martes, 11 de mayo de 2021

Hagamos eficaz la acción del Espíritu Santo en nuestro mundo

 Os conviene que yo me vaya; así vendrá a vosotros el Paráclito - ReL

De entre las cuestiones más puntillosas que enfrentó la Iglesia naciente y que se mantuvo hasta bien adelantada su historia y su misión, está la de la clarificación de la figura del Espíritu Santo como Tercera Persona de la Santísima Trinidad, distinto del Padre y del Hijo, aunque Dios igual que ellos. No es que las consideraciones acerca de las dos primeras personas, las del Padre y el Hijo, estuvieran ya totalmente clarificadas, pues al fin y al cabo conformaban el misterio más profundo de Dios, y por tanto, el más incomprensible para las mentes limitadas de los hombres, particularmente de los creyentes, sino que los anuncios de Jesús sobre el envío de su Espíritu, de ese Consolador, Defensor y Paráclito, complicaba más esa comprensión y de alguna manera hacía más difícil ese itinerario, para los que querían mayor claridad para comprender y aceptar más fácilmente las verdades de la fe. Dios no ha tenido problemas en revelarse a los hombres desde el mismo principio de la historia. Y su intención es que los hombres lo acepten cuando comprendan quién es, el amor que les tiene, su deseo de llenarlos de dones y beneficios, la meta de felicidad plena a las que los convoca a todos. Apunta el Señor más a la aceptación por las palabras y las obras que dirige, que por la comprensión total de su misterio. Por ello, aun cuando asume la dificultad por parte de los hombres de asumir su naturaleza profunda, sigue demostrando su amor y su preferencia mediante las obras en su favor, principalmente la del rescate de la muerte y de la oscuridad por la misión que cumple el Hijo inocente, entregado a la muerte en vez de los culpables. De este modo, aun cuando no se comprenda estrictamente la esencia íntima de Dios, se confía en lo que Él mismo dice acerca de sí, pues se abre el corazón a la confianza de quien demuestra tanto amor. No es posible que quien quiere solo el bien para el hombre, porque lo ama infinita y eternamente, lo engañe mediante verdades mentirosas y rebuscadas.  Por ello, el anuncio del envío de su Espíritu por parte de Cristo es aceptado por los discípulos, y mantienen su confianza en el cumplimiento de la promesa, para poder vivir una vida nueva como nueva comunidad a la que se le confía la salvación del mundo.

En efecto, llegar a esa comprensión de la figura del Espíritu como alma de la Iglesia y Tercera Persona de la Santísima Trinidad, fue un itinerario costoso y exigente, pues los que querían comprender a Dios y asumir el camino que se les presentaba por delante, añoraban también pisar en firme sobre la realidad que lo sustentaba y le daba sentido a lo que tendrían que hacer. Lo cierto es que Dios exigía aún más confianza y mayor disponibilidad de asumir el misterio que Él mismo representaba. Y en el discernimiento que hacía la Iglesia acerca de sí misma se necesitaba escudriñar en las mismas palabras del Maestro. Así lo anunciaba Jesús: "'Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿Adónde vas?” Sino que, por haberles dicho esto, la tristeza les ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que les digo es la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito. En cambio, si me voy, se lo enviaré". No es sino hasta el siglo IV, a través de la labor de los sabios Padres Capadocios, que se acierta en una correcta comprensión de estas palabras del Redentor. El Espíritu está a la misma altura de Jesús, no es un simple instrumento sino que tiene la misma calificación que la suya, pues llevará adelante la misma obra que Jesús había desarrollado. Por ello, al estar a la misma altura que Él, comparte también su misma naturaleza divina, por lo tanto, es Dios como Él. De allí que la verdad a la que pueden tener acceso los cristianos es que Dios no es un ser solitario, sino que es verdadera comunidad de amor, que ha puesto en el centro de sus privilegios al hombre creado con su poder, y que es su donación a los hombres lo que hace que se haya hecho cercano y que haya favorecido ostensiblemente a su criatura. Nunca lo abandonará, pues cada una de las personas de esa Trinidad Santa cumple una misión específica en la historia de la humanidad. Por eso es necesario que Jesús se vaya, habiendo cumplido con su misión, y que envíe su Espíritu, con lo cual no abandona ni al hombre ni a la Iglesia naciente, sino que sigue actuando por Él y a través de su mismo Espíritu. Quizás no se comprenda del todo el misterio profundo de Dios, pero sí se tiene la convicción de que actúa siempre por amor al hombre y para favorecerlo con los más extraordinarios dones.

Ese Espíritu, actor principal de la historia de la Iglesia, su protagonista en el anuncio de la Buena Nueva del amor, e inspirador de todas las obras y palabras de los enviados, acompañaba a estos en todos los avatares que vivían. La experiencia de los discípulos lo atestigua. Aun cuando se movían en medio de una realidad que era hostil, la fuerza del Espíritu los acompañaba para fortalecerlos, para animarlos, para consolarlos: "En aquellos días, la plebe de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron que les arrancaran y que los azotaran con varas; después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien; según la orden recibida, él los cogió, los metió en la mazmorra y les sujetó los pies en el cepo. A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban. De repente, vino un terremoto tan violento que temblaron los cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo: 'No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí'. El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó fuera y les preguntó: 'Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?' Le contestaron: 'Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia'". Los discípulos vivieron la acción del Espíritu, y el testimonio de esa acción sirvió para la conversión del carcelero y de su familia. La acción del Espíritu favorecía siempre. Una acción cruel contra los enviados es transformada por la fuerza del Espíritu en acción de salvación. Así se salvaron el carcelero y su familia entera: "Le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A aquellas horas de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos; los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios". Es la actuación suave del Espíritu en esa historia de la Iglesia que crecía. Por Él, las acciones contra la Iglesia se transforman en Gracia y en ocasión de salvación de los hombres. Por ello, nunca debemos desconfiar de ese Dios, que hará siempre que triunfe su amor, a pesar de los signos de contradicción que podemos vivir. Ese Espíritu sigue estando presente y actuante entre nosotros, y debemos seguir contando con Él para que la Iglesia siga dando testimonio del amor y siga siendo nuestra fortaleza, nuestra inspiración, nuestro guía, para llegar a la meta de la felicidad suprema y del amor eterno. La Santísima Trinidad está aquí y sigue actuando a nuestro favor, para salvarnos a todos, porque nos ama eternamente.

3 comentarios:

  1. Ven Espíritu Santo a estar abiertos a tus inspiraciónes, visita las almasde tus fieles y enciende en ellas el fuego de tu amor☺️

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  2. Jesús, siempre pidió comprensión y que le creyeran a quienes le escuchaban, pero la decisión de la fe, es interior de cada persona y muchos no le creyeron, sin embargo el Espíritu Santo puede fortalecernos si lo pedimos con mucho amor.

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