sábado, 9 de enero de 2021

Nuestra confianza está en el Dios Amor que vence todas las tormentas

 Homilía del 9.8.2020, Domingo 19 del Tiempo ordinario (A): «Soy yo, no tengáis  miedo » – Noticias

La afirmación fundamental para entrar en la más pura comprensión de Dios es la que en repetidas oportunidades leemos en los escritos de San Juan: Dios es Amor. Es la descripción más transparente que podemos encontrar. Desde antiguo a Dios se le ha querido definir de muchísimas maneras, seguramente todas ellas ajustadas a la realidad. Él es el Creador, el Todopoderoso, el Sabio, el Omnipresente, el que todo lo sabe, el que está en todas partes... Todas son descripciones de lo que Él es. Pero si nos fijamos bien, todas ellas, por decirlo de alguna manera, quedan "fuera" del hombre. No lo implican para nada, pues las acciones que lleva a cabo Dios son todas individuales, en las que no tiene concurso el hombre. Dios, en estos casos, es autosuficiente para lograr lo que quiere. Pero cuando se llega al punto elevadísimo de la declaración de Dios en su esencia más natural e íntima, como es la del Amor, la cosa entra en un terreno distinto, incluyendo en lo que puede implicar al mismo hombre como criatura predilecta. Él ha recibido todos los beneficios que Dios mismo al crearlo quiso que tuviera. Son muchos y muy variados. El ser imagen y semejanza de Dios le da al hombre unas cualidades únicas que solo posee él, y que no posee ninguna otra criatura surgida de las manos creadoras de Dios. Por ello, el hombre entra en una relación distinta, de mayor calidad, y de mayor implicación con el ser de Dios. Una de esas cualidades divinas que Dios ha puesto en el hombre es de la capacidad de amar. Cuando se habla de la esencia amorosa de Dios se entra, entonces, en un campo que el hombre sí conoce. No tiene la experiencia de la sabiduría eterna, del poder invencible, del ser creador desde la nada... Pero sí tiene la experiencia del amor. Y ese es un campo que sí conoce. El amor hacia Dios y el amor hacia los hermanos...

Esta experiencia del amor que tiene el hombre, cuando sabe que por Jesús ese amor está en plenitud en su ser, pues es la única manera que el mismo Dios tiene de relacionarse con él, lo hace vivir la vida bajo una óptica diversa. En un mundo donde solo nos encontramos acciones del mal que quieren separarnos de Dios, que quieren que los hombres nos enfrentemos entre nosotros, que buscan que por estar inmersos en los torbellinos de las dificultades diarias, de los problemas de relaciones humanas, de los conflictos en el trabajo, de los enfrentamientos en las familias, de las enfermedades, de las pérdidas de seres queridos, llegamos incluso a perder la esperanza de un futuro mejor. Puede llegar un momento en el que se piense en que todo ha sido un canto de sirena con el que se nos ha engañado vilmente. Las situaciones extremas pueden hacernos estas malas jugadas. Es cuando tenemos entonces que recurrir a las convicciones profundas, esas que están más arraigadas en nosotros, y que a pesar de que puedan llegar a ocultarse a fuerza de frustraciones, sabemos que están ahí y que son las que le dan un sustento real y un sentido a la vida personal. De no existir, todo caería en el vacío oscuro del sinsentido y del futuro de la nada: "Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amarnos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en Él, y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor". Tener temor en el amor es no confiar en ese amor infinito de Dios, demostrado claramente en Jesús en la Cruz. Quien nos ha demostrado tanto amor, no nos va a dejar a un lado de la carretera cuando ese amor se haga ya la plenitud perfecta de la felicidad. Por eso el amor le da el mejor sustento a la confianza. 

Es la confianza que nos da saber que Jesús, habiendo estado físicamente presente con los discípulos, quienes en medio de la tormentas experimentaron el amor todopoderoso de Jesús cuando calmaba los embates de las dificultades, sabían que ya no estaban solos en medio de esas batallas. El amor todopoderoso de Dios, presente en Jesús, estaba con ellos. Por eso la llamada perentoria de Jesús a no tener miedo. En la vida se seguirán presentando dificultades, unas mayores, otras menores. Pero en todas, cualquier discípulo de Jesús, entonces y ahora, podrá estar seguro de que no está solo en la batalla. Jesús, a pesar de que no esté en la barca en algunas ocasiones, sí está pendiente de los suyos y los quiere llevar siempre a puerto seguro: "Después de haberse saciado los cinco mil hombres, Jesús enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra. Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se  asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: 'Animo, soy yo, no tengan miedo'. Entró en la barca con ellos y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada". De esa manera es que actúa el amor. Nunca nos deja solos, a pesar de que podamos tener esa impresión. Podemos sentir que el agua nos llega al cuello, pero la seguridad mayor es que Jesús no dejará que zozobremos, ni nos hundamos, ni nos ahoguemos. Él ha venido a rescatarnos para el Padre y cumplirá perfectamente su tarea. Él es el Dios que es Amor y ese amor siempre lo hará realizar las cosas que convienen para que lleguemos a la eternidad feliz junto al Padre del Amor.

2 comentarios:

  1. Gracias Señor, por este tiempo de oración, danos la humildad para saber reconocer la presencia de tu hijo☺️

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  2. Bella reflexión, no debe haber miedo, si se siente amor.

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