud

Catholic.net -

Una de las claves que debe estar siempre presente en nuestro proceso de conversión es la de saber bien delante de quién nos encontramos y nos motiva a emprender un camino que nos es presentado como de superación. Para que nuestros corazones sean conquistados, aquello debe ser inobjetablemente superior y mejor. Seguirlo debe ser claramente más atractivo que lo que ya tenemos entre manos, el camino que nos ofrece debe ser más agradable y compensador, el personaje que está al final del camino debe ser mucho más arrasador que cualquiera de los que nos presenta ningún otro campo actual, en las artes, los deportes, la música, la política. De no ser así, no tendrá ningún sentido dejar el camino en el que nos encontramos para ir tras algo que no es luminosamente más atractivo y que nos compense mucho más de lo que ya poseemos. Esto es lo que nos ha ofrecido Dios desde el mismo principio de nuestra existencia, presentándose a sí mismo como la plenitud que llenará todas las expectativas humanas. Él mismo se cuidó mucho de colocar en el corazón del hombre el anhelo del infinito, las ansias de trascendencia, los sueños de eternidad, consciente de que únicamente Él era el que podía llegar a llenar por completo esas ensoñaciones. Él dejó ese vacío en el hombre, sabiendo que únicamente Él mismo era el que iba a satisfacerlo. De alguna manera, cuando le permite al hombre disfrutar de todos los bienes que ponía en sus manos en el jardín del Edén, poniendo como única restricción comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, estaba estableciendo que la plenitud del hombre pasaba por el reconocimiento de su superioridad, a la que debía estar conectado esencialmente, con lo cual se daba ese reconocimiento de que la única plenitud posible pasaba por respetar el lugar primacial que correspondía al Creador y Sustentador de todo. Únicamente ese respeto a esa superioridad aseguraba la propia plenitud. No aceptarla representaba instantáneamente la pérdida de la superioridad del hombre sobre todo lo creado que quería Dios para él. Por ello, en el camino de la conversión debe darse una conciencia plena acerca de quién es Dios y de por qué se debe entender que cuando conecta la plenitud humana a la aceptación de Él como único superior lo está haciendo desde ese motor único que posee, que es el amor, pues sabe que es el camino de la plenificación de la única criatura que ama por sí misma.

Por tanto, es necesario dar ese primer paso: emprender el correcto camino del conocimiento de Dios, para luego dejarse conquistar por su amor y avanzar por un camino de plenitud que se dará únicamente tomados de su mano. Él es la suma de las bondades, en quien encontraremos lo que jamás encontraremos en otros. Si de alguien nos podemos fiar, pues se mueve exclusivamente por su amor, que es su esencia, y que deviene en piedad y misericordia por todos los que somos débiles, es de ese Dios que es la suma de las perfecciones: "Fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo, a quien tengas que demostrar que no juzgas injustamente. Porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos. Despliegas tu fuerza ante el que no cree en tu poder perfecto y confundes la osadía de los que lo conocen. Pero tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia, porque haces uso de tu poder cuando quieres. Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos una buena esperanza, pues concedes el arrepentimiento a los pecadores". Perseguir la plenitud debe hacernos desviar la mirada dirigida hacia nosotros mismos o hacia las criaturas, para dirigirla hacia Dios. Nada ni nadie nos la presentará mejor que el mismo Dios y nos la ofrecerá como el camino a seguir para hacerla propia. Cualquier otra oferta de plenitud proveniente de una criatura no será más que un espejismo que se nos presenta como una tela de araña que nos envolverá y nos dejará cautivos de una esclavitud absolutamente frustrante. La única plenitud será la que nos ofrece Dios, quien es el único que la posee. Las demás ofertas son cantos de sirena que solo crean confusión y terminan en desasosiego. San Agustín entendió que la única plenitud estará en el Dios que nos creó con ansias de Él: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". Todo lo demás no dejará más que nuevas añoranzas. Y es tanto el amor que Dios profesa por nosotros, que ni siquiera en ese camino de plenificación nos deja solos. Conociendo nuestra debilidad, nos coloca un guía que nos ilumina el camino: "El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios". Su amor es la meta del camino, pero es también el mismo camino por el que avanzamos.

Demostraciones de ese amor en el cual quiere que vivamos nos la da el Señor continuamente. Al ser su esencia, no puede comportarse sino en la línea de lo que es Él en sí mismo. El amor nunca dejará de actuar amando. El amor nunca podrá ir en contra de sí mismo. El amor es todopoderoso y por ello nunca permitirá que se erija una fuerza mayor que la que él posee. Si de algo podemos estar seguros las criaturas que hemos surgido de las manos de quien es esencialmente el amor, es de que no solo existimos por un arrebato de amor, sino de que además nos sostiene en esta vida la determinación firme y continua de él, de mantenernos aquí y ahora y de resguardarnos para una eternidad a la que estamos destinados y que tenemos a la mano cuando emprendemos ese camino de conversión que finalizará en nuestra colocación en el lugar privilegiado del amor que se nos ha reservado. Mientras estamos en esta vida seguimos siendo objeto de ese amor eterno e infinito. Y se nos darán, una tras otra, las oportunidades y ocasiones para seguir experimentando ese amor que no discrimina. El amor es paciente y misericordioso, y esperará siempre hasta el último momento para dar la opción a dejarse amar infinitamente: "'Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?'. Él les dijo: 'Un enemigo lo ha hecho'. Los criados le preguntan: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?' Pero él les respondió: 'No, que al recoger la cizaña pueden arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y el trigo almacénenlo en mi granero'". Así es el Dios que nos invita a estar con Él. Así es el Dios que nos llama a la plenitud y que nos revela que solo en Él la obtendremos. Es un Dios todopoderoso, creador por amor, que nunca dejará de actuar motivado únicamente por ese amor. De sus manos amorosas hemos surgido y ha dejado en nuestro ser las ansias de lo infinito y de lo eterno, siendo Él el único que puede satisfacerlas, por lo cual se pone claramente delante de nosotros en nuestro caminar para que lo miremos, lo conozcamos, y lo elijamos para que venga a nuestro corazón a llenarnos de esa plenitud que solo Él puede darnos. Nos deja el vacío de Él y se hace el encontradizo en nuestra vida. Así avanzaremos siempre en ese camino de conversión, cuya meta será definitivamente estar en su presencia en la eternidad recibiendo la compensación máxima en la experiencia ya eterna e interminable de su amor.

4 comentarios:

  1. *"Es un desacierto, empeñarnos en llevar gente al cursillo; debemos conquistar corazones para que, libres y conscientes, decidan seguir a Cristo mediante la experiencia de vivirlo"* ejbs

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  2. Gracias, Señor, por tu bondad y paciencia con todos tus hijos, danos de tu sabiduría para saber convivir con el mal y dejar que la semilla del bien crezca en nuestra vida....

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  3. Gracias, Señor, por tu bondad y paciencia con todos tus hijos, danos de tu sabiduría para saber convivir con el mal y dejar que la semilla del bien crezca en nuestra vida....

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  4. Gracias, Señor, por tu bondad y paciencia con todos tus hijos, danos de tu sabiduría para saber convivir con el mal y dejar que la semilla del bien crezca en nuestra vida....

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