domingo, 29 de marzo de 2020

Soy cuerpo y espíritu y en vivir mi plenitud está mi felicidad

Jesús resucita a Lázaro | Lecciones de la Biblia para niños

Cuando los hombres asumimos la complejidad de nuestra composición natural, en la que se da la realidad corporal y la espiritual, la temporal y la eterna, la mutable y la inmutable, la inmanente y la trascendente, la limitada y la infinita, damos pie a la comprensión de lo que somos y, al comprendernos mejor, podemos entrar en un clima de serenidad interior que nos da paz, pues entendemos lo más profundo de lo que somos, a lo que estamos llamados a vivir, y a la meta a la que nos dirigimos. Dios, desde su infinita sencillez, pues Él no tiene complejidad ninguna en la composición de su naturaleza ya que ella es solo una realidad espiritual, nos ha creado a nosotros "complejos", cuerpo y alma, materia y espíritu. Él es solo espíritu, por lo cual es el absolutamente sencillo. En Él solo hay una realidad espiritual. En nosotros hay realidad espiritual y realidad material, por lo que somos "complejos". Esta complejidad explica el porqué en nosotros siempre se presenta la tensión entre lo temporal y lo eterno. Explica el porqué nuestra naturaleza nos hace tender a apegarnos a la materia, con la tentación de dejar a un lado lo que eleva nuestro espíritu. Nos da la clave de comprensión para la lucha interior que se presenta en nosotros entre el bien y el mal. Lo explica muy bien San Pablo: "Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco...  Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero". Queremos dar satisfacción a lo temporal, con el riesgo de condenar lo espiritual con nuestras acciones. La clave está, entonces, en dar la justa importancia a ambas componentes de nuestra naturaleza. Tan importante es para nuestra vida nuestra realidad temporal como la espiritual. Si faltara alguna de esas componentes no existiríamos. La única diferencia que hay entre ellas es la temporalidad. La realidad corporal se acabará en algún momento. La realidad espiritual prevalecerá para siempre.

Dios nos creó seres materiales y espirituales para que desde toda nuestra realidad nos uniéramos a Él. No nos ponemos en contacto con Dios solo desde nuestra realidad espiritual, pues nuestra corporalidad nos identifica como quienes somos, desde ella realizamos las obras que a Él le agradan y nos acercan a Él, por ella tenemos la capacidad de relacionarnos fraternalmente con todos los demás hombres, con ella luchamos como socios suyos por hacer un mundo mejor, desde nuestra temporalidad sembramos la semilla que nos servirá para la cosecha de vida eterna que haremos en el futuro. El error que cometemos y que nos crea tanto desasosiego es el de despreciar alguna de nuestras dos componentes. Quien desprecia la corporalidad vive esta vida como una eterna condena y nunca alcanzará la felicidad en ella. Quien desprecia la realidad espiritual vive esta vida sin proyección de eternidad y tendrá la continua sensación de frustración porque todo terminará en el vacío. Es necesario asumir nuestra complejidad para vivir en serenidad interior, dando el peso a lo que suma puntos para aquello que nos alegre hoy y que subsistirá eternamente. San Pablo nos habla de la necesidad de ese equilibrio que hay que tratar de mantener siempre: "Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo". La realidad corporal, con todo lo importante que es, no puede hacernos perder la conexión con el Espíritu de Dios. Nuestro ser no puede estar "sujeto a la carne", entendiendo esto como exclusión de lo espiritual. No se trata de un desprecio a la realidad temporal, sino de una llamada a no excluir la realidad eterna. Así lo afirma el mismo Pablo: "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en ustedes". Estos cuerpos mortales que poseemos serán vivificados. De ninguna manera serán despreciados.

Lo enseñó también Jesús. La resurrección de Lázaro es la demostración fehaciente de ese equilibrio con el que Jesús quiere que asumamos toda nuestra realidad compleja. La confesión que hace de su propia identidad coloca su obra como obra globalizante de todo lo que es el hombre: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre". Esta realidad corporal nuestra es la que hará posible una resurrección. Si no hay muerte, no habrá resurrección. Toda nuestra realidad será renovada absolutamente por la obra redentora de Cristo. Y que es importante nuestro cuerpo lo confirma Jesús al resucitar a Lázaro. La resurrección de Lázaro es preludio de la resurrección de los muertos al final de los tiempos. No es la resurrección final, por cuanto Lázaro debió morir de nuevo. Tampoco lo fueron ninguna de las resurrecciones que nos relata el Evangelio que hizo Jesús portentosamente. Pero sí es signo del aprecio que Jesús le tenía a esta vida que vivimos, por cuanto se lo devuelve a sus hermanas que vivían el dolor de su muerte: "Desátenlo y déjenlo andar". Por ello, tiene sentido todo lo que nos pide Jesús que vivamos hoy. Tiene sentido el amor que nos pide que vivamos entre nosotros, el perdón que estemos siempre dispuestos a dar a quien nos ofende, la caridad que tengamos con los hermanos más necesitados, la defensa de la vida en todos sus niveles, la aceptación de nuestros hermanos por encima de cualquier diferencia. Nuestra complejidad se resuelve en la asunción plena de lo que somos con alegría, recibiéndola como un regalo de amor de Dios que nos creó para que viviéramos nuestra plenitud. Somos materia y espíritu. Somos temporales y eternos. Somos limitados e infinitos. Esa es nuestra identidad. Y en la vivencia en plenitud de ambas componentes está nuestra felicidad plena. Ya Dios se encargará de darnos el premio que nos corresponda por haber asumido nuestra integralidad con alegría y serenidad.

3 comentarios:

  1. Me conmueve la Misericordia de Dios Padre para con nosotros sus hijos. Aumenta mi Fe.

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  2. Renuévanos Señor en tu espíritu🙏

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  3. Bella reflexión. Que sepamos mantener en perfecto equilibrio esos componentes de nuestro ser. Y que con el.Evangelio de Hoy entendamos que el Señor nos ama y que nos espera la Comunión de los Santos, un triunfo después de nuestros sufrimientos, como por ejemplo esta Pandemia...Señor confío en ti. Espero en tu Misericordia

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