miércoles, 11 de diciembre de 2019

Conocerte mejor para amarte cada vez más

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Intentar el conocimiento de Dios es una tarea que no debemos dejar de lado sus criaturas. Para poder amarlo mejor, debemos conocerlo cada vez más. Sin duda, es una tarea compleja, por cuanto ciertamente Dios escapa a toda posibilidad absoluta de conocimiento. Su misterio es en sí mismo intangible e inabarcable. Mantendrá eternamente su total trascendencia y estará siempre más allá de los confines a los cuales la mente humana podrá llegar. Pretender conocerlo perfectamente es intentar una empresa imposible. Eso implicaría el que podríamos llegar a poseerlo de tal manera, que podríamos manipularlo y tenerlo a nuestro arbitrio. Y esto es, de todas las maneras, imposible. No han faltado en la historia estos intentos, los de los que pretenden dominar a Dios por el supuesto conocimiento de su intimidad, con un consecuente dominio de su esencia, mediante la brujería, el espiritismo, la hechicería, el esoterismo, el gnosticismo, con sus nuevas expresiones modernas en la ideología de la nueva era. Todos nadan en aguas turbias y quieren hacernos creer fraudulentamente que han llegado a esas alturas. El misterio de Dios se mantiene y se mantendrá siempre en la penumbra, y solo en Jesús se dará su revelación total. "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Aún así, en Dios se da la combinación perfecta de trascendencia y amor, de eternidad y condescendencia, de infinitud y cercanía. Por un expreso deseo suyo, en su generosidad providencial, ha dado a todos la posibilidad de tener un conocimiento, en primer lugar, natural de lo que es. "Lo que Él es y que no podemos ver ha pasado a ser visible gracias a la creación del universo, y por sus obras captamos algo de su eternidad, de su poder y de su divinidad". La capacidad que Él mismo ha puesto en nosotros nos ha acercado la posibilidad de escrutar, aunque imperfectamente, en su ser.

Aún así, siendo un hecho que es posible acercarnos al umbral de lo que es su identidad, ella se mantiene siempre en lo misterioso. Y Él mismo lo advierte: "'¿Con quién podrán ustedes compararme, quién es semejante a mi?', dice el Santo. Alcen los ojos a lo alto y miren: ¿quién creó esto? Es Él, que despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre". No existe en nosotros la posibilidad propia de llegar al conocimiento pleno de lo que Él es. Ante la presencia del Dios glorioso solo podemos tener una actitud de sobrecogimiento que nos abruma y que nos lleva a la sola admiración: "¡Ay de mí! Porque perdido estoy, Pues soy hombre de labios inmundos Y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, Porque mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos". La visión clara de Dios produce en nosotros la certeza de estar en su presencia definitiva, que solo se dará al final de nuestros días. Ver a Dios en su plenitud, en todo su esplendor, solo se dará cuando ya estemos eternamente delante de Él. "Ahora vemos como por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido". Para quien añora estar en Dios, esta será la meta anhelada. Conocer como se es conocido, amar como se es amado, entregarse como Él se ha entregado. Es la meta, a la cual deseamos llegar, pues añoramos la felicidad eterna que ella implica.

Pero Dios es un Dios condescendiente. No ha querido que nuestro conocimiento actual se quede solo en el plano del intelecto o de lo racional. Sabe muy bien, porque hemos surgido de sus manos amorosas, que somos seres racionales y afectivos. Que nuestros conocimientos pasan no solo por nuestras ideas, sino que tienen parte esencial en nuestras actitudes y conductas. Que somos mente y corazón. Que el corazón tiene las razones que nuestra inteligencia no termina de comprender, y que en ocasiones son incluso más atractivas, pues dejan el terreno de la sequedad y pasan al terreno de la fruición. Por eso se hace cercano y encontradizo, se deja "tocar", se hace uno más de nosotros, viene a amarnos con corazón ya no solo divino, sino con corazón humano. Ya no espera que vayamos a Él, sino que viene a nosotros y se ofrece para dejarnos sentir todo su amor. Él sabe muy bien que el mejor conocimiento que podemos tener de Él es en la experiencia del amor. Quien siente el amor de Dios y le responde con amor, entra en el mejor terreno de su conocimiento. Quien ama y es amado, conoce y es conocido perfectamente, pues el amor es el sentimiento más puro y noble que poseemos y que descubre mi mejor y más profunda identidad. Jesús me tiende la mano hacia el amor. Me invita a dejarme en sus manos para sentirme amado y para que le responda con amor: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Es el camino que Él mismo me abre. Mi meta no es solo saber quién es Dios, sino sentirlo en lo más profundo de mi ser, para conocerlo realmente en su identidad más profunda, viviendo la experiencia más sublime que puede experimentar cualquier ser humano: El amor de Dios que lo llena todo, que lo abarca todo y que le da sentido a cualquier existencia.

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