jueves, 2 de abril de 2020

Enséñame, Abraham, a vivir radicalmente la fe como lo hiciste tú

19 de junio, Día del Padre/ El Patriarca Abraham - Enlace Judío

La historia de amor del hombre con Dios, podríamos decir que alcanza un punto altísimo con el Patriarca Abraham. Era un nómada del desierto que es convocado por Yahvé para salir de su tierra y transitar por el desierto hasta llegar a una tierra desconocida que le dará en herencia, y donde se asentará un pueblo que será numeroso y que será, además, la bendición del mundo, pues representará la salvación para ellos y para todos. Dios le promete multiplicar su descendencia y alcanzar todas las bendiciones. Será padre de multitudes incontables, como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Ciertamente es maravilloso el futuro que se le promete a Abraham, por lo que se entiende su obediencia a esa voz que escucha y que lo convoca. Sin embargo, es más llamativa aún la obediencia de Abraham, por cuanto sin ninguna seguridad, sin pruebas fehacientes de lo que se le promete, sumido más bien en el misterio profundo del desconocimiento de esa voz que lo convoca, es capaz de entrar en ese túnel oscuro, abandonándose radicalmente en la confianza que le produce un misterioso atractivo por ese ser que lo invita a la aventura de la trashumancia para llegar al tesoro de la tierra prometida y a poseer no solo una tierra bendecida, sino una descendencia incontable. Esto último era una promesa aún más atractiva pues Abraham no tenía hijos, ya que su mujer era estéril y no le había podido dar un descendiente. Esta voz de Dios prometía la posesión de tierras bendecidas y de descendencia innumerable, lo cual para él era inesperado. Lo que está en la base de la respuesta de Abraham es la fe en Dios. Esa voz que promete cosas tan grandiosas no puede ser un engañador. Prometer tantas maravillas lo puede hacer solo quien tiene el poder sobre todo. Vale la pena correr el riesgo, pues quien promete tales maravillas debe poder ciertamente hacerlo. ¿Por qué lo iba a hacer siendo solo un charlatán? ¿Qué ganaba con prometer estas cosas a un anciano nómada que no tenía absolutamente ninguna relevancia y que más bien estaba destinado a ser un soberano anónimo, que pasaría como uno más de la humanidad? En Abraham pesó más la confianza, por lo cual pasó a ser el padre de naciones que siguen, aman y obedecen a Yahvé, ese por el cual llegó Israel a ser el pueblo elegido por Dios para hacer surgir al Salvador del mundo y hacer llegar su salvación a toda la humanidad. Del seno de Abraham, de los dos hijos que tuvo, uno de la esposa y otro de la esclava, surgen las tres religiones monoteístas de la humanidad: el judaísmo y el cristianismo, surgidos de la rama de Isaac, el hijo de la libre, y el islamismo, surgido de la rama de Ismael, el hijo de la esclava.

El "acuerdo" que Yahvé hace con Abraham es un compromiso radical que asume Dios. Nada lo obliga a hacerlo. Solo el deseo de ofrecer una ruta de salvación, de rescate, para la humanidad. Dios no quiere dejar a los hombres en las garras de la muerte por el pecado, sino que quiere ofrecer la luz de la salvación. Abraham será el instrumento por el cual se inicia esa historia de amor entre Dios y los hombres. Es una especie de pacto matrimonial en el que Dios se compromete totalmente a favorecer a los hombres, cobijándolos en su amor, pero que espera también una respuesta de fidelidad del pueblo que está eligiendo. Por ello es una verdadera alianza que se mueve en el amor, en la confianza mutua, en la entrega total del uno hacia el otro: "Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos. Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Les daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios. El Señor añadió a Abrahán: 'Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones'". El trato es absolutamente favorable a Abraham. Dios se compromete a darlo todo y solo exige fidelidad a la alianza. Abraham y su pueblo solo deben continuar reconociendo a Dios como su Dios y no abandonarlo jamás. La respuesta positiva de Abraham, su salida hacia la tierra prometida, la obediencia radical que veremos llevada al extremo cuando Yahvé le pide incluso en sacrificio a su hijo Isaac, lo cual no duda de obedecer, hacen que sea considerado con toda propiedad nuestro Padre en la fe. Él es el origen de esta experiencia de fe que vivimos todos. Por él nos llega la posibilidad de tener las puertas abiertas a la tierra prometida, al cielo, gracias a que uno de sus descendientes, Jesús, nos ha alcanzado la redención por su muerte en cruz. Somos parte de esa multitud de estrellas en el cielo y de granos de arena que conforman la descendencia innumerable de este Padre en la fe que con su obediencia nos ha abierto la perspectiva más esperanzadora que podemos tener.

Jesús mismo hace referencia a esta esperanza que abrió Abraham para la humanidad. No tiene absolutamente ninguna duda de que él es el causante de la alegría que vive el mundo con la presencia del Redentor, que es su descendiente. Jesús es hijo de Abraham, una de las innumerables estrellas del cielo y de los granos de arena que conforman esa descendencia prometida por su respuesta positiva a la propuesta inusitada de Dios. La dureza de corazón de algunos les hace perder la perspectiva de una historia de amor iniciada en Abraham y llegada a su culmen en Jesús. No los convencen ni siquiera las evidencias claras de que esta historia de amor está llegando a su punto más alto en Jesús: "Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien ustedes dicen: 'Es nuestro Dios', aunque no lo conocen. Yo sí lo conozco, y si dijera 'No lo conozco' sería, como ustedes, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, su padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría". En Jesús toda historia de elección, de invitación, de convocatoria, de alianza, de promesa de salvación, alcanza su meta. Abrahan fue un instrumento dócil en las manos de Yahvé, y por él fue posible llegar a este punto altísimo de la historia de salvación. Su sí fue definitivo para que se emprendiera este camino que termina en la alegría de la posesión de la tierra prometida, del cual somos también cada uno de nosotros deudores. Si disfrutamos de la Redención que Cristo ha alcanzado para todos es porque, en su día, un anciano trashumante, totalmente anónimo, oyó una voz que lo invitaba a dejar su tierra para ir a una tierra desconocida que iba a ser su bendición, y a llenarse de una descendencia incontable de la cual surgiría quien iba a ser la salvación de todos los hombres. Jesús, hijo de Abraham, nuestro hermano, surge de este pueblo prometido a ese hombre que prefirió confiar radicalmente su vida a Dios, que se dejó amar de manera única, y que se dejó hacer el Padre de la fe de millones que, si tienen las puertas del cielo abiertas, fue por esa confianza radical en el Dios del que nunca se atrevió a apartarse. Ojalá todos podamos seguir las huellas de nuestro Padre en la fe y podamos confiar siempre radicalmente en el Dios del amor, sin nunca atrevernos a poner una sombra de duda en sus designios sobre nosotros.

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