miércoles, 4 de diciembre de 2019

Estoy invitado al gran banquete celestial que organiza Dios

Resultado de imagen de cinco panes y dos peces

Los momentos grandes y gloriosos de los hombres nos hacen prorrumpir en manifestaciones de gozo sonoras. Nuestro espíritu, es cierto, es abatido frecuentemente por situaciones dolorosas que nos hacen sufrir y muchas veces nos dejan casi aplastados. Pero a la par de estas situaciones malas, también se presentan las buenas, las que nos hacen elevarnos de nuevo, las que ponen alas a nuestro espíritu y nos hacen volar a las nubes. Pensemos solo en las veces en las que nos hemos visto invadidos por el gozo: cuando ha nacido un nuevo integrante de la familia, cuando ha habido una reconciliación después de un grave conflicto que hayamos tenido con alguien, cuando logramos alcanzar una meta de superación en los estudios o en lo profesional, cuando hemos logrado adquirir un bien que añorábamos, cuando nos hacemos novios de esa persona a la que sentimos que amamos, cuando llegamos al momento de nuestro matrimonio después de tener la seguridad de que es con esa persona con la que queremos vivir el resto de nuestras vidas, cuando hacemos sentir feliz a alguien con un gesto con el que lo honramos... Esas ocasiones son un tesoro que guardamos en nuestro corazón pues nos confirman en que esa felicidad nos da una cierta compensación que nos adelanta algo de la plenitud que viviremos en un futuro prometedor. En ocasiones, esa felicidad es tal que nos impulsa a querer compartirla con los más allegados, como el pastor que hace fiesta por haber recuperado a la oveja que se le había escapado o la mujer que invita a celebrar a sus amigas por haber encontrado la moneda que había perdido. La dicha es difusiva y tiende naturalmente a ser compartida.

En las Sagradas Escrituras encontramos innumerables ocasiones en las que son celebrados banquetes como ocasiones en las que el gozo son la marca que los caracteriza más claramente. Y en todos ellos está presente Dios, o hay un signo que manifiesta que Dios es invitado principal u organizador. Un banquete es la mejor manera de homenajear a Dios o la mejor manera que tiene Dios para homenajear a los hombres. Así, recordamos el banquete que organiza ilusionado Zaqueo cuando Jesús se autoinvita a su casa, o el que organiza el fariseo Simón el Leproso cuando Jesús lo visita en su hogar. Recordamos la gran fiesta organizada en Caná por las bodas de la joven pareja, en la que estaban invitados María, Jesús y los discípulos. Viene a la memoria la parábola del Reino de los Cielos que es equiparado al gran banquete de bodas que organiza el padre del novio, para el cual el único requisito era ir bien vestido para la ocasión. En todas estas celebraciones destaca un hecho muy llamativo: Dios disfruta de la alegría de los hombres, la aprovecha como signo de la felicidad plena a la que Él nos invita a todos y la pasa bien en medio de las celebraciones que son convocadas para compartirla. Para Él son también importantes cada uno de esos acontecimientos felices y merecen ser celebrados por todo lo alto.

Compartir la comida es una bella ocasión para hacer a todos partícipes de la alegría. El momento más denso compartido por Jesús con su apóstoles fue el de la Última Cena. Ciertamente el clima de gravedad no restaba el de compartir la alegría por los acontecimientos de liberación final que se avecinaban. "Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes", dice Jesús a los discípulos. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo", comenta San Juan, descubriendo la intimidad gozosa que se vivía en ella. El banquete que viven Jesús y los apóstoles es ciertamente, una ocasión de gozo sereno y sosegado, pues es el preludio del tesoro que dejará Cristo a todos los hombres, significado en la Eucaristía. El banquete, de esta manera, añade a sus cualidades la de ser anuncio de lo que sucederá, de la dicha absoluta que dominará en la eternidad. Así, después de dar signos claros de la llegada del Reino de los cielos, curando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y otros enfermos, Jesús organiza el gran banquete para saciar a la multitud hambrienta: "Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino... Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos". El siete, número de plenitud, aparece para confirmar que así será esa felicidad eterna, en el gran banquete celestial: "En aquel día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados... Aquel día se dirá: 'Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en Él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación'". Estamos todos invitados a vivir esta felicidad absoluta en el banquete que nunca terminará. Lo ha preparado Dios para nosotros y espera que estemos sentados todos a la mesa.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario