lunes, 14 de septiembre de 2020

Llegar al gozo pleno, exige nuestro compromiso para alcanzarlo

 El Hijo del hombre será elevado | | Radio María Costa Rica

Los binomios oscuridad-luz, abismo-altura, derrota-triunfo, muerte-vida, dan la pauta para una correcta comprensión del itinerario en la fe. Aun cuando la meta será invariablemente luminosa, el camino presentará escollos insalvables, incluso necesarios, para que la llegada al punto final sea triunfante, gozosa, bien valorada. Lo que no exige un esfuerzo personal no producirá el gozo de poseerlo. Solo se valora justamente lo que ha costado, lo que ha implicado entrega y exigencia, lo que ha necesitado de la aplicación de las mejores energías. El profesional valora más el ejercicio de su profesión cuando más le ha costado su proceso de formación, sus estudios, las veladas interminables de repaso de libros y de apuntes. Si el título de su especialidad se lo gana en una rifa, no será jamás un buen profesional, pondrá en riesgo a todas las personas que deberían ser beneficiadas por sus labores, y finalmente no sentirá ni el gozo de su título ni el compromiso con la tarea que debe desarrollar. Solo el que alcanza la meta después de un esfuerzo titánico que le ha exigido día tras día una responsabilidad creciente, cada vez mayor, que le ha costado sudores y desvelos, que lo ha llamado a una actualización cada vez más consciente y urgente en lo propio de su campo, sentirá el orgullo sano del objetivo alcanzado y lo valorará en su justa dimensión, pues solo él sabrá todo lo que ha costado haber llegado. Es el compromiso que se espera de todos los que asumen una responsabilidad, no porque simplemente la deben asumir como tal, sino porque la misma sociedad los ha considerado aptos, luego de un itinerario exigente de formación, para ejercer dicha responsabilidad. Al fin y al cabo es un compromiso social, por cuanto todo ejercicio profesional tiene una componente comunitaria que jamás puede ser dejada a un lado. La llegada a la meta, en efecto, no debe ser considerada solo un éxito personal, sino como lo es en realidad, un éxito de la sociedad, pues ha ganado un nuevo servidor. El gozo de quien alcanza la meta, además de servir para su sano orgullo, debe servir también para saberse deudor de un mundo que espera de sus buenos oficios. Todo esto se enmarca en esos binomios que se señalaban arriba. Ahora bien, si esto es una realidad en la vida cotidiana, lo es de igual manera y con la misma importancia, en la vida de la fe. La llegada a la meta de la felicidad plena, que es el estado al que se nos promete llegar a todos los seguidores de Cristo, no será después de seguir un sendero en el que falte la exigencia y el esfuerzo. Y al igual que la meta humana profesional, solo llenará de gozo si se han sabido enfrentar y sortear todas las exigencias que se presenten, avanzando cada vez más en el camino, hasta poder decir que se ha llegado a la meta y la alegría plena se haga presente. Entonces todo mutará en la felicidad añorada.

Cuando la exigencia personal no se asume como parte integrante del camino de avance en la fe, y se espera que todo sea solo donación, se estará pensando que en ese caminar se tienen solo derechos y que no existen los deberes. Se caerá en la injusticia de pensar que solo Dios debe hacer el esfuerzo en su providencia, sin que nosotros sintamos el compromiso de la exigencia personal. Se tildará a Dios de mal intencionado, cuando vemos que nos ha "lanzado" al mundo y que su favor no actúa cada segundo enfrentando las dificultades que se nos presenten y resolviendo todos nuestros problemas, cuando en realidad Dios ha sido ya providente en medio de ellas, dándonos la capacidad intelectual y corporal para que podamos discernir una solución en cada caso y ponerla en práctica. Es la tentación en la que cayó Israel, después de que Dios mostró su amor y su poder a su favor al liberarlo de la esclavitud en Egipto y lo hizo encaminarse por el desierto para conducirlo finalmente a la tierra prometida, "tierra que manaba leche y miel", en la que viviría la plenitud de la felicidad: "El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés: '¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia'". Dios había hecho perfectamente su parte, por cuanto había usado de su poder en contra de Egipto, les había anunciado el regalo generoso de la tierra prometida y esperaba la respuesta confiada y comprometida del pueblo que tendría que haber estado dispuesto a realizar la parte que le correspondía en el pacto de liberación. Pero, en cambio, recibía solo reprobación y exigencias, y una ausencia total de compromiso personal en la asunción de la responsabilidad que debía ser asumida. De tal manera que, para que al pueblo le quedara bien claro cómo era la dinámica del acuerdo -"Ustedes serán mi pueblo y Yo seré su Dios"-, tuvo que usar del escarmiento necesario para que el pueblo reaccionara: "El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: 'Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes'". Si no querían entenderlo por las buenas, tenían que entenderlo por las malas. El camino hacia la tierra prometida debía ser exigente, debía costar, para que la entrada en ella fuera un verdadero momento de gozo y de alegría por la esperanza cumplida, más plenificante porque costó el esfuerzo personal a cada uno.

