domingo, 1 de marzo de 2020

Tu amor creador pasó a amor redentor. Tu victoria es mi victoria

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La película "El abogado del diablo" tiene una escena final escalofriante. Después de que el demonio fue vencido, el personaje que lo representa se coloca ante el protagonista y comienza a alabarlo por sus capacidades, por su sabiduría, por su sagacidad, y le augura un futuro de éxito en su carrera como abogado. Ante esto, el abogado se siente muy complacido, pues avizora, con estas palabras una gran vida futura. El demonio entonces, en el disfraz de "un buen amigo", se ofrece como apoyo para lograr esas metas gloriosas, a lo cual aquel accede gustoso. La frase final es la que le da el calificativo de espeluznante a esta escena: "Me encantan los hombres porque son soberbios y vanidosos". Es la alabanza que hace el demonio al hombre. Precisamente, estas características fueron las que abrieron las puertas a la entrada del pecado en la historia de la humanidad. La serpiente sedujo a la mujer atacándola por su flanco más débil. Cuando la mujer le dice que Dios había prohibido terminantemente que comieran del árbol del bien y del mal, so pena de morir, ésta le replica: "No, ustedes no morirán; es que Dios sabe que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios en el conocimiento del bien y el mal". Fue un golpe certero que exacerbó la soberbia y la vanidad, y se presentó como reto más que como prohibición. "Serán como Dios", fue la frase clave. No depender de nadie, ser para sí mismo la norma y el juez, deliberar sin el concurso de una autoridad superior, tener, en definitiva, absoluta autonomía, era lo más atractivo que se podía presentar. De nada valió el saber que la propia existencia se debía a un gesto de amor infinito de Dios, que permanecer en la vida era fruto de su providencia que se preocupaba absolutamente de que tuvieran todo a la mano, que la estancia en el paraíso era un tiempo de total armonía y felicidad precisamente porque Dios procuraba que todo estuviera en el orden establecido por Él que aseguraba paz y serenidad. Pesó más el deseo de echar a un lado a quien "dominaba" la situación, para colocarse a sí mismo en el centro para rendirse a sí mismo la pleitesía debida a Dios. Desplazar a Dios del lugar central que le correspondía y colocarse a sí mismo en él, decretó el inicio de la tragedia de la humanidad, su carrera hacia la autodestrucción, sumirse en la oscuridad más profunda. Fue el fin de la armonía y de la paz. El demonio venció en esta primera batalla contra Dios. Estaba declarada la guerra.

Aquella primera victoria alimentó la soberbia del demonio. Así empezó a creerse invencible, pues la historia torció su rumbo por ella. Los hombres quedaron marcados por esa mancha de soberbia, y al acabarse la armonía todo empezó a parecer encaminarse hacia la destrucción mutua. "La mujer que me diste por compañera", "¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?", son expresiones que denotan la total ruptura de aquella fraternidad natural, de aquella unidad y armonía que solo quedaron en el recuerdo. Pero la iniciativa divina del Creador no quedó desplazada. Ante la tragedia que el mismo hombre se procuró, Dios diseñó la estrategia de rescate. Él seguía siendo el Todopoderoso y su amor seguía estando guardado para su criatura. La venida de Jesús no es otra cosa que el paso que da Dios para recuperar su lugar en el corazón del hombre. Aquella primera victoria del demonio fue real, pero no fue la definitiva. Había ganado una batalla, pero perderá la guerra ante el poder infinito de quien es el origen de todo, incluso de él antes de ponerse de espaldas al Dios del que había surgido. Y en el primer intercambio comienza a suceder lo inevitable. El demonio es vencido por Jesús en el desierto. Las tentaciones de placer, de poder y de tener con las que el demonio ataca a Jesús, que son exactamente las mismas con las cuales somos atacados todos, no hacen mella en Jesús. Hasta ese momento el demonio había vencido siempre en los hombres. Todos caemos, y seguimos cayendo, fácilmente en ellas. Nuestras cadenas las hacemos más fuertes nosotros mismos cuando no acudimos a Dios y nos confiamos exclusivamente en nuestras fuerzas. Jesús, siendo Dios, desde su poder infinito puso en su lugar al demonio: "Vete, Satanás, porque está escrito: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto'". Y desde aquella ocasión todos tendremos la misma posibilidad de vencer si colocamos a Dios en el lugar que le corresponde y no nos empeñamos en quedarnos solos en la lucha. Con Él venceremos en toda ocasión.

Esa victoria de Jesús fue el preludio de todas sus futuras victorias y de las derrotas del demonio. La final, la más estruendosa, la definitiva, será la que se dará en la Cruz. El demonio se sobaba las manos pretendiendo haber sido el vencedor con la muerte de Cristo. La estrategia fue fabulosa pues estaba establecido que muriendo Jesús en la Cruz, moría el poder del mal, el pecado, la fuerza del demonio. Procurando la muerte de Jesús, Satanás procuró su propia derrota. Y ella quedó sellada absolutamente con la resurrección gloriosa. La derrota sufrida en Adán y Eva fue trocada plenamente en victoria por Jesús. Y esa victoria, aun cuando en ella no hemos tenido concurso ninguno nosotros, se nos apunta a nuestro favor. Es el efecto de la redención. Por uno, ganamos todos: "No hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos". La derrota del demonio no es lograda solo por Jesús. En Jesús todos hemos derrotado el poder del pecado. La muerte de Jesús, que representó la muerte del mal, es la victoria de todos nosotros. "Lo mismo que por un solo delito resultó condena para todos, así también por un acto de justicia resultó justificación y vida para todos. Pues, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos". El poder de Dios, a pesar de haber permitido alguna victoria del demonio, motivado sobre todo por su respeto reverencial a la libertad como don con el que nos ha enriquecido, no permitirá que se pierda aquel por el cual todo existe y que le da sentido a todo lo que Él ha creado. Ese poder, combinado con su amor eterno e infinito por nosotros, nos llena de gozo. Nuestra esperanza es que Dios todopoderoso está a nuestro lado. Y de que su amor no ha disminuido un ápice, a pesar de nuestro pecado. Su amor todopoderoso pasó de amor creador a amor redentor. Y sigue siendo amor. Y sigue estando a nuestro favor. Somos los seres más afortunados de toda la existencia.

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