lunes, 3 de mayo de 2021

Confiemos en el que nunca nos engaña y nos ama eternamente

 El Evangelio del 9 de mayo: "Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí.  Si no, creed a las obras" - Evangelio - COPE

Para tener confianza en alguien es fundamental tener la certeza de que no engaña, de que vive en la verdad y la transmite, de que no juega ni manipula con la mentira, de que cumple siempre la palabra empeñada, de que se compromete a hacer reales las promesas que realiza. Hace falta también el conocimiento de lo que es, los rasgos básicos de su persona, la capacidad de hacer lo que promete y un acercamiento básico a su esencia. En el caso del Dios de Israel, Él procuró siempre dejar claro que su pueblo no tendría por qué tener jamás dudas sobre su intención de favorecerlo. Desde su propia revelación a sus elegidos no hubo ocasión para la frustración, por cuanto, basándose en el amor eterno que tenía por su pueblo, todas las acciones y las palabras que erigía como enseña, apuntaban a la obtención de una confianza en que nunca dejaría de cumplir con su palabra, pues Él es Dios, es el amor, tiene el poder absoluto y el dominio sobre todo lo creado, y había elegido a su pueblo para no dejarlos en la estacada. Por ello, es muy importante que el hombre beneficiario de todo ese amor, esté sólidamente convencido de que el Dios que desde el principio ha actuado siempre en favor de beneficiarlo con todas las dádivas que necesita para vivir cotidianamente y para apuntar a la plenitud en la vida eterna, no dejará nunca de actuar de la misma manera. Lo experimentaron los apóstoles, pues echando la vista sobre todos los acontecimientos que se habían sucedido en Jesús, constataron  que ninguno de ellos había dejado de ser anunciado en el pasado, por lo cual quedó demostrado que Dios es un Dios fiel, que cumple su palabra, y que en su empeño lo hace todo por favorecer al hombre, su criatura predilecta. Nada de lo que sucede, por lo tanto, en la vida de los hombres deja de tener como objetivo favorecerlo y asentarse cada vez mejor en el amor que Dios le profesa. Nada hay que Dios permita en nuestras vidas que no sea al final bueno para nosotros. Esa fue la experiencia de los primeros discípulos, que fueron capaces de descubrir en todos los avatares que vivieron, la riqueza de la voluntad divina de salvación de toda la humanidad.

Esta convicción profunda que tuvieron desde el mismo principio de la Nueva Vida que Dios había procurado a la humanidad y a todo lo creado con la obra de rescate de Jesús, marcó huella en el espíritu de todos ellos y se vieron impelidos a hacer partícipes a todos los hombres beneficiarios con ese amor infinito. Habiendo experimentado ellos mismos esa renovación total, la quisieron llevar a sus hermanos. Para ello, echaron mano de todo lo que había sido anunciado para poner frente a todos la evidencia de que Dios es un Dios fiel, que cumple lo que anuncia, que no deja en el aire su palabra empeñada: "Les recuerdo, hermanos, el Evangelio que les anuncié y que ustedes aceptaron, en el que además están fundados, y que les está salvando, si se mantienen en la palabra que les anunciamos; de lo contrario, creyeron en vano. Porque yo les transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí". La salvación alcanzada por Jesús, con su entrega a la muerte y su resurrección, había sido ya anunciada y hasta prefigurada en la antigüedad. No es que no sea nada nuevo lo que ha sucedido, pues la novedad del rescate y del perdón por el sacrificio de Cristo es absoluta. Pero ya había sido anunciada, por lo que todos vivían en la esperanza del cumplimiento de esa promesa extraordinaria. La espera de la venida del Mesías fundamentaba y daba solidez a la vida del pueblo de Israel que era el beneficiario primero de todas las gracias divinas. Por eso era muy importante el recurso a la historia anterior de encuentros del pueblo con el Dios del amor. Todo lo que estaba sucediendo había sido anunciado, de alguna manera había sido prefigurado en numerosos personajes de esa historia de Israel, y lo que los discípulos estaban anunciando ahora no era más que el cumplimiento de lo que todos habían escuchado previamente.

Jesús es la culminación del cumplimento de las promesas hechas desde el principio. Él es el descendiente de la mujer que pisará la cabeza de la serpiente, el hijo de la joven que está encinta, el descendiente de David que reunirá a todos desde todos los confines de la tierra, el siervo sufriente que tomará sobre sus espaldas los pecados de todos, el que hará que con sus llagas seamos todos curados, el nuevo Isaac que será ofrecido en sacrificio a Dios, el nuevo José que será vendido para la salvación del pueblo que moría de hambre y sed en el desierto, quien salvará del veneno a quienes sean picados por las serpientes cuando levanten su mirada y lo vean. Estas, y muchas más, son prefiguraciones que están en la historia de la relación de Dios con su pueblo, y que eran entendidas por ellos como anuncios. Todas fueron cumplidas por Dios, reverentemente respetuoso de su palabra dada, con el envío de su Hijo a la misión de rescate y de renovación que cumple perfectamente. Por eso es tan importante que quede claro que hay una continuidad en la acción de Dios desde el principio. Jesús no es distinto al Dios que hipoteca su palabra. Es Él mismo el protagonista de todo: "'Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto'. Felipe le dice: 'Señor, muéstranos al Padre y nos basta'. Jesús le replica: 'Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, crean a las obras". La identidad de Jesús es la misma del Padre. No son distintos. Todo lo sucedido desde el principio fue diseñado por el único Dios. Y lo transmite para que lo conozcamos en profundidad y para que, haciéndonos poseedores de esas maravillas y viviéndolas, tratemos también nosotros de reproducirlas y llevarlas a nuestros hermanos.

3 comentarios:

  1. Espíritu Santo, inspira este momento de oración para descubrir el camino a la verdad, concédenos vivir ése Amor con Cristo😌

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  2. Jesús siempre nos dijo, les transmití lo yo siempre había recibido del Padre.Es el Padre quien realiza las obras viviendo en mi, sin embargo, el camino hacía el Padre pasa por Jesús, el hijo,para que en el hijo sesnifiesye la gloria del Padre.

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