sábado, 26 de septiembre de 2020

Niños y jóvenes para recibir. Adultos para entregar y donarnos, como Jesús

 El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres | Radio  Pentecostés RD

La vida de los hombres tiene etapas muy bien marcadas. Fue así diseñada por el Creador seguramente con la intención de que pudiéramos tener diversas experiencias en ella, de modo que a medida que íbamos viviéndolas y superándolas las fuéramos también saboreando, extrayendo de ellas todas las riquezas y todos los beneficios que podían darnos. Por ello ese avance no lo podemos entender como un simple vegetar o un proceso puramente natural que vivimos inconscientemente y sin ninguna finalidad positiva. Si, como nos ha dicho el Qohélet, hay tiempo para todo, también lo hay para caer en la cuenta de que además de todo lo que nos viene como beneficio de las manos providentes de Dios, existen muchas cosas que vendrán en nuestro bien cuando nos las procuremos nosotros mismos, en el uso de las capacidades de inteligencia y voluntad que nuestro Dios nos ha regalado. Cuando estamos en la etapa temprana de nuestra vida, en la niñez y la juventud, hay un natural "egoísmo" que se manifiesta sobretodo en la continua disposición de recepción. Los niños y los jóvenes son los grandes "receptores" del mundo, pues su vida está allí puesta para ser como grandes aspiradoras que van acumulando beneficios. Es natural que esta etapa sea la del gran aprendizaje por cuanto descubren en ella la ingente cantidad de riquezas que les va ofreciendo la vida, a través de lo que Dios les va aportando y lo que le aportan también todos los que se encuentran a su alrededor, sobre todo aquellos más cercanos y que tienen responsabilidades directas con ellos, como lo son sus padres, a los que Dios mismo encarga de esa tarea. Nadie nace teniendo los conocimientos necesarios para vivir. Todos somos tomados amorosamente de la mano por los nuestros para ser conducidos paso a paso por ese aprendizaje. Unos tenemos más fortuna con los que nos han tocado como educadores, otros la tienen menos. Pero de alguna manera todos tenemos esos ayas que nos han servido de guía. La providencia divina se ha encargado de ello. Es una etapa que debemos saber aprovechar al máximo, aun cuando no tengamos todavía totalmente desarrollado el sentido de la responsabilidad personal: "Disfruta mientras eres muchacho y pásalo bien en la juventud; déjate llevar del corazón y de lo que te recrea la vista; pero sábete que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo. Rechaza las penas del corazón y rehúye los dolores del cuerpo: adolescencia y juventud son efímeras. Acuérdate de tu Creador en tus años mozos, antes de que lleguen los días aciagos". La ausencia de gravedad en la responsabilidad no es excusa para avanzar en la inconsciencia.

Cuando es superada esta etapa primera de la niñez y la juventud, se crece la vida con la etapa de la adultez. Es el paso firme de la etapa de la sola recepción a la de la entrega. El adulto es la persona que sabe que no puede vivir ya en la sola contemplación de lo que recibe para vivir en un continuo disfrute, sino que debe dar un paso hacia adelante para compartir. Aquel "egoísmo" natural que se vivió en la etapa previa, debe dar paso a la madurez y a la responsabilidad de hacer del mundo a su alrededor un lugar mejor para todos. No tiene sentido el adulto que solo espera. Si en algo debe destacar esta persona que ha crecido en su conciencia vital es en la claridad de su responsabilidad ante el mundo en el que vive. Ya no está solo para seguir recibiendo, sino que ha llegado el momento de dar y de entregarse a sí mismo. Aún así, el adulto no debe entenderse como aquel que ha perdido la juventud. Si algo tiene atractivo la vida es que no quema las etapas, sino que las acumula y las enriquece, dándole a cada una su lugar y su sentido. El adulto sigue recibiendo, como el niño y el joven, pero ya no con la conciencia egoísta de acumulación de bienes, sino con la responsabilidad asumida de la entrega y de la donación. El adulto sigue recibiendo dones, gracias y bendiciones, pero sabe muy bien que a su nivel ello lo recibe para darlo. Es una mentalidad que debe ir haciéndose más clara a medida que se avanza en la vida y que debe superar los obstáculos que seguramente la misma vida y los diversos actores que hay en ella, le irán colocando en el camino. El primero de todos, el que nosotros mismos podremos poner, por cuanto nos sentiremos en ocasiones constreñidos a no actuar, empujados a seguir viviendo en el egoísmo, impedidos en nuestro deseo de ser y de actuar mejor, invitados a no abandonar nuestra vanidad o nuestra soberbia. Evidentemente quien se deja embaucar de esa manera no podrá nunca actuar como debe, donándose y entregándose al bien. La adultez será la etapa en cuyo avance "temblarán los guardianes de la casa, y los valientes se encorvarán; las que muelen serán pocas y se pararán; los que miran por las ventanas se ofuscarán; las puertas de la calle se cerrarán y el ruido del molino será solo un eco; se debilitará el canto de los pájaros, las canciones se irán apagando; darán miedo las alturas y en las calles rondarán los terrores; cuando florezca el almendro y se arrastre la langosta y sea ineficaz la alcaparra; porque el hombre va a la morada de su eternidad y el cortejo fúnebre recorre las calles. Antes de que se rompa el hilo de plata y se destroce la copa de oro, y se quiebre el cántaro en la fuente y se raje la polea del pozo, y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva al Dios que lo dio". Por ello hay que estar sólidos en la conciencia de lo que ella significa para no dejar de hacer lo que haya que hacer.

Nuestro Salvador, Jesús, al asumir la condición humana para redimir a la humanidad desde dentro de la misma naturaleza, no solo asumió la carne que correspondía, sino todo lo que era atinente a ella. Pasó por la etapa de la recepción, es decir, de la niñez y la juventud. Las vivió también recibiendo: madre, padre, amigos, educación, formación. Evidentemente, en esta etapa le correspondió vivir lo que vive cualquier otro, pues "siendo de condición divina, se despojó de su rango, pasando por uno de tantos". Recibió ese bagaje humano que fue fundamental para el cumplimiento de su misión de salvación. Y así, habiendo superado esa etapa de recepción, pasó a la adultez, sin dejar de vivir lo que todos vivían naturalmente en la continua recepción de bienes, ya adoptados como las riquezas de adultez que debía también compartir: el seguimiento de muchos, la respuesta de los apóstoles, la admiración de la gente. Y en su proceso humano llegó el momento de su entrega. "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo". Para Jesús el compartir fue radical, sin medias tintas. Ello le exigió una entrega total, que Él asumió con toda la madurez del adulto que era: "En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: 'Métanse bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres'". Él había asumido todo lo que le exigía el ser un hombre más, como aquellos a los que venía a redimir, al extremo de que su etapa de adultez la asumía con la marca de la donación y de la entrega total, como a nadie más le era exigida. Su entrega era absolutamente necesaria para satisfacer su misión. Por eso, también responsablemente se lo anuncia a sus discípulos, para que nada de lo que va a suceder les tome por sorpresa. "Ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto", pues a ninguno de ellos su experiencia humana les llegaba a exigir hasta ese momento tal radicalidad. Jesús sabía, y lo asumía así, que a Él sí se lo exigía. Su nivel de entrega era el máximo, pues tenía que entregar todo lo humano que poseía, hasta su propia vida y lo que eso significaba, la entrega de su cuerpo a la muerte y el derramamiento de su sangre. Pero era el precio que Él mismo había asumido al aceptar la encomienda del Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Era un paso contemplado en la tarea que debía cumplir, pero con la conciencia de que esa entrega era un rescate necesario de pagar, aun cuando Él tendrá de nuevo esa vida: "Yo entrego mi vida para recuperarla". Jesús cubrió todas las etapas humanas. Y con ello cumplió perfectamente su misión. Pasó por la etapa de recepción y culminó con la etapa de entrega. Total y radicalmente. Así pudo decir al Padre: "Todo está cumplido ... En tus manos encomiendo mi espíritu". El hombre Jesús, el que cubrió todas las etapas humanas, era la segunda persona de la Trinidad. Por eso todo lo que recibió y todo lo que entregó es nuestra salvación: "Yo doy mi vida para la vida del mundo". Ese hombre Jesús, que es Dios, en su entrega, nos gana de nuevo para Dios.

1 comentario:

  1. Buenos días que sabías sus palabras realmente el espíritu Santo obra maravillas en esas etapas de la vida aprendemos el hágase de María, en la adultez realmente entendemos el porqué vivimos tantas variantes solo con la ayuda de Dios comprendemos que la vida es un regalo de Dios y contra más pasa el tiempo más la valoramos. Dios lo bendiga

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