domingo, 30 de mayo de 2021

La Santísima Trinidad nos acompaña eternamente y nos da la salvación

 Id y haced discípulos de todos los pueblos" | InfoVaticana

Jesús, en su venida al mundo, ha hecho las revelaciones más sustanciosas del Dios que ya se ha revelado en el Antiguo Testamento. Nos ha traído de su mano la verdad concreta y experiencial de lo que es Dios y de lo que lo ha enviado a realizar. Él es el Dios que se hace hombre y que nos hace presente la motivación más profunda que tiene Dios al entrar en relación con el hombre, su criatura predilecta, y la que lo ha motivado a salir de sí para hacer existir todo lo que no es Él. Aun cuando esa iniciativa desde el principio ha estado muy clara, fue clarificándose cada vez más a medida que se iba poniendo más profundamente en contacto con el hombre, en la progresividad de su revelación, con los pasos que iba dando para darse a conocer mejor y para establecer con mayor claridad la motivación de su amor y el fin que perseguía al crear todo lo que existe, principalmente al hombre, y por quien se sintió comprometido después de haberlo creado. Al ser el amor su motivación última, no podía menos que mantenerlo en él, colmándolo de todos los beneficios que le eran consustanciales. Dios asume el compromiso que ya había asumido con la creación, y jamás dejará de cumplirlo. Por ello, podemos vivir en la mayor de las seguridades, pues nunca nos dejará de favorecer. En este sentido, desde el principio, cuando tuvo los primeros contactos personales con el hombre creado, quiso que quedara clara esta intencionalidad de hacerse sentir un Dios cercano, que lo había elegido como su pueblo, le había prometido su compañía, su providencia, sus beneficios, en orden al amor que sentía por ellos. Le hizo entender que Él era el Dios creador y providente y que nunca se desentendería de ellos, pues eran sus hijos amados y jamás dejarían de serlo, a pesar de todas las reticencias, pecados y traiciones que en el avance de la vida del pueblo pudieran surgir en el corazón de los elegidos. Dios deja muy claro su objetivo: amar hasta la eternidad, favorecer al pueblo en toda ocasión y conducirlo por el camino que tiene como meta la plenitud de la felicidad: "Moisés habló al pueblo, diciendo: 'Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, Dios suyo, hizo con ustedes en Egipto, ante sus ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre". No solo quiere el reconocimiento de su ser creador y sustentador, sino la respuesta consciente del pueblo para que viva sujeto a su voluntad y a su amor, en una respuesta que tenga la misma calidad en el amor.

La consecuencia de esta experiencia de respuesta del hombre será la sustentación sólida de su condición de hijo de Dios. La idea de Dios no puede ser una simple noticia de información objetiva. Es, sin duda, una noticia maravillosa que llena al hombre de gozo, pero que también lo compromete vitalmente, pues toda dádiva requiere de un reconocimiento, aunque sea lo mínimo del agradecimiento. Para los discípulos, este agradecimiento debe desembocar en una asunción de la responsabilidad de vivir según aquello con lo que se es enriquecido. Quien adquiere la condición de hijo, con la firme determinación de parte de quien lo concede de mantenerlo para toda la eternidad en ella, debe sentir el compromiso de sostenerse, y de vivir según esa condición esencial que lo hace especial y distinto a todos los demás, dirigiéndose a la meta pautada que es la felicidad eterna. No será un esfuerzo sobrehumano, por cuanto el mismo Dios que lo convoca y lo enriquece, facilitará lo necesario para avanzar en ese caminar. El Creador ha diseñado un plan perfecto para que se desarrolle sólidamente y favorezca a los elegidos, haciéndoles avanzar sin tropiezos en la confianza de que los apoyos jamás dejarán de estar a la mano para ellos: "Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Ustedes han recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar '¡Abba, Padre!' Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con Él para ser también con Él glorificados". Nada ha dejado Dios al acaso. Todo lo ha dejado bien amarrado. Y se cumplirá siempre, con tal de que el hombre sea dócil a sus inspiraciones. Por ello, en este plan de salvación todo está bien pensado desde su amor: Crea por amor, redime por amor y santifica con su amor. El Padre crea, el Hijo redime y el Espíritu santifica y nos consolida, y nos hace sólidamente conscientes de ser hijos de Dios.

Jesús nos hace llegar a este zenit del conocimiento de Dios y de su experiencia como creador y sustentador. Su tarea no es solo la del rescate y de la misericordia. Busca una experiencia más estable, más vital, más entrañable en el hombre. Lo que viene a traer no es una simple experiencia intelectual, sino renovadora de la relación de hombre con Dios. Él nunca dejará de amar a su criatura, por cuanto es inmutable y su amor es eterno e infinito, y no cambiará jamás. Ni siquiera el pecado del hombre logrará borrar ese amor. Nuestro pecado nunca debe ser causa para desconfiar de la salvación con la que nos quiere favorecer. Evidentemente Dios quiere que nos convirtamos a su amor para que esa salvación sea una realidad para cada uno y ninguno se excluya de vivirla. En la libertad que tenemos cada uno, que Dios respeta reverencialmente, la decisión de vivir según esa voluntad amorosa, está en nuestras manos. Dios ansía que la vivamos, y nos la ofrece, pero somos nosotros los que nos decidimos a aceptarla y vivirla. Por eso llega a los extremos necesarios a los que se ha atrevido a llegar. No deja nada por hacer. Nos ha creado para regalarnos el ser felices eternamente, nos ha rescatado por medio del Hijo, para no dejarnos en la tragedia de la muerte eterna, y nos ha regalado su Espíritu para sostenernos durante toda nuestra vida en su amor y darnos los elementos necesarios para vivir según su voluntad y consolidarnos como hijos suyos en el amor. Y por si esto fuera poco, nos ha considerado dignos de cumplir su misma tarea en el mundo, encomendándonos la misión de anuncio de la salvación en favor de nuestros hermanos: "En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les habla indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: 'Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo'". Es una obra claramente trinitaria, del Dios que nos revela suavemente Jesús. Es el Dios que está presente en toda nuestra historia, y que jamás dejará de estar. Es el Dios que nos ama infinitamente y que quiere que nosotros mismos seamos noticia de ese amor para todos nuestros hermanos.

1 comentario:

  1. Gracias Padre, porque vives entre nosotros,la Iglesia es la expresión de la Santísima Trinidad. Cada uno de nosotros somos Iglesia y podemos vivir el amor Trinitario manifestándolo en nuestra vida.

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