Cuando el pueblo asume su parte, Dios asume de nuevo, desde su compromiso de amor, la conducción y el liderazgo que espera una buena disposición de seguimiento de los súbditos: "Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: 'Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla'. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida". Seguía Dios comprometido con el pueblo y llegaba a hacer incluso los portentos necesarios para que pudiera avanzar en su itinerario. Y de la misma manera actúa Jesús: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna". Él asume que cada seguidor fiel deberá también pasar por el binomio muerte-vida que es componente esencial del itinerario que desembocará en la plenitud de la felicidad. Él mismo sufrió el dolor y la humillación de la muerte en esa Cruz que contemplamos como altar de entrega final, que significó para Él el dolor mayor, para poder luego alcanzar el gozo pleno de la resurrección y de la ascensión a los cielos para la recuperación de su gloria natural. Así deberá ser asumido el mismo itinerario por parte de los cristianos. Mientras no lo hagamos nos consideraremos, como Israel, con todos los derechos pero con ningún deber, y acusaremos al mismísimo Dios de ser malo, pues no nos da todo lo que necesitamos para llegar sin obstáculos a la tierra prometida, que es el cielo en el que estaremos viviendo solo la felicidad y el amor que nunca se acaban. Estaremos empeñándonos en no emprender una ruta de valoración real de lo que Dios pone en nuestras manos, con el riesgo de que al llegar a la meta lo que nos invada sea una sensación de vaciedad, de absurdo, de expectativa no cumplida, pues al no habernos costado nada no la valoraremos en su verdadero valor infinito. Es el riesgo que corren los que se ubican en el pensamiento de que el cielo será la llegada del momento de no hacer nada, por lo cual allí se vivirá solo un aburrimiento interminable. Lo cierto es que poner nuestro mejor empeño y hacer el mayor esfuerzo nos asegura, en primer lugar, la vivencia de una expectativa creciente por alcanzar esa felicidad inmutable, y en segundo lugar, la llegada gozosa a esa realidad en la que estaremos viviendo en la plenitud del amor y de la felicidad que no nos podemos siquiera imaginar, por lo cual estaremos en la absoluta compensación de la vida eternamente nueva: "Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios". Por ello, debemos asumir hoy esa parte del binomio: oscuridad, abismo, derrota, muerte, con esperanza y responsabilidad, para luego poder disfrutar de la otra parte: luz, elevación, victoria, vida, a la que estamos llamados y en la que viviremos eternamente.

3 comentarios:

  1. Deseamos profundamente mejorar nuestro estiló de vida, para ser testigo de tu amor 💓

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  2. Hemos de saber, que Dios mandó su hijo al mundo no a juzgar, sino para que el mundo se salve por él,para que desde su amor infinito las personas que afrontan situaciones duras en su vida sientan la compañía y cercanía del Señor. Te pido Señor, que en esas circunstancias también yo sepa encontrarte.

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  3. Hemos de saber, que Dios mandó su hijo al mundo no a juzgar, sino para que el mundo se salve por él,para que desde su amor infinito las personas que afrontan situaciones duras en su vida sientan la compañía y cercanía del Señor. Te pido Señor, que en esas circunstancias también yo sepa encontrarte.

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