martes, 22 de septiembre de 2020

Apuntemos a ser sabios como lo fue María

 Mi madre y mis hermanos

Entre los libros que componen las Sagradas Escrituras nos encontramos con un cuerpo que apunta al conocimiento y a la vivencia de las verdades trascendentes, aquellas que se refieren al saber y a las conductas humanas, más concretamente a las que se conectan directamente con las verdades sobre Dios y a la influencia de éstas en la vida del hombre. Nos referimos al cuerpo llamado "Literatura Sapiencial", o más simplemente "Libros Sapienciales". Puede invitar a la confusión el nombre que se les ha dado, por cuanto en las consideraciones más superficiales del término "Sabiduría" se le da a éste una connotación preferente y casi exclusiva al componente intelectual del hombre, refiriéndolo casi de manera única al enriquecimiento del acerbo mental o al bagaje del pensamiento, cuando la verdad es que el abanico que abarca el mismo, particularmente en lo que refiere a la Palabra revelada, es amplísimo pues tiene que ver no solo con lo intelectual o con el mundo de las ideas, sino que aplica para la totalidad de la vida humana, en cuanto ésta trasciende lo simplemente cerebral y se introduce en todo lo que tiene que ver con el conocimiento a la vez que con la puesta en práctica de las verdades en la vida ordinaria. Para la mentalidad escriturística la sabiduría engloba a todo el hombre, sin parcelarlo, y lo hace comprender como un todo irreductible. En nuestra mentalidad occidental se hace muy sencillo poder hacer dicotomía entre el hombre intelectual y el hombre de la acción. En la mentalidad oriental, aquella en la que fue construido todo el conjunto de la literatura bíblica, es imposible hacer una diferenciación entre el pensamiento y la acción, entre la idea y la conducta, entre la sabiduría y la aplicación. El hombre que conoce es el mismo hombre que actúa, por lo que toda idea con la cual se enriquece tiene inmediata aplicación a la vida. El hombre oriental conoce para vivir, obtiene sabiduría para enriquecer toda su vida, por lo que jamás podrá pretender dejar el conocimiento solo en el plano intelectual sin que ello tenga una inmediata repercusión en su conducta. Para nosotros los occidentales esto es más sencillo. Podemos conocer y no aplicar, aun cuando lleguemos a la conclusión de que aquello conocido sea una verdad fundamental. Fácilmente podemos hacer que el mundo de las ideas se quede en el ámbito de lo solo cerebral sin que pase a formar parte de las conductas. Y, por supuesto, podemos llegar a ser traidores de nuestros propios pensamientos, actuando en contra de lo que sabemos es la verdad. Y se llega incluso a cumplir la máxima que proclama prácticamente el obituario de la riqueza del pensamiento verdadero: "Quien no vive como piensa, terminará pensando como vive".

Así, el aprendizaje para la vida del sabio es obtenido no solo de lo que le venga de su fuente original, que puede ser el mismo Dios, sino de todo lo que tiene a su alrededor, comprendiendo de esta manera que la experiencia de los otros puede ser un instrumento adicional que esa misma fuente divina pone a su disposición: "Los planes del diligente traen ganancia, los del atolondrado, indigencia. Tesoros ganados con boca embustera, humo que se disipa y trampa mortal. El malvado se afana en el mal, nunca se apiada del prójimo. Castigas al cínico y aprende el inexperto, pero el sabio aprende oyendo la lección. El honrado observa la casa del malvado y ve cómo se hunde en la desgracia". De este modo, se entiende que el sabio no será solo el que conoce la verdad, sino el que la pone en práctica, constatando incluso el efecto que tiene esa puesta en práctica en la vida de los que están a su alrededor. La verdad, de este modo, no tiene que ver solo con su fuente, sino con su efecto. Será más sabio quien no solo conoce la verdad, sino el que constata su experiencia en los demás y de ello aprende y se enriquece. La sabiduría, en efecto, va más allá de lo intelectual y se erige reinando en la vida entera. Quien se empeña en encerrase en sí mismo, dándole los propios contenidos a su verdad sin atender a la enseñanza que puede obtener de la conducta de los demás, se arriesga a vivir las desgracias que le pueden procurar su falta de atención, y a repetirlas trágicamente. La sabiduría tiene que ver incluso con la inteligencia práctica. Es más inteligente quien enriquece su sabiduría de la experiencia de los demás y no solo de lo que él mismo se procure, aunque sean verdades fundamentales. También lo que viene de la vida de los otros se convierte en fuente de la propia experiencia de sabiduría y de vida. Está claro que cada hombre tiene como tarea la construcción de su propio sistema de pensamiento, y en ese proceso, la obtención de verdades fundamentales que le den forma original, principalmente atendiendo a la fuente primaria que es el mismo Dios, pero es también consecuente con ello lo que Dios coloca en su camino, como lo es la experiencia de los demás, que puede servir para enriquecer la forma que se le vaya dando a ese sistema propio, a riesgo de que, si no lo acepta, pueda estar equivocando el camino y al final sea juzgado como inepto: "El corazón del rey es una acequia que el Señor canaliza adonde quiere. El hombre juzga recto su camino, pero el Señor pesa los corazones. Practicar el derecho y la justicia el Señor lo prefiere a los sacrificios. Ojos altivos, corazón ambicioso; faro de los malvados es el pecado". La soberbia puede ser lo que haga que en el pesaje que haga el Señor el resultado sea la falta de consistencia.

En nuestra experiencia cristiana la riqueza que nos procura la sabiduría que viene de Dios se ha hecho aún más compensadora. No se queda solo en los conocimientos intelectuales que debemos aplicar para demostrar nuestra sapiencia real, tal como lo vivieron los hombres del Antiguo Testamento que, podríamos decir, se quedaban solo en la repercusión de esa vivencia en la vida del día a día de cada uno, y en su idoneidad delante del Dios que era la fuente de toda verdad, sino que apunta a algo más trascendente que va más allá de lo cotidiano, pues se refiere a lo que marca el futuro que no acaba, a la riqueza de la sabiduría vivida como carga que marca la pauta para la eternidad y para la felicidad que en ella se vivirá. No se trata solo de atender a lo que Dios quiere que se viva en la relación con Él y con los hermanos, sino a la repercusión que tendrá para nuestra vida eterna la manera como lo hagamos. De esa manera, ser sabio y vivir la sabiduría se eleva muchísimo más de una simple exigencia para ser justos a un requisito indispensable para obtener la salvación eterna. Por ello, tener contacto con Jesús es más que un simple hacerse cercano a Él. Es ser sabio con Él y por Él y vivir para Él, como lo entendió su Madre María, que se acercaba a Jesús con todo el derecho por ser su Madre, pero más aún, superando lo doméstico, por ser su discípula: "Vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: 'Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte'". María, evidentemente, se acerca a Jesús como Madre, y sus "hermanos", miembros del mismo clan familiar, se acercaban aludiendo al mismo derecho de familia. Pero Ella se acerca también como la que ha aplicado de la mejor manera el criterio de sabiduría vital y transformadora al que hace alusión Jesús en su respuesta: "'Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen'". Si alguien atendió a la Palabra de Dios, si alguien se dejó abarcar por la sabiduría divina y no la dejó solo como una simple riqueza personal e intelectual, al extremo de que esa sabiduría la transformó radical y esencialmente hasta hacerla la Madre de Dios, fue Ella. Tanto se dejó transformar por esa sabiduría divina, que en su vientre "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros", transformando no solo su vida, sino la vida de todos los hombres. María escuchó de manera tan diáfana esa Palabra de Dios y la cumplió tan radicalmente, que la encarnó en su vientre y la dio al mundo. Ella es la verdadera sabia, la que nos enseña la manera de serlo también nosotros, y de cómo hacer vida esa sabiduría. Esa es la verdadera sabiduría: La de María, que la escuchó y la hizo suya hasta vivir solo para ella, y que nos la trajo a cada uno con su Sí de amor.

3 comentarios:

  1. Padre Santo, señálanos el camino que debemos seguir en este día para hacerte presente en este mundo😊

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  2. Padre amado, enseñame a internalizar tu palabra,para seguir el ejemplo de Maria,quien sabia y humildemente la aceptó y cumplió con la misión que le encomendaste, de guiar a Jesús en su camino como Redentor.

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  3. Esta visto que Jesús nos enseño a travez de Maria,a escuchar la palabra de Dios cuando nos dice que hay algo más importante que la sangre. Además de pertenecer a una familia,su madre fue la primera en la Anunciación de decir sí al proyecto del Padre y en acoger y escuchar su palabra.

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