viernes, 6 de diciembre de 2019

Me presento ante ti como soy para que me hagas mejor

Resultado de imagen de los dos ciegos de nacimiento

Delante de Jesús necesitamos ser francos. No podemos estar con ocultamientos. En primer lugar, porque es absurdo querer ocultarle algo, pues toda nuestra realidad está siempre diáfana en su presencia. Él es Dios. Y como Dios es omnisciente. Lo sabe todo, escruta todo, intuye todo. Lo que podemos ocultar a otros, es imposible que se lo podamos ocultar a Él. En segundo lugar, porque delante de Él no podemos tener dobles facetas. O nos mostramos como somos o tenemos la pretensión de falsearnos. No podemos pretender engañarlo, pues Él es la fuente de toda bondad y tiene repugnancia ante los de doble cara. Basta con ver sus intercambios con los fariseos y los escribas, maestros del "disfraz de buenos" ante todo el pueblo judío, pero descubiertos y en evidencia delante de Jesús. Por ello los combatió tan abyectamente. Jesús resiste a los falsos. Y en tercer lugar, porque es la única manera como podremos alcanzar su favor. Siendo su amor infinito y eterno por todos, guarda sus favores preferentemente a los que con humildad se presentan ante Él con un alma libre, pura, abierta a la maravilla de su poder, confiada en el poder infinito que ha demostrado ante los enfermos, los débiles, los pecadores. Si Jesús resiste a los falsos, se rinde ante los humildes. Los débiles, los transparentes, los que demuestran confianza absoluta en Él, son su debilidad. Veamos su actuación ante la sirofenicia, ante el Centurión, ante la adúltera, ante Zaqueo. Ninguno de ellos pugnó por ocultar nada delante de Jesús y por ello fueron tratados con tanta delicadeza.

El diálogo de Jesús con los ciegos que se le acercan a solicitar el milagro es un claro caso de apertura de corazón, de transparencia, de confianza. Seguramente estos hombres habían ya escuchado, o quizá incluso habían presenciado alguna de las tantas maravillas que había realizado Jesús. Y por ello son atrevidos y osan seguirlo gritando suplicando su favor. "Ten compasión de nosotros, hijo de David". Descubren en su expresión que son hombres de fe. El título de Hijo de David es título mesiánico. Denota la figura anunciada desde antiguo como aquel que vendrá a lograr la libertad plena de Israel. Es el descendiente de David que tendrá la tarea de la liberación de todos los males del pueblo. Y pedirle compasión es la confesión de fe en su poder. Aquel a quien se dirigen es, por tanto, el Mesías liberador que ha venido con poder sobre el mal. Quizá es tanta la profundidad en su fe y tanta la claridad en su mirada espiritual la que llama la atención de Jesús. Y por eso la pone a prueba. "¿Creen ustedes que puedo hacerlo? ... Que les suceda conforme a su fe". Jesús pone la pelota en el campo de ellos. No dudan un instante en lo que están diciendo. Son honestos, claros, transparentes. Es lo que guardan en sus corazones. Por eso su respuesta no es nada rebuscada: "Sí, Señor". Y sucede el milagro. Y es tanta su alegría por recibir el favor que pedían, que la misma sorpresa los hace desobedecer una orden directa de Jesús: "¡Cuidado con que lo sepa alguien!" Para ellos era necesario ser transparentes. No solo con Jesús, sino con todos. Ellos habían obtenido un favor del Hijo de David. Y se convirtieron inmediatamente en anunciadores de esas maravillas. "Ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca". Es tan franca, tan transparente, tan dichosa su reacción, que hasta el mismo Jesús dejó pasar esa desobediencia. Habían demostrado su fe en Jesús y fueron de los primeros testigos de sus portentos.

Quien recibe el favor del Mesías liberador no puede reaccionar de otra manera. Quien ha demostrado su fe delante de Él, quien ha sido transparente mostrando diáfanamente lo que hay en su corazón, no puede sino reaccionar con alegría infinita cuando esa fe tiene el fruto deseado, cuando se obtiene el favor añorado de quien es el enviado por Dios para salvar a la humanidad. Es el preludio de lo que sucederá al final de los tiempos, cuando ya todo sea restituido en Él. Estas son ocasiones anticipadas de la vivencia idílica que tendremos todos los que ponemos nuestra confianza absoluta en nuestro Redentor. La transparencia tendrá su fruto. Será el tiempo del reinado de Jesús, en el cual todo será paz y armonía, ausencia de dolores o sufrimientos, amor en nota mayor: "Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor, y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel; porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro del cínico; y serán aniquilados los que traman para hacer el mal ... Cuando vean sus hijos mis acciones en medio de ellos, santificarán mi nombre, santificarán al Santo de Jacob y temerán al Dios de Israel". Será el tiempo de la verdadera liberación. El mal habrá sido vencido, y reinarán junto al Jesús triunfador, aquellos que han demostrado su fe, que no han dudado en su presencia, que presentaron una misma faceta delante de Él y que obtuvieron su favor por su confianza radical en el amor todopoderoso que ha vencido al mal.

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