viernes, 17 de abril de 2020

Te encuentro en la intimidad, Señor, y en todo lo que hago

Jesús resucitado y pesca milagrosa | Imágenes religiosas, Pintura ...

Por tercera vez se les aparece Jesús a los apóstoles después de la Resurrección. Ellos, ya habiendo vivido la maravilla de la buena noticia de la victoria de Jesús sobre la muerte, deben retomar la vida cotidiana. Aun cuando su perspectiva de futuro ha sido totalmente transformada por la novedad de vida que implicaba todo lo que habían vivido a raíz de la Pascua de Jesús, debían hacerlo llevando su vida cotidiana como antes. Es muy llamativo que aquellos que pertenecían al grupo de íntimos de Jesús, el Resucitado, no se consideraron a sí mismos exentos de ello. Nunca tuvieron la pretensión de sentirse pertenecientes a un grupo de privilegiados que ahora estarían exentos de las obligaciones naturales de cualquiera. El hecho de ser miembros del grupo de amigos de Jesús, el que había vencido a la muerte, no los colocaba por encima de nadie. Al contrario, los ponía al servicio de todos, desde la humildad de lo que cada uno ya hacía previamente. Eran pescadores. Y seguían procurándose la vida a través de la pesca. Y es allí donde los encuentra Jesús. La tercera vez que Jesús los encuentra es en su campo de trabajo. En las dos primeras las ocasiones se presentan con los discípulos reunidos a la espera de lo que el mismo Jesús les había dicho. Era una especie de encuentro "litúrgico", en el sitio donde los discípulos estaban reunidos, ciertamente por miedo a los judíos, pero era un sitio reservado. El objetivo de Jesús era convencerlos de que todo lo que estaban viviendo era una realidad total. Él había vencido y estaba vivo. Incluso busca convencer al más reticente de todos, a Tomás, que cae rendido a sus pies. Este tercer encuentro ya se da en un ámbito distinto. En el campo de trabajo de cada uno. No es un sitio reservado, sino a campo abierto. Y es donde realizan sus labores diarias. Y allí llegan a reconocerlo los discípulos: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor". Ya sabían bien quién era Jesús, ya habían tenido las experiencias de los encuentros anteriores. Ahora cambiaba solo el lugar, pero el encuentro era el mismo. Era el Resucitado, que seguía apareciéndose para seguir convocándolos. Pero ya no es un encuentro en la intimidad, sino en lo abierto, en la vida normal, en lo cotidiano. El periplo didáctico que sigue Jesús continúa. Nos enseña a todos que el encuentro con Él, además de darse en la intimidad, en lo reservado, debe darse también en lo que vivimos diariamente. No basta tener el encuentro con Jesús en el corazón. Hay que tenerlo también en lo abierto, en las labores cotidianas, en los avatares variadísimos que podemos tener día a día con los demás.

Esta "normalidad" la vivió intensamente San Pablo, conquistado por Jesús posteriormente para ser su apóstol entre los gentiles: "Recuerden si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre ustedes el Evangelio de Dios". En sus correrías apostólicas siempre siguió ejerciendo su profesión de tejedor de tiendas: "Pablo salió de Atenas y fue a Corinto. Y se encontró con un judío que se llamaba Aquila, natural del Ponto, quien acababa de llegar de Italia con Priscila su mujer, pues Claudio había ordenado a todos los judíos que salieran de Roma. Fue a ellos, y como él era del mismo oficio, se quedó con ellos y trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas". En general, aquellos primeros cristianos y apóstoles, no se consideraban de ninguna manera privilegiados, por lo cual debían dejar su vida normal en el mundo, sino vivir como cualquiera. Así lo vivió y así lo enseñó Pablo a sus discípulos, al punto de que sale a confrontar a quienes pretendían algo distinto: "Les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan ... Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma". En el desarrollo de las propias capacidades y en el procurarse para sí mismo y para los suyos el sustento necesario para la vida, está también la vida de los discípulos de Jesús. Al punto de que en el desarrollo de ello se dará también el encuentro gratificante, enriquecedor y vivificante con el Señor resucitado. La mirada del discípulo de Jesús debe estar de tal manera limpia, que debe hacer capaz de descubrirlo no solo en el encuentro íntimo y gozoso de corazón, sino también en el encuentro abierto, igualmente gratificante, en todo lo que se lleva adelante y se realiza como actividad cotidiana. Jesús se lo quiere dejar claro a los apóstoles. Y por eso se encuentra con ellos a las orillas del lago, realizando de nuevo el gran milagro de la pesca milagrosa: "Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: 'Muchachos, ¿tienen pescado?'. Ellos contestaron: 'No'. Él les dice: 'Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis'. La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: 'Es el Señor'". Es fundamental saber descubrirlo en todo, no solo en la intimidad. Jesús actúa en toda la vida, en lo íntimo y en lo abierto, en la soledad y en la comunidad. Su obra de resucitado la quiere desarrollar en toda la realidad que abarca la vida humana.

Esa acción de Jesús no puede estar sometida al arbitrio humano. Aun cuando dependa de quienes quieran hacerlo presente en cada una de sus acciones, no está sometida a la obediencia a las leyes humanas, cuando éstas pretendan coartarla o condicionarla. Esa acción de Jesús es totalmente libre y solo está condicionada por la libertad de acción asumida por los apóstoles y su propio deseo de seguir demostrando su amor todopoderoso a todos los hombres, en toda ocasión y en toda circunstancia. Lo entendieron muy bien los discípulos enviados a todo el mundo a hacerse eco de la acción salvadora de Cristo: "Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes". Jesús y su acción renovadora del mundo no están sometidos. Cada cristiano es instrumento de esa acción y de ese amor transformador. Quienes quieran acallarlo se encontrarán de frente con el muro de su acción inexorable que desea hacer nuevas todas las cosas y que no se detendrá ante la pretensión de nadie. Si no puede entrar por una vía buscará otra, y otra, y otra... hasta que lo logre. Y los apóstoles serán esos instrumentos privilegiados, por cuanto Jesús "es 'la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular'; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". La Resurrección de Jesús ha dejado bien claro que la ley humana no puede de ninguna manera contener su obra de renovación y de salvación. Sería una pretensión tonta. A quien ha demostrado no necesitar ni detenerse ante las leyes humanas, no se le puede pretender acallarlo o teledirigirlo. Su libertad es absoluta. Y su amor es todopoderoso. Está por encima de todo. No queda limitado al encuentro con el hombre en lo íntimo del corazón, sino que abre la perspectiva a toda la realidad. Es en ese ámbito abierto y cotidiano en el que se quiere hacer también presente, de la mano de sus discípulos, que darán testimonio de Él y de su amor transformador, y cada uno de ellos se convertirá en instrumento dócil de su obra para que su amor le pueda llegar a todos. Y esos somos nosotros, cada hombre y cada mujer que ha sido transformado por Él, y que hace presencia suya en todo lo que realiza cotidianamente. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario