miércoles, 18 de diciembre de 2019

Prefiero el bien mayor que me ofreces al bien mío

Resultado de imagen de jose, no temas acoger a maria tu mujer

Ser cada vez mejor cristiano no significa disminuir en humanidad o ir abandonando los rasgos que nos definen como hombres. La humanidad, al surgir de las manos de Creador, es esencialmente buena. Al punto de que la misma creación, cuando en ella aparece el hombre, alcanzó su zenit absoluto. La expresión que resume la calidad de lo creado, después de que surgió el hombre de las manos del Dios todopoderoso, punto culminante de todo ese esfuerzo divino y razón última de la existencia de todo lo creado, es: "Dios vio que todo era muy bueno". Un desarrollo de dicha afirmación y una traducción libre puede hacernos decir lo siguiente: "Hasta el quinto día todo era bueno. Todo iba según lo planeado por el Creador. Pero en el sexto día, cuando Dios crea al hombre, la creación alcanza su punto culminante, pues ya estaba en ella quien era su razón última, la criatura para quien todo había sido creado, aquel que es el único ser al cual Dios ama por sí mismo y que es la razón del amor de Dios hacia todos los demás seres de la creación, pues si Dios los ama a ellos, los ama en cuanto sirven al hombre. Por ello, todo era ya muy bueno". Es el superlativo de la bondad. Es la plenitud que Dios había querido. En ese hombre original brillan las cualidades divinas, las que el mismo Dios había impreso en él, por ser hecho a su "imagen y semejanza". No hay en Dios ninguna sombra contra su bondad esencial, la que lo identifica plenamente. Por ello, en el hombre original, surgido de esas manos amorosas, tampoco lo hay. El hombre original es radicalmente bueno. Nuestra llamada a ser mejores cristianos es una llamada a ser cada vez más como aquel hombre original, creado de nuevo en el amor redentor de Jesús y puesto otra vez en el lugar puro y elevado en el que se encontraba en su origen. Así, en consecuencia, ser cada vez más cristiano es ser cada vez más humano, desarraigando de nosotros las manchas que en nuestra rebeldía fuimos añadiendo por el pecado y la soberbia. Quien pretenda ser cristiano dejando a un lado su naturaleza, su humanidad, lo que busca es su desnaturalización. Podrá llegar a ser algo distinto, pero nunca cristiano, pues el cristiano reclama al humano, no renuncia a él. El buen cristiano se construye sobre el buen humano.

Esta naturaleza humana surge siempre espontánea. Cuando es signo de querer ser mejores, de reclamar razonablemente el bien, de un debate interno y responsable en las decisiones que se deben tomar, es alabada por Dios. Y cuando ella, con la mejor de las intenciones y motivada por el bien, puede tomar caminos desviados, Dios mismo entra en acción y procura incluso portentosamente que su iluminación divina ayude a no equivocar el camino. No anula ni el discernimiento ni la voluntad humanos, sino que los corrige para que sean los ideales. Evidentemente, permitir esa acción divina exige en el hombre una actitud de humildad y obediencia necesarias, que serían un ejemplo claro de esa humanidad llevada con bonhomía. Un caso ejemplar es el de José ante el acontecimiento de la encarnación del Verbo eterno en el vientre de su mujer, María. Su reacción es la natural de cualquiera que se hubiera encontrado en la misma situación. "María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo". Para un  prometido, el hecho de que su futura esposa hubiera llegado a esto, era un golpe mortal. Pero aquella bondad de su naturaleza humana no lo llevó a buscar la aplicación brutal de la ley, sino que procuró ahorrarle a María lo que de fatal hubiera podido tener: "José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado". Hacerlo de otra manera hubiera significado quizás hasta la muerte de su amada. Esa naturaleza humana buena y pura de José salió a relucir. Por ello, Dios mismo entra en juego e ilumina una situación que podía ser incomprendida humanamente. La iluminación divina se hizo necesaria en el punto más álgido. "Un ángel del Señor ... le dijo: 'José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados'". Lo humano de José surgió espontánea y razonablemente. Y en el riesgo de ser equivocado, surgió portentosamente también la iluminación divina que ayudó a echar luces sobre una situación equívoca. Por ello, humilde y obediente ante la luz que le daba el Señor, "cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer".

Esta historia representa para nosotros una llamada también a la confianza en Dios, a la humildad y a la obediencia. En muchísimas ocasiones, motivados por la mejor de las intenciones y dejándonos llevar quizás por lo más puro y bueno de nuestra misma naturaleza humana, tendremos que ser valientes en la renuncia a lo que consideramos bueno, pues Dios nos puede mostrar un camino aún mejor. No siempre lo es lo que nosotros consideramos como tal. Es siempre mejor lo que Dios nos propone. Es el caso de José, pues se inscribe en la grandiosidad de la noticia de la salvación de la humanidad, un hecho personal que es transcendido infinitamente por el beneficio mayor de la nueva creación. A José se le invitó a ser más humano para ser verdaderamente mejor cristiano. Es la invitación que nos hace Dios a cada uno de nosotros. No quedarnos en la añoranza de un bien personal, aquel que nos pueda enriquecer solo individualmente y al que quizás podamos tener tenemos derecho, sino apuntar al bien de todos, al bien universal. Más aún cuando se refiere a algo tan maravilloso como la salvación de los hermanos. "Miren que llegan días —oráculo del Señor— en que daré a David un vástago legítimo: reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y le pondrán este nombre: 'El-Señor-nuestra-justicia'". En este caminar nos debemos anotar todos. Ser cada uno socios de la acción divina en favor de la redención. Ser más humanos para ser más cristianos, ejerciendo al máximo nuestras virtudes humanas, principalmente la docilidad ante el Dios del amor, con humildad y la más disponible de las obediencias.

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