miércoles, 23 de septiembre de 2020

Vivir la Verdad y la Pobreza nos hace exclusivamente de Jesús

 

Cuando Jesús convoca a los discípulos a seguirlo quiere que en sus corazones exista solo la intención de ser de Él. No quiere que haya nada que perturbe el seguimiento o desvíe su atención hacia otras realidades distintas de Él, de su persona, de su enseñanza o de su acción. En la respuesta de auténtica fidelidad a esta intención del Maestro está el verdadero compromiso que asume quien desea ser real seguidor de Cristo. La obra de Jesús apunta a la restauración del hombre como propiedad de Dios, lo que en la realidad brutal de su pecado quedó destruido, al pretender el hombre ser dueño de sí mismo, con la consecuencia trágica de su debacle, pues con ello pasó de estar a la altísima condición de criatura predilecta, amada y sostenida por el cuidado reverente del Dios creador, comprometido con su bienestar total en la procura de la máxima felicidad posible, a estar a la de una criatura surgida del mismo poder infinito del Creador, pero criatura al fin, que era él mismo, y que no tenía la capacidad de crear una felicidad o un bienestar mayores que el que podía procurarle el mismo Creador que, por añadidura, es todopoderoso. El resultado del cambio que logró el hombre para sí mismo fue realmente desolador. De estar en las manos del Dios todopoderoso, creador y sustentador de todo, movido por un amor infinito que lo llevó a entregarle todo al hombre, pasó a estar en sus propias manos con la sola ventaja de las mismas capacidades que Dios había puesto en su ser, pero que de ningún modo se equiparaban a las infinitas que poseía el Creador, y que por lo tanto solo podrían dar una satisfacción parcial y totalmente agotable y pasajera. En concordancia con la intención primigenia del Señor cuando creó al hombre, que lo llevó a asumir el compromiso de amor de ofrecer para siempre todas las bondades y toda la felicidad posible a su criatura predilecta, la obra de rescate que emprende Jesús apunta a procurar la recuperación de todas esas prerrogativas, no porque el hombre se lo hubiese ganado o se lo mereciera, sino porque era el compromiso que el Padre amoroso había asumido desde el principio. Dios es fiel a su intención, y nunca dejará de cumplir lo que busca. Y si su deseo es que el hombre sea feliz y tenga a su mano todo el bienestar, Él eternamente intentará que eso se cumpla. Y esto, incluso por encima del empeño humano de querer convencerse de que lo podrá lograr sin Dios. La estupidez humana luchará siempre por hacerse presente, una y otra vez, a pesar de que todos los indicios le señalen el absurdo de su pretensión.

La llamada de Jesús busca, entonces, una respuesta de exclusividad en quien lo acepte. Nada debe haber en el corazón del hombre que perturbe esta decisión y esta entrega. Nada debe presentarse como obstáculo al seguimiento fiel y único. El convocado debe demostrar siempre una confianza radical en el Señor que lo llama, poniendo en el deseo de seguirlo y de serle fiel todas sus expectativas, sabiendo que ese seguimiento traerá su compensación y logrará el bienestar y la felicidad que Dios quiere para todos sus hijos. Por eso el atrevimiento de Jesús es realmente llamativo, cuando no solo llama a seguirlo en la radicalidad de una respuesta convencida, sino que da un paso adelante al lanzar el reto de su envío: "Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: 'No lleven nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengan dos túnicas cada uno. Quédense en la casa donde entren, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si alguno no los recibe, al salir de aquel pueblo sacúdanse el polvo de los pies, como testimonio contra ellos'". Jesús entiende que procurarse todas las comodidades para el cumplimento del envío apostólico es signo de una confianza colocada erróneamente más en las propias capacidades o en las cosas que se procuren a sí mismos, que en la providencia amorosa que Él les pueda asegurar. El objetivo de esta actuación de Jesús no es el de que sus seguidores y enviados simplemente la pasen mal, o que tengan necesidades extremas e insalvables, sino que pongan su confianza en donde deben ponerla. Quien los envía no es un irresponsable que quiere que sufran absurdamente. Quien los envía es el mismo Dios que lo creó todo y que creó al hombre para colocarlo en el centro de todo, y se comprometió a procurar para él todos los beneficios y toda la felicidad que surgían de Él. Y ese compromiso está dispuesto a cumplirlo por encima de todo. Por eso, al enviarlos pidiéndoles que no pongan su confianza en lo que ellos mismos se procuren, busca que el hombre se convenza de que todo beneficio viene de Dios y que basta con abandonarse en Él y en su amor para vivir las compensaciones infinitas que con toda seguridad les procurará. Ningún enviado de Jesús ha dejado de recibir las compensaciones que Él promete. Si han pasado por alguna necesidad ha sido en la convicción de que así sirven mejor y son mejor testimonio para aquellos a los que han sido enviados, de modo que se convenzan de que la única realidad absolutamente necesaria es Dios mismo y su amor salvador.

En este caminar procurando siempre evitar todo lo que se pueda presentar como estorbo a la centralidad de Jesús y de su amor, el mismo elegido debe mostrar su conformidad con el estilo de envío de Jesús, colocándose confiadamente en la misma línea que será enriquecedora para su propia experiencia. La compensación será no solo espiritual, al saberse en las manos amorosas y providentes de quien lo ha elegido, sino que también será, como lo han experimentado miles y miles en la historia de la Iglesia, una compensación material, pues no dejará en la indigencia a su enviado a quien le ha prometido la compañía eterna de su providencia. Los grandes santos de la Iglesia, los conocidos y los anónimos, han centrado siempre su atención en el seguimiento radical de Jesús más que en su comodidad o en las compensaciones materiales, convencidos de que éstas últimas vendrán "por añadidura". Por eso, incluso en su disponibilidad radical imploran al mismo Señor que les impida cualquier cosa que pueda perturbar su camino de fidelidad: "Dos cosas te he pedido, no me las niegues antes de morir: aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo:  ¿Quién es el Señor?". Son las dos cosas que debemos tener siempre entre nuestras peticiones y que son las que deben estar en el corazón de todo el que quiere ser fiel en el seguimiento y en el servicio a Dios y a los hermanos: Ser siempre veraces y no vivir ni en la ostentación ni en la miseria. La manera de ser únicamente de Jesús, tal como Él desea que seamos sus seguidores es, en primer lugar, siendo hijos y servidores de la verdad, que en definitiva es Jesús mismo: "Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida"; y la segunda, no permitiendo que nuestro corazón sea secuestrado por la criatura, centrándonos en el poseer más que en el ser. La posesión obsesiva de bienes nos desvía del deseo de ser únicamente del Señor, pues nos hace centrarnos en la obtención de beneficios por encima de la confianza debida al Señor. Cuando empezamos a servir a la criatura, representada en los bienes materiales, permitimos que Jesús sea desplazado de nuestro corazón. Jesús no nos quiere indigentes. Nos quiere pobres, que es muy distinto. La miseria, por ser antievangélica, no es el deseo de Jesús para nadie. Lo que Él quiere es que lo creado no lo desplace del corazón del hombre. En la experiencia de ambas realidades: la verdad y la pobreza, está el resumen perfecto de la fidelidad a Jesús. Y en la base de ambas está el amor, el que sabemos que nos tiene Jesús al llamarnos para ser exclusivamente suyos y para enviarnos a anunciarlo al mundo, y aquel con el que le respondemos nosotros, al saber que solo en Él obtenemos los mayores beneficios y recibiremos la compensación absoluta de sabernos suyos, y que nos llevará a la felicidad de la salvación eterna.

1 comentario:

  1. Jesús dijo yo soy el camino la verdad y la vida, solo él nos llevará a la felicidad y salvación eterna. Amén

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