sábado, 11 de abril de 2020

¡Alégrense! ¡No teman! ¡El Señor ha resucitado!

El sepulcro vacío” es el título de la reflexión homilética del ...

Es el momento del triunfo. Jamás hemos vivido los hombres momentos tan maravillosos. Jesús, el Hijo de Dios, el Dios que se ha hecho hombre, ha culminado su periplo con victoria estruendosa. La pretensión de la muerte, la frialdad interesada del sepulcro, de ninguna manera fueron más poderosas que Dios. El cuerpo inerte del hombre Jesús se reanima y vuelve a la vida. Dios había cumplido su palabra y había completado su itinerario, tal como lo había dicho. Muchas veces lo había vaticinado Jesús, aunque no siempre fue comprendido. Los discípulos que escuchaban una y otra vez los anuncios de victoria, no terminaban de entender. Incluso esas palabras misteriosas sirvieron a sus acusadores para dictar sentencia: "Presentaron muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos, que dijeron: 'Este dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo'". Evidentemente, Jesús se refería al templo de su propio cuerpo. No podía ese cuerpo del hombre que era Dios quedar vencido, oculto en el sepulcro. Esa resurrección gloriosa representaba para el Salvador el cumplimiento definitivo de su obra magnífica. Era la confirmación de que todo lo que había venido a realizar estaba muy bien cumplido. El Hijo de Dios, que no había dejado nunca de trabajar para lograr la salvación de los hombres, ni siquiera mientras ese cuerpo era prisionero del sepulcro, manifestaba a todos que, realmente, "todo estaba consumado". Había llegado a su plenitud la obra de rescate de la humanidad, por cuanto la muerte había sido vencida totalmente. Aquellas mujeres que temprano se acercaban a ungir el cuerpo del Maestro, reciben de la voz del Ángel la noticia maravillosa: "No teman, ya sé que buscan a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho". Todas las expectativas que se habían creado en torno a Él estaban cumplidas. Aquellas palabras misteriosas que Él mismo había pronunciado acerca de la reconstrucción del templo a los tres días, cobraban pleno sentido. Ese templo en el que habitaba Dios en su plenitud, el cuerpo de Jesús, retomaba vida nueva y entraba en el halo de luz inmarcesible que representaba la nueva realidad que adquiría y que ya jamás perderá. Aquella gloria natural que vivía en el seno del Padre antes de la encarnación, la recupera totalmente. Y esta vez, con un añadido, que había sido el objetivo que perseguía con toda su entrega: Introducía consigo en esa gloria inefable a la humanidad redimida.

La sentencia de la muerte se trastoca totalmente en declaración de vida eterna, gloriosa, inmutable. Por eso, esta noticia debe llenar de alegría a quienes la escuchan y la viven. Las mismas mujeres, después del Ángel, reciben la visita del Resucitado: "De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
'Alégrense'. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: 'No teman: vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán'". Ya no hay razón para el temor. Solo hay razón para la alegría. Ese temor de que el Señor "se había atrevido" a irse, dejándolos a todos en la esperanza frustrada, en la imagen terrible y fatal del cuerpo exánime pendiente de la Cruz, colocado en la soledad y en la oscuridad del sepulcro. Era una especie de vacío total en el que se caía, por cuanto los últimos tres años habían sido de una intensidad inmensa, en la que se sentía que Dios había fijado su mirada en la humanidad y le declaraba su amor, concediéndole su favor total. Y de repente, todo había finalizado en la frialdad de un sepulcro solo. Aún así, el amor era más fuerte que la frustración. Por eso, el domingo muy temprano las mujeres se atreven a encaminar sus pasos hacia el cuerpo de Aquel que los había llenado a todos de tanta esperanza. Y su perseverancia recibe como premio el regalo mayor. La muerte no había vencido. La esperanza no había sido frustrada. La alegría era infinita. El Señor ha resucitado y ha resurgido triunfante de las garras de la muerte. Y con Él todos ellos. El cuerpo glorioso del Señor resucitado es el cuerpo que Él ha ganado para todos en la eternidad feliz junto a Dios. Toda la historia de la salvación apunta a este momento glorioso. La muerte y la resurrección de Cristo era el centro de todo lo que Dios había planificado para la glorificación de la humanidad. Esa historia, con toda su carga de dolor, de sufrimiento, de pecado, de separación de Dios, estaba enmarcada en el amor. Era el amor el que le daba sentido a todo. Si el hombre había osado alejarse de Dios por su pecado, Dios había insistido en su amor, llamándolo para que se abandonara en sus brazos misericordiosos. Y la obra que realizaba su Hijo era la convocatoria final, eran los compases finales de la gran sinfonía de amor que Dios había compuesto para la humanidad desde que el mismo hombre pecó. Es impresionante pensar en la perseverancia de Dios, a pesar de la obstinación del hombre. Por eso no tiene cabida el temor. Solo hay que dar paso a la alegría. Y es la alegría de toda la humanidad porque el Señor ha vencido para todos. Para ti y para mí. "Alégrense. No teman".

Dios ha trastocado su ira, borrándola totalmente de sí. No puede dejar de amar quien ha creado por amor: "Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero con amor eterno te quiero —dice el Señor, tu libertador—". El castigo saludable que merecíamos, lo muta el Señor en amor misericordioso. Su corazón no puede hacer otra cosa sino solo amar. Y es un amor de eternidad que ya queda sellado con la resurrección gloriosa del Hijo: "Aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz —dice el Señor que te quiere—". Es imposible medir la inmensidad de ese amor, pues el corazón de Dios es infinito. El Hijo de Dios ha cumplido perfectamente la obra encomendada por el Padre. Ha vivido su donación total, con lo cual su ganancia es total. Toda la humanidad goza de ese triunfo abrumador, alcanzado con el hombre más inocente de todos: "Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo". Y el encargo había sido el del rescate. Jesús se ha entregado, quedándose prisionero de la muerte, para ofrecerse como víctima en vez de todos. Pero no ha quedado derrotado, sino que su victoria ha sido portentosa. Y con Él hemos vencido todos. Por ello, tenemos la vida nueva que el Señor nos ha alcanzado, y debemos vivir según ella. Esta obra tiene dos actores: El Señor, que ha cumplido perfectamente su obra, y la humanidad, que debe hacer su parte para gozar de lo que le ha ganado Jesús: "Los recogeré a ustedes de entre las naciones, los reuniré de todos los países y los llevaré a su tierra. Derramaré sobre ustedes un agua pura que los purificará: de todas sus inmundicias e idolatrías los he de purificar; y les daré un corazón nuevo, y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de su carne el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne". Se trata de dejarnos reconstruir en el amor. Un hombre hecho de nuevo en el amor es un hombre glorificado en la resurrección. Dejarse arrancar ese corazón de piedra y dejarse colocar un corazón de carne, que esté lleno de la novedad del amor. Es la misma novedad que le ha dado sentido a toda la obra de Jesús. No se entiende nada si no es desde la óptica del amor. Si queremos entender y vivir lo que Jesús nos ha ganado, dejémonos arrancar el corazón que no le encuentra sentido a lo que Él ha hecho y que se nos coloque uno nuevo lleno totalmente del sentido del amor que hace nuevas todas las cosas. Sin temor y con la máxima alegría, vivamos esta novedad que nos regala el amor de Dios.

1 comentario:

  1. Señor aunque no te merezco, sabes que te amo, aunque me aparto de ti, sabes que te amo, aunque me olvido de tu Amor, sabes que te amo. Porque soy tu obra de Amor perfecto y el.que me creó por Amor, no medejara de amar eternamente. Gracias Señor, por haber vuelto a nosotros gracias por haber resucitado....tu sabes que te amo!

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