lunes, 13 de abril de 2020

Ya he sido renovado en el amor, y quiero serlo más anunciando la Resurrección

Sin Jesucristo Estoy Perdido: EL DISCURSO DE PEDRO

Hoy existe una sensación de frescura en el mundo. Todo lo anterior ha pasado y se ha establecido una novedad radical que da una coloración intensa a todo el universo. La luz del resucitado llega a todo, lo invade todo, y hace que todo se integre alegre a la gran danza de la vida. La muerte no ha obtenido la victoria. Más bien ha sufrido su derrota mayor. La pretensión del sepulcro de mantener cautivo al que es la vida ha quedado totalmente anulada. Esa muerte ha pasado a ser una realidad pasajera, pues será el trámite que dará paso a la realidad que prevalecerá para siempre, que es la de la vida. De ninguna manera el Dios todopoderoso podía permitir que lo que había surgido de sus manos amorosas fuera a caer en el vacío de la nada, de la inexistencia, pues todo eso ha surgido para tener la vida suya. La creación entera no es otra cosa que reflejo de sí mismo, de Él que es su causa última: "Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad". Si todo ha surgido única y exclusivamente por un designio de amor infinito, todo se mantendrá pues ese amor nunca desaparecerá, ya que es la esencia de Dios. Si esta es una realidad inconmovible en lo creado, lo es aún más en el hombre. La historia de cada hombre en particular es una historia de amor de Dios. Por ello, jamás podrá caer en el vacío. Lo que estará en el vacío será la muerte. Para el fiel, solo será un paso de su existencia inacabable. Para el obcecado en el pecado, será el descenso total en el vacío de la ausencia de Dios. Esta posibilidad de vida eterna en la felicidad y en el amor de Dios la ha alcanzado Jesús para todos nosotros. Es la maravilla grandiosa, insuperable, a la que llegamos todos tomados de su mano. Su muerte ha vencido a la muerte, y su resurrección ha hecho vencer a la vida para siempre. Y son victorias nuestras, por ese inmenso don de amor con el que nos quiere beneficiar continuamente. Si nos ha beneficiado desde nuestra creación, porque nos ama con amor eterno e infinito, lo quiere hacer aún más con el don mayor de la nueva vida. Por encima de esto ya no hay posibilidades de dones mayores. Lo mejor que podremos vivir jamás será siempre estar en Él, con Él y para Él.

El mundo vive una realidad superior. Y todos nosotros somos beneficiarios y testigos. Solo cabe tener la experiencia de la alegría. La vida es alegría, por encima de cualquier pena o sufrimiento. No se mide esta alegría solo en los momentos de felicidad que podamos tener. Los momentos de amargura y de dolor están asegurados, pues somos hombres. Cometemos errores y nuestros hermanos también. Esos errores nos afectarán en mayor o menor grado, por lo que no estamos de ninguna manera exentos de sufrir. Por eso, el sustento de la felicidad debemos buscarlo en otra realidad, no en la de la inexistencia del dolor. Más allá de percibir la realidad momentánea o actual, debemos apuntar a una realidad distinta, trascendente, que va más allá de lo cotidiano. Aparte de los momentos de alegría que podremos experimentar y que igualmente podrán ser pasajeros, debemos elevar nuestra mirada a lo que no pasa, a lo que se mantiene incólume, a lo que subsistirá. Y eso solo se encuentra en Dios y lo que Él ha logrado para nosotros. El sustento de la felicidad estable se encuentra, entonces, en la esperanza. No es una realidad completada ya totalmente, pero sí iniciada con la resurrección de Jesús. San Pablo lo sostiene como una realidad ya alcanzada pero que está a la espera de su total cumplimiento. Es lo que los teólogos llaman la "tensión escatológica", el "ya pero todavía no". Es decir, el triunfo de la vida es una realidad ya alcanzada con la resurrección de Jesús y su resurgimiento del sepulcro, pero está a la espera de que todos los hombres lo aceptemos y nos dejemos "vencer" por él, para que sea totalmente verificado. Será entonces cuando "Cristo sea todo en todos", y ya toda la creación estará a sus pies a la espera de ser definitivamente elevada. Por eso es tan importante que los que disfrutamos de esa nueva vida lo hagamos al máximo, convirtiéndonos así en testigos privilegiados para nuestros hermanos, presentándoles esta realidad que todos necesitan vivir para alcanzar la plenitud de la felicidad. De esa manera, el peso no estará en lo que podamos vivir en momentos asegurados de dolor o sufrimiento, sino en aquello que nos espera a todos en ese futuro de eternidad feliz. Esto da sentido a toda la existencia actual y a la futura. Aquí sembramos y allá cosecharemos.

Ser testigos es primordial en procurar la plenitud de ese gozo: "Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo: 'Alégrense'. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: 'No teman: vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán'". Jesús les insiste en dos cosas: No temer y alegrarse. No hay ya razón para el temor o la tristeza. Solo hay razón para la alegría. Y hay una tercera cosa, no menos importante: la encomienda de la tarea de anunciar lo que están viviendo. Comunicar la propia experiencia es fundamental para que el ciclo inicie su culminación. Las mujeres son las primeras encargadas de esta tarea de anuncio. ¡Bendita sea la figura de la mujer, primera testigo de la resurrección y primera anunciadora de la alegría de la vida resurgida en Jesús! Y así, todo el que recibía esta noticia feliz, la iba viviendo con el gozo mayor y se iba convirtiendo en anunciador para los demás. Pedro, también entre los primeros testigos, convencido de su propia renovación en el amor por la resurrección de Cristo, se convierte en adalid de Jesús, anunciando la gran noticia a todos los que lo escuchaban. Así decía: "Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a Él: 'Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro'". En Jesús toda la Escritura encuentra su cumplimiento. La vida alcanzada por Jesús con su resurrección, triunfo vital sobre el pecado y sobre la muerte, es para todos los hombres. El anuncio de los testigos no es simplemente una tarea a cumplir, sino que es la búsqueda de la renovación de todas las cosas en Cristo. Es el empeño real en lograr que esa salvación alcance a todos y todos puedan disfrutar de esa nueva vida que Jesús ha adquirido con su sangre. Anunciando a Jesús resucitado, se renueva también quien lo anuncia. Si nosotros lo anunciamos, nos renovamos, renovando al mundo. Se lo debemos a Jesús, que lo ha hecho por amor a nosotros, y se lo debemos al mundo, por el cual Él se ha entregado y ha triunfado estruendosamente haciendo que la vida brille eternamente en el amor.

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