viernes, 13 de diciembre de 2019

No quiero vivir frustrado. Me decido a seguirte, Jesús

Resultado de imagen de hemos tocado la flauta y no habeis bailado

Los hombres muchas veces demostramos ser expertos en dejar las cosas para después. No aprovechamos el momento ideal para la toma de decisiones, sino que lo vamos dejando pasar una y otra vez, hasta que llega el momento en que cualquier decisión o toma de posición es imposible o absurda. La perplejidad ante algunas cosas que llegan a ser incluso esenciales o al menos muy importantes, llega a afectarnos de tal manera, que marcan nuestra vida y le dan un color sombrío a nuestra existencia. Podríamos afirmar que en aquella falta de decisión que hayamos tenido puede llegar la aparición de una frustración fatal que llega incluso a anular la ilusión de seguir adelante con la construcción de la propia vida. No podemos negar que hay decisiones que no se pueden tomar a la ligera, pues necesitan de un debate interno, de un discernimiento serio, incluso que pueden requerir consultas con quienes puedan ayudar a iluminar el camino a tomar. Ello, no obstante, no implica estaticismo o perplejidad. En todo caso sería signo de querer tomar en la justa medida la responsabilidad del futuro por cuanto finalmente se llegaría a tomar una decisión. Sean buenos o malos los resultados, queda la satisfacción de haber tomado partido, de haber decidido, de haber asido con firmeza el timón de la propia vida. Por el contrario, no moverse a tomar un camino por el cual optar va creando en el hombre una sensación de frustración que va ensombreciendo el panorama de la propia vida. Echar la vista atrás y percatarse de la perplejidad en la cual se ha vivido, hace aparecer la frustración por no haber dicho algo a tiempo, por no haber disfrutado cuando se pudo, por no haber aprovechado una ventaja que se tenía, por no haber logrado más fácilmente alguna meta que estaba a la mano. Se trata de "aprovechar el momento" y no dejar pasar la ocasión. Es decidirse en ese "instante fugaz" en el que se debía tomar una decisión, pues tomarla más tarde sería absurdo.

Si esto es una realidad acuciante en la vida cotidiana, en medio de las obligaciones rutinarias de la vida humana, lo es aún más seriamente en lo que se refiere a nuestra vida espiritual. San Agustín lo describía perfectamente con esa frase que invita a estar vigilante al paso de Jesús en nuestra vida: "Temo que Jesús pase y que no vuelva". El paso de Jesucristo, con toda su carga de amor, de salvación, de novedad, es una realidad que viviremos todos, tarde o temprano. Ante Él, ante su paso por nuestra vida, tendremos que tomar una decisión. O lo seguimos o no. O nos dejamos renovar o no. O lo hacemos nuestro Salvador o lo dejamos fuera de nuestra vida. Es necesario tomar una decisión cuando Él pase. Y no vale dejarlo para después, pues no sabremos si tendremos otra oportunidad. Hay que aprovechar ese "instante fugaz". En este sentido, nuestra perplejidad puede ser un arma mortal en nuestra contra, por cuanto puede llegar a frustrar todo un futuro de eternidad feliz en la presencia de nuestro Dios. Al contrario, tomar una decisión a tiempo puede ser para nosotros el momento glorioso en que optamos por llegar a vivir la felicidad absoluta, tan grande que no tenemos ni siquiera idea de su magnitud y de la compensación que viviremos en ella. Y, por supuesto, hacerlo en su momento colorea la vida desde el ahora y el aquí que estemos viviendo. Todo se torna suave y dulce, por cuanto se tiene un norte marcado. No hay sensación de mayor plenitud que cuando se está haciendo lo que se debe hacer y se ponen todos los esfuerzos en función de avanzar en ese camino. Se crean así lazos más sólidos de fraternidad, vida comunitaria con mayor sentido y responsabilidad, compromisos firmes por lograr un mundo mejor alrededor de sí, solicitud por las necesidades y las carencias de los hermanos. La sensación de plenitud que se experimenta nos lanza a desear y procurar que todos tengan la misma experiencia.

Por ello, Jesús pone esta parábola tan simpática y tan significativa a sus oyentes. Para no experimentar la frustración en la propia vida, pone sobre aviso acerca de la necesidad de tomar decisiones, de optar: "¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: 'Hemos tocado la flauta, y no han bailado; hemos entonado lamentaciones, y no han llorado'". Jesús nos invita a no ser simples espectadores de la vida, sino a que seamos actores, que tomemos partido, que nos mojemos asumiendo decisiones y consecuencias. Más aún, cuando las decisiones serán siempre a favor de nosotros mismos pues implican nuestra salvación y nuestra felicidad. Colocar en una balanza los beneficios y los perjuicios, y en atención a ellos, decidir. Que esa toma de decisiones no se quede en una perplejidad destructiva que llegue a producir una frustración fatal: "Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir. Si hubieras atendido a mis mandatos, tu bienestar sería como un río, tu justicia como las olas del mar, tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido aniquilado, ni eliminado de mi presencia". No es este el camino marcado por Dios para nosotros. El que ha sido puesto a nuestra disposición es el camino de la plenitud, es el camino de la felicidad y del bienestar plenos, el de nuestra realización. Para nosotros Jesús no quiere nada a medias. Tomar la decisión de seguirlo implica para nosotros una novedad absoluta de vida que nos llevará a la plena luminosidad en su presencia. Decidirse a seguirlo, cuando pase delante de nosotros, es lo mejor que podremos hacer.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario