lunes, 2 de marzo de 2020

Mis obras de amor me abrirán las puertas del cielo

Resultado de imagen de vengan benditos de mi padre y recibir en herencia el reino

"En el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor". Esta frase de San Juan de la Cruz es maravillosa, pues nos pone ante la perspectiva única y definitiva que se nos presentará a todos nosotros en el momento en que tengamos que hacer el balance final de lo que hemos vivido. El examen final al que seremos sometidos tendrá como única materia el amor. No existirá absolutamente nada más. Lo único que valdrá, lo único que tendrá peso en la balanza divina, serán las obras de amor que hayamos emprendido. Todo lo demás será vacío y no influirá para nada en que la balanza se incline más. Aquellos que hayan puesto su única preocupación en la fama, en las posesiones, en la obtención de placeres, verán como eso, delante de Dios, se convierte en arenilla que se escapa de las manos. En ese examen final no podremos aducir la cantidad de títulos académicos que hayamos obtenido, la cantidad de vehículos que hayamos podido comprar, las empresas que hayamos fundado, las buenas marcas de ropa o de calzado en las que hayamos gastado el dinero, las buenas inversiones bursátiles que hayamos podido realizar, la cantidad de ceros que tuvieron las cuentas bancarias que llegamos a movilizar... Dios no nos preguntará en aquel momento final nada de eso. A Él no le interesará ninguna de las realidades pasajeras o temporales. Nada de lo que puede pasar tendrá ningún peso, pues nada de eso trascenderá el tiempo ni el espacio. Llegará el momento en que todo eso desaparecerá. Y quedará entonces solo lo que trasciende, lo permanente, lo que nunca pasará. La única pregunta que se nos hará, entonces, en aquel examen final será: "¿Cuánto amaste?" Y dependiendo de nuestra respuesta, que seguramente no daremos nosotros, sino que la dará la película de nuestra vida que será proyectada en aquel juicio final, obtendremos nuestra salvación, que será la felicidad eterna en la vivencia del amor que nunca se acaba en el seno de Dios, o la condenación eterna, donde se dará la mayor frustración y tristeza, pues seremos excluidos eternamente del amor y viviremos los tormentos interminables que procurará para nosotros el demonio.

En todo caso, no debemos confundir el que no podamos llevar nada de lo material a la vida futura con el que sea absurdo intentar vivir nuestra vida actual de la mejor manera posible. No significa esto, evidentemente, que nada de lo que haga hoy, aquí y ahora, tenga sentido. Al contrario, precisamente el hecho de que vayamos a ser juzgados en el amor, nos llama razonablemente a asumir todas nuestras responsabilidades con el compromiso de teñirlas todas de ese color del amor que lo trasciende todo. En primer lugar del amor a Dios, que es quien nos ha enriquecido de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad para que podamos tender a la perfección en todo lo que hacemos. Desvivirnos en el intento de hacer todas las cosas, de cumplir con todos nuestros compromisos con la mejor de las calidades, persiguiendo que con nuestro trabajo haya una mejor calidad de vida en el mundo, procurando que en lo que a nosotros corresponda las cosas vayan mejor, es responder positivamente a esa llamada a hacerlo todo por amor. Es a la respuesta de amor que demos a Dios a lo primero que se le pondrá la lupa. La idea no es despreciar la realidad temporal, sino asumirla con la actitud cristiana de querer hacerla mejor, más humana, más santa. Querer que toda esa realidad temporal sirva mejor al hombre, pues para eso existe todo. Y para eso Dios nos ha dado las capacidades con las que enfrentamos cotidianamente esa realidad. Sin duda, la respuesta de amor a Dios es lo primero, pues es el primer mandamiento de la ley de Dios: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser". En la respuesta comprometida a ese mandamiento estará el peso de la consideración de mi salvación o de mi condenación. Jesús no hizo otra cosa que confirmar la primacía de este mandamiento sobre los otros cuando fue consultado sobre cuál de ellos era el más importante. Debemos entender, por tanto, que la buena labor que logremos ejercer en nuestra vida actual no es otra cosa que una semilla que estaremos sembrando y que tendrá su cosecha mejor en la eternidad. No deja de tener sentido, en efecto, el que pongamos nuestros mejores esfuerzos en intentar siempre cumplir perfectamente con las tareas que nos correspondan, atendiendo a la intención de Dios cuando nos enriqueció con sus dones de amor.

Pero la respuesta de Jesús a la pregunta sobre la primacía del mandamiento tuvo una segunda parte: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Es decir, que el amor no se agota en Dios sino que debe tener una proyección en el amor al hermano. San Juan Evangelista sentencia rotundamente: "Quien dice amar a Dios, a quien no ve, pero no ama a su hermano, a quien ve, está mintiendo". Y en el juicio final esto destacará, por cuanto será revelador de la intensidad de amor que se haya tenido a Dios. Es por el amor a Dios que haremos obras de amor en favor de los hermanos. No es el simple altruismo (amor al otro) el que salva. Salva la caridad (amor al hermano porque en él se ama a Dios). Por eso Mateo pone los actos en favor de los demás como el único aval, pues hacer el bien a los hermanos es hacerlo a Jesús: "En verdad les digo que cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron ... lo que no hicieron con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo". Esta invitación de Dios a hacer obras de amor en favor de los hermanos es tan antigua como la misma relación de Dios con los hombres. El fundamento está en ese amor a Dios que debe motivarnos en todo. Dios dijo a Moisés, para que le transmitiera al pueblo: "Sean santos, porque yo, el Señor, Dios de ustedes, soy santo". La santidad a la que nos invita el Señor consiste en esas acciones en favor de los demás, evitando toda acción que pueda dañarlos y realizando todo lo que los favorezca, lo que vaya en función de lograr el bien para ellos. Después de una lista de acciones que se deben evitar para evitar el mal al prójimo y de las que se deben realizar para procurarles el bien, concluye así: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor". Hay una razón de autoridad final. "Yo soy el Señor". Él es quien establece las normas del juego. Pero no es una imposición de estilo tiránico, sino una exigencia que debe surgir al profundizar en el ser de Dios. Él es amor, y su esencia es amar. Así mismo, si debemos tender a su perfección, debemos tender a vivir en su mismo amor. "Yo soy el Señor", es decir, yo soy amor, tienes que ser como yo, amor. Y en la medida en que más te asemejes a mí en el amor, más estarás acercándote a la salvación. Más te estarás haciendo acreedor de esa estancia que tienes preparada para ti en las moradas celestiales. Y al final, te podré decir, junto a todos los que hayan avanzado por estas rutas: "Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo".

2 comentarios:

  1. Buenos días, como se puede amar al enemigo? El que te roba, el que te hunde el negocio, el que te desprestigia para que los demás no confíen en ti... Como se puede amar a una persona así? Como se puede amar a una madre que te insulta, que te cuestiona con inquina todo lo que haces, que malmete con el resto de tu familia para ponerlos en tu contra? Yo amo al Señor por encima de todas las cosas, pero me siento farisea por no poder amar a mis enemigos y eso no es agradar al Señor. Que debo hacer para ser Santo? Dejarlo todo y ser pobre? Que Dios le bendiga porsu obra.

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    1. El amor no es injusto ni impune. Perdonar no significa pretender que no se ha hecho ningún daño. Por otro lado, hay que desvestir el amor de ese halo de romanticismo con el que siempre lo vemos. El mismo Jesús, amando a los fariseos, les echó en cara todo lo malo que hacían. El amor busca que el otro salga de su error y de sus malas acciones, porque busca su bien. Amar no significa darle besitos y abrazarlo. Significa, de ser necesario, incluso enfrentarlo con su propio mal buscando que reaccione. El escarmiento en ocasiones será necesario. Como el padre que castiga a su hijo no porque lo odie, sino porque lo ama. El amor no te invita a mirar a otro lado, sino a mirar al sujeto, que es siempre digno de amor, tal como lo considera el mismo Dios. Lo que sí debemos rechazar y condenar siempre es la acción mala que realiza el sujeto. Pero no confundir nunca la acción mala con el sujeto que la realiza. Aunque sea un ejercicio difícil, hay que intentarlo. Rechazar la mala acción, pero nunca a quien la realiza, pues ni el mismo Dios lo rechaza, aunque sí rechaza el pecado. "Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más". No condena al sujeto pero sí el mal que ha hecho.

      Espero te sirva algo esto. Dios te bendiga

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