jueves, 19 de diciembre de 2019

Actúas con el mismo amor en lo ordinario y en lo extraordinario

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Las acciones de Dios en la historia humana son continuas. Es natural que así sea pues Él es el Creador, la razón última de la existencia de todas las cosas, el sustentador de todo, quien provee de todos los beneficios y de todo lo necesario para la existencia cotidiana del hombre y de todos los seres surgidos de su mano poderosa. Si Dios dejara de tener presente en su mente y en su corazón lo que Él mismo ha creado, todo desaparecería instantáneamente. Todo se mantiene en la existencia porque sigue estando en la mente y en el corazón del Dios creador y sustentador. Así, vemos a Dios como un verdadero obrero, como un artesano. Desde el primer instante en que se inicia la obra creadora, lo vemos planificando, ordenando, proyectando. A todo le va dando un orden único y exclusivo. A todo le va dando un fin y un objetivo concretos bajo los cuales debe desarrollar su existencia. Todo va teniendo su propia hoja de ruta según la cual deben estar imperadas las razones de su existencia y de la que nunca podrá desprenderse, por cuanto significaría el fin de la razón de su existir. Por ejemplo, si el sol dejara de brillar todos los días, si no marcara en su periplo el principio y el fin del día o de las estaciones, si no sirviera junto a la luna para marcar las pautas para las siembras y las cosechas, ya no tendría ninguna razón de ser. Solo esa "programación" natural que Dios ha impreso en la existencia de cada uno de los seres surgidos de su mano, sirve para concluir que Él es el sustento imprescindible y necesario, sin el cual nada tiene razón de existir, y que de no estar siempre presente en Dios, desaparecería inexorablemente. Y en el momento de la creación del hombre, Dios ya no solo es el que da la orden majestuosa de su existencia, sino que llega a hacerse el alfarero que toma en sus manos el barro noble del cual surgirá su criatura predilecta, con lo cual denota la superioridad que alcanza el sentido de la existencia de la raza humana sobre todo lo creado previamente.

Las acciones de Dios, todas ellas, sin dejar ni una sola por fuera, son realizadas para el bienestar del hombre. Sean ellas ordinarias, cotidianas, naturales, respuestas de la providencia divina y de la hoja de ruta natural impresa por Dios en todos los seres de la creación; o sean maravillosas, portentosas, superadoras del orden natural; todas, sin excepción, apuntan al bienestar de la humanidad. Ninguna acción de Dios es neutral. La gracia de Dios actúa en lo cotidiano y en lo maravilloso. Dios actúa en la periodicidad de la sucesión del día y de la noche, en el surgimiento del oxígeno que fabrica generosa la planta para la respiración de todos los seres vivientes, en el transcurrir pacífico o torrentoso de las aguas de los ríos, en la lucha por la vida de todos los animales, en la acción callada y silenciosa de los insectos que posibilitan procesos que resultan tan esenciales para el sostenimiento de nuestra vida que ni siquiera podemos imaginarnos... Sigue actuando en la obra que realiza el obrero que presta su esfuerzo para que aquello que hace tenga una repercusión social inobjetable, cuando trabaja para que llegue la electricidad a nuestros hogares, cuando se esfuerza para que de las tuberías de nuestros hogares surja generosa el agua para nuestro sustento, cuando trabaja en las noches y madrugadas interminables para que tengamos el diario que nos trae las noticias... Todo está sondeado por esa presencia amorosa y providente del Dios que nos ha hecho existir y que se sigue preocupando de nosotros hasta en lo más sencillo y cotidiano. Y cuando es necesario actuar maravillosamente, no duda en hacerlo, como en el caso de Abraham, sostenido en su salida hacia la tierra prometida; en el caso de Noé, salvado con su familia y sus animales de las aguas del diluvio; en el caso de Moisés, apoyado por su poder infinito para la liberación de la esclavitud de Israel en Egipto; en el caso de las acciones portentosas realizadas por los profetas para sustentar con la autoridad divina sus palabras... Y, por supuesto, más portentosamente aún se da su actuación en todo lo que se refiere a la preparación del cumplimiento de la promesa hecha por su amor de rescatar al hombre de la penumbra y de la muerte por el pecado. Son los signos por los cuales nos va haciendo entender y asumir lo que sucederá al fin de los tiempos, con el envío del Redentor. "Miren, la virgen está encinta y dará a luz a un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros". Los embarazos portentosos del Antiguo Testamento y del umbral del Nuevo, son ya prefiguración de la maravilla de la que seremos testigos.

Los anuncios de la generación de Sansón: "Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos", y de la de Juan Bautista: "No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, 'para convertir los corazones de los padres hacía los hijos', y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto", son clara señal del involucramiento del Dios salvador en la historia del hombre creado por su amor, que debe ser gloriosa. Si actúa generosamente en lo cotidiano en favor del hombre con su providencia amorosa, lo hace aún más radicalmente en lo que se refiere a su salvación. Si hay que demostrar su poder, lo hará sin dudarlo un solo instante. Lo que quiere Dios es que quede bien claro su amor por su criatura, que lo llevará ya no solo a planificar una vida llena de sus beneficios, sino a emprender el camino portentoso de su rescate con la encarnación de su Hijo, al que nos regala tierna y amorosamente para que recibamos su amor hecho rescate, redención y salvación.

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