martes, 31 de marzo de 2020

Tú eres eterno e inmutable y te acercas para amarme y salvarme

Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que 'Yo soy ...

En la cultura hebrea conocer el nombre de alguien da poder sobre esa persona. Más aún, poner el nombre a algo es de alguna manera declarar posesión sobre eso. Cuando Dios terminó su creación hizo pasar todos los seres vivientes por delante de Adán para que les fuera poniendo nombre: "Entonces el Señor Dios formó de la tierra todos los animales salvajes y todas las aves del cielo. Los puso frente al hombre para ver cómo los llamaría, y el hombre escogió un nombre para cada uno de ellos. Puso nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales salvajes". Esto hay que entenderlo como la cesión del dominio que Dios hacía de su creación en favor del hombre. Él creó todo, pero lo puso todo en las manos del hombre, para que fuera como su propietario, su administrador. Esto queda simbolizado en el hecho de que es el hombre el que pone el nombre a todas las criaturas. El nombre, en efecto, no es simplemente una manera de llamar a alguien, sino que apunta a la profundidad de su ser, a su esencia. El nombre describe a quien lo lleva, define su condición. Por eso vemos la importancia que se le da a lo que significa cada nombre en el Antiguo Testamento: Moisés, "rescatado de las aguas". Isaac, "el hijo de la sonrisa". Jacob, "el que es sostenido por Dios". Sansón, "el que sirve a Dios". Samuel, "el hombre al que Dios escucha", Emmanuel, "Dios con nosotros". Jesús, "Dios que salva"... Cada nombre tiene su significación, no solo es la manera de llamar, sino que describe y descubre su intimidad y prácticamente su misión. Por ello, por esa condición de propiedad y de conocimiento profundo de la persona, vemos cómo Dios, para demostrar que toma posesión de una persona, la hace suya y le encomiendo una misión particular, le cambia el nombre y hace que sea conocido por esa nueva condición. Abrán pasa a Abraham, Jacob pasa a Israel, Simón pasa a Pedro, Saulo pasa a Pablo. El nombre, en efecto, no es solo la manera de llamar a alguien, sino que define a la persona, descubre su esencia y afirma la propiedad de alguien sobre quien lo lleva.

Es de tal importancia el conocimiento del nombre de alguien que Moisés, cuando tiene el encuentro portentoso con Yahvé en el desierto, de entre las cosas importantes que pide a Dios es conocer su nombre. De esa manera podría decirle a los israelitas quién lo estaba enviando: "Contestó Moisés a Dios: 'Si voy a los israelitas y les digo: 'El Dios de sus padres me ha enviado a ustedes'; cuando me pregunten: '¿Cuál es su nombre?', ¿qué les responderé?' Dijo Dios a Moisés: 'Yo soy el que soy.' Y añadió: 'Así dirás a los israelitas: 'Yo soy' me ha enviado a ustedes.' Siguió Dios diciendo a Moisés: 'Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación.'" Dios no le da su nombre, sino que habla de su ser más profundo. Es razonable que así sea pues, por un lado, nadie puede conocer el nombre de Dios porque nadie puede reclamar posesión sobre Él, y por el otro, la más profunda intimidad de Dios es su naturaleza de eternidad y de autosustentación. Él existe por sí mismo. Nadie la ha dado su ser. Y existe para siempre. "Yo soy el que soy" podría traducirse como "Yo existo por mí mismo, nadie me da el ser, no soy propiedad de nadie sino que me poseo a mí mismo, y existo desde toda la eternidad y para siempre". No es un nombre sino una identificación total. Es la mejor manera de describir al Dios eterno, creador y sustentador de todo. Todos los demás seres de la creación necesitamos de la referencia a nuestro Creador, a quien nos sostiene en nuestra existencia. Y no solo en ese sentido que podría ser tan impersonal, sino que apunta a algo mucho más íntimo, como es la relación de amor y de misericordia con el que es la razón de nuestros días. Nuestra existencia se anuda al deseo creador de Dios, nuestra permanencia se conecta con su providencia infinita, nuestra alegría se funda en el amor que sabemos que nos tiene, nuestro gozo es infinito porque sabemos que es un Dios misericordioso que está siempre dispuesto al perdón. Tener el nombre de Dios sobre nosotros nos hace los seres más afortunados del mundo.

En este sentido podemos entender la afirmación misteriosa de Jesús, cuando a los fariseos y a los judíos que le preguntan quién es les responde: "Cuando ustedes levanten en alto al Hijo del hombre, sabrán que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada". Él es ese mismo Dios que se apareció a Moisés en el desierto, el Dios eterno que sigue estando a favor de su pueblo. "Ser levantado" hace referencia a la cruz, con lo cual ya está describiendo cómo será el cumplimiento de su misión. El nombre Jesús significa "Dios que salva", lo que define clarísimamente la misión que viene a cumplir en su momento. La invitación que hace Jesús es la llamada imperiosa del Dios de amor a creer en Él y a abandonarse en su amor: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de allá arriba: ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón les he dicho que morirán en sus pecados: pues, si no creen que Yo soy, morirán en sus pecados". Cuando los hombres asuman que ese Dios es el mismo que los ha hecho surgir de la nada, que los ha liberado de la esclavitud terrible, que ha sido prefigurado en la serpiente que, elevada para ser mirada, alcanza así la curación de los mordidos, solo entonces ese amor y esa salvación serán una realidad para cada uno. Jesús será elevado como aquella serpiente de metal: "Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla". Mirarlo, reconociendo que Él es ese Dios eterno y creador, amoroso y misericordioso, enviado para el rescate de todos, es nuestra salvación. Conocerlo y hacerlo vivir en nosotros es nuestra mejor jugada. No es el simple reconocimiento de su nombre, sino que apuntamos a la posesión de su amor en los más profundo de nuestros corazones para vivir en la suavidad de su intimidad y en la salvación que nos dona por su amor infinito.

1 comentario:

  1. Nosotros somos tan afortunados de tener el nombre de Dios ....somos en su bondad sus hijos ...el ama con tanto amor y es misericordioso si comeremos errores siempre nos perdona y volvemos a su brazo protector de padre ,Dios lo bendiga padre y gracias por este blog

